El pasado sábado 2 de octubre partió al encuentro del Padre Providente nuestra querida Hna. Clara Enriqueta Estay, quien en sus últimos años formaba parte de la comunidad Bernarda Morin. En la capilla de la comunidad, las hermanas de la Provincia y sus familiares se hicieron presentes para despedirla a través de una Misa funeral efectuada el domingo 3 de octubre. Presidió la Eucaristía el Pbro. José Casali, quien estuvo acompañado del Padre Jorge Manríquez C.M.
Durante la ceremonia, Marcela Estay, sobrina de Hna. Clara, leyó una carta que encontró en los álbumes de fotos de su tía. En ella, una de las novicias a quienes acompañó Hna. Clara, resaltaba lo importante que fue como maestra de novicias. “Son 22 años desde que la conozco, y ha sido uno de los regalos hermosos con que Dios ha bendecido mi vida religiosa; supo entrar en mi corazón y ayudarme a crecer en el amor a Jesús, mostrándome lo grandioso que es el deseo de buscarlo a él y entregarse con generosidad”, indicaba la carta, dando también gracias a Hna. Clara porque “no solo sus novicias recibimos su apoyo, ternura, comprensión y cariños”, sino que “esto también se extendió a cada una de nuestras familias, por lo cual agradecemos infinitamente a Dios por nuestra querida Maestra”.
En el mausoleo de la Provincia, familiares y hermanas dieron su último adiós a la hermana, cumpliendo su deseo expresado en vida de reproducir para las personas presentes la canción “Si tengo que morir” del cantante griego Demis Roussos, cuya letra expresa seguramente aquello experimentado por Hna. Clara al partir: “Para cruzar el umbral, no deseo nada más, acariciado por tu voz, morir al lado de mi amor”.
A continuación, compartimos la necrología de Hna. Clara, leída durante la ceremonia funeral por Hna. Jaquelina Juárez, secretaria provincial:
NECROLOGÍA DE HERMANA
CLARA ENRIQUETA ESTAY ROJAS
(360)
2 DE OCTUBRE DE 2021
“Amar a Dios nos da una felicidad incomparable que ensancha nuestro corazón y nos entrega fortaleza”
Madre Bernarda Morin
Hermana Clara o María de San Vicente, nombre religioso con que también se la conocía, nació en Huatulame, localidad ubicada en Monte Patria, Provincia del Limarí, el 12 de agosto de 1927.
Entró a la Comunidad el 13 de enero de 1954 y tomó el hábito el 21 de agosto de 1954. Su primera profesión fue el 6 de abril de 1956 y sus votos perpetuos fueron el 24 de marzo de 1961.
Vivió su pascua en la comunidad Bernarda Morin, el 2 de octubre, aquejada por párkinson que tenía desde hace años y que fue progresivamente deteriorando su salud. Al momento de su partida tenía noventa y cuatro años, un mes y diecinueve días de vida y sesenta y siete años, un mes y diez días de consagración religiosa.
Fue profesora normalista y trabajó en pastoral, economato y en la dirección de diversos establecimientos educacionales de la Provincia: Entre 1970 y 1972 en el Liceo Santa Teresita de Llo-lleo; entre 1976 y 1980 y luego entre 1998 y 2001, en el Colegio Providencia de Temuco; en 1987 en el Colegio Sagrados Corazones de La Serena; entre 1992 y 1997 en el Colegio Providencia de La Serena y entre 2003 y 2004 en el Colegio Providencia de Linares. En varias de estas misiones fue, además, superiora de las respectivas comunidades locales. Fue una hermana muy querida por su sencillez y buen trato, siempre dispuesta a escuchar a todos y buscar lo mejor.
Formó parte de la Casa Local y de la Comunidad Bernarda Morin, donde primero fue superiora y luego asistenta y responsable de la alimentación hasta el año 2008, donde por motivos de salud tuvo que dejar esas responsabilidades.
Su vida apostólica también contó con una misión en Connell, Estados Unidos, entre los años 1988 y 1990, donde trabajó con comunidades latinas, dejando una huella significativa y amistades que perduraron en el tiempo.
Pero, sin duda, quedó asociada a su figura su servicio como formadora, que desempeñó siendo maestra de novicias entre 1981 y 1986, siendo testimonio para muchas religiosas de la Provincia. A quienes acompañó, la recuerdan por su estilo maternal, siendo el noviciado una verdadera familia; su sinceridad al hablar, su rigurosidad en la formación y por promover la vida comunitaria con espacios de conversación y oración. Le encantaba que las formandas aprendieran de todo para que luego pudieran aplicarlo en la misión, como tocar guitarra, bailar, actuar y expresarse, todo orientado a que fueran en el futuro, buenas Hermanas de la Providencia.
Hermana Clara fue una mujer con una visión de Iglesia muy adelantada a su tiempo, lúcida, con amplitud de criterio, cálida, piadosa y con un gran espíritu comunitario. Aún en el último tiempo cuando su salud estaba quebrantada, mantuvo esa calidez humana que extrañaremos con su partida. Su vida entera fue un canto de alabanza a la amorosa Providencia; amó mucho y fue muy amada.
Querida hermana, te damos el último adiós y te decimos:
DESCANSA EN PAZ Y ORA POR NOSOTRAS.