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Envejecimiento, actividad física y calidad de vida

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Por Marjorie Díaz, kinesióloga Comunidad Bernarda Morin y miembro del Comité de Espiritualidad Bernarda Morin.

Cada persona va desenvolviéndose de acuerdo a su capacidad funcional, la que corresponde a la facultad de mantener roles personales e integración, por lo tanto, esta incide notoriamente en la calidad de vida y puede determinar la dependencia de una persona.

El adulto mayor arrastra consigo varias enfermedades, por ende consume muchos medicamentos, lo que sumado al estilo de vida sedentario y al desgaste propio de la edad, determinan que este tenga deterioros a nivel fisiológico. Por ejemplo, a partir de los 60 años hay una pérdida del 30% de la masa muscular, disminuyendo la fuerza general de los músculos. También encontramos presencia de osteoporosis, deterioro de cartílagos articulares(artrosis), acortamientos musculares y disminución de la flexibilidad. Estos factores influyen en la marcha, siendo ésta más inestable y con menor reacción de enderezamiento, favoreciendo el riesgo de caída. Junto a esto, hay una disminución de la capacidad vital, disminución del volumen de aire que movemos en cada respiración, lo que acentúa la sensación de cansancio y falta de aire.

La transición epidemiológica y demográfica en los países desarrollados y de Latinoamérica se ha visto reflejada en un aumento de las enfermedades crónicas degenerativas y en el envejecimiento general de la población. Un problema de salud derivado de estos cambios es el incremento de caídas en el adulto mayor, con sus repercusiones físicas y psicológicas. La prevalencia de caídas en adultos mayores sanos con edades entre los 60 y 75 años varía de 15 a 30 %, y aumenta en los mayores de 70 años. Si bien la etiología de la caída en el adulto mayor es multifactorial, se han identificado varios factores de riesgo condicionantes: avanzada edad, alteraciones del equilibrio, presencia de dos o más enfermedades crónicas, inactividad física previa, aislamiento y enfermedades neurológicas. Además hay factores precipitantes, entre los que se encuentran la fiebre, el desequilibrio hidroelectrolítico, los cambios de residencia y entorno, entre otros.

Los estudios realizados para la prevención de caídas indican que se pueden reducir en un 30% mediante programas de ejercicio para la marcha, equilibrio y fortalecimiento. En dichos programas se incluye la prevención de lesiones específicas, acondicionamiento del medio ambiente y eliminación de barreras. Las intervenciones para mejorar la fuerza y el equilibrio con beneficio sustentable dependen del mantenimiento de los programas y el apego del paciente a éstos. Las caídas y traumatismos se reducen si un individuo mantiene un programa de ejercicios en casa, que resulta benéfico después de un año y efectivo a los dos años

Actividad física

Cifras nacionales recientes muestran una prevalencia de sedentarismo (actividad física menor a 30 minutos, 3 veces por semana) del 89%. Además existe un 37,8% de sobrepeso y 23,3% de obesidad, además de un 33,7% de hipertensión y 4,2% de diabetes. El riesgo cardiovascular alto y muy alto alcanza un 54,9 % de la población adulta mayor de 17 años (64,2% hombres y 46,2% mujeres).

Existe consenso internacional respecto a los beneficios que la actividad física tiene en la salud y la calidad vida, constituyéndose como el factor protector por excelencia. Se ha demostrado ampliamente su efecto en promover, recuperar y mantener la salud. La evidencia más reciente demuestra los beneficios de la actividad física regular de intensidad moderada cuando es realizada en forma continua o acumulada completando un mínimo de 30 minutos diarios.

La actividad física contribuye a la prevención y manejo de una serie de enfermedades, entre las que se destacan las enfermedades cardiovasculares, diabetes mellitus tipo II (DM II), obesidad, hipertensión arterial (HTA) y depresión, entre otras. El efecto de la actividad física y dieta en la disminución de la obesidad es concluyente, así como su asociación con la mortalidad. Además, se ha demostrado que el riesgo de muerte cardiovascular es menor en adultos obesos activos que en más delgados y sedentarios; también es menor en hipertensos activos que en hipertensos sedentarios y del mismo modo en diabéticos activos que en no diabéticos sedentarios.

Sumado a lo anterior, en adultos mayores la actividad física contribuye a prevenir riesgo de caídas, fracturas y pérdida ósea, mediante el fortalecimiento de los huesos y músculos y la mejora de la agilidad y flexibilidad; también mejora el bienestar psicológico y permite conservar las habilidades para una vida independiente y autónoma, con la consiguiente mejora de la calidad de vida.

 
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