Por Loreto Fernández –
Señor, tuya para siempre –
La celebración de Bodas de Oro, el gozo y la gratitud por una vida de fidelidad, son sin duda un regalo enorme para quien lo vive, para su familia, amistades, su Congregación y la Iglesia toda que misteriosamente se ve fecundada por el testimonio de entrega de quienes han dicho sí, y lo han mantenido desde la fe y la entrega en la misión.
Algunos de estos testimonios son particularmente singulares y motivadores, como el de las hermanas Maureira, que hijas de familia cristiana, comprometidas, con la sencillez de la vida del campo, pero también desde las pérdidas y la oposición, juntaron valor para dejarlo todo y decir a Jesús: “Señor, tuya para siempre”.
En una amena conversación, nos compartieron sus vivencias, evidencia de una vida de entrega y fe:
Celebración de sus 50 años de vida religiosa
Ema: Para mí personalmente fue algo maravilloso, muy lindo. El hecho que haya venido un buen grupo de nuestra familia; que Bertita, la hija de mi hermana mayor, hubiese podido participar de forma directa haciendo una lectura; el hecho de que el sobrino nieto, Ivancito, haya podido llevar una ofrenda; fue inolvidable, imborrable. También el que hayamos salido las 2 juntas con María Teresa. Rubén, mi sobrino mayor, dice que le rodaron las lágrimas cuando vio que subimos y dijo “ahí están mis tías” y le dio gracias a Dios. Todo fue muy lindo, familiar, espontáneo, sin protocolo rígido. Fue sencillo, profundo, significativo, que llegó al alma de nuestra familia.
María Teresa: Fue una acción de gracias permanente, porque yo veía como en medio de nosotras, sin tener nada, el Señor se hizo presente. Yo sentí la presencia de Dios, era como que tocaba el corazón; yo decía Señor gracias, por todo, porque todo es enorme. Nosotras con Ema tuvimos grandes pruebas, pero supimos llevarlo y aceptarlo, para mí todo fue siempre como la voz de Dios diciendo “yo estoy con ustedes”. En verdad todo fue bien motivador, porque la gente quedó tan contenta. Tuvimos oportunidad de visitar a toda nuestra familia y eso fue muy grande para mí y muy fuerte.
Ema: En Yerbas Buenas, en una de las Eucaristías, había una familia que estaba celebrando porque el matrimonio cumplía 50 años de casados y el padre dice “pero aquí hay una sorpresa, hay 2 hermanitas Maureira que son hijas de este pueblo y que también cumplen 50 años”. Esto fue porque una vecina de nosotros avisó.
María Teresa: Todo el mundo nos saludaba.
Nacimiento de la vocación a la vida religiosa
María Teresa: Siempre fuimos muy cercanas a la Iglesia. Mi mamá siempre nos estaba motivando para estar cerca del Señor, frecuentar los sacramentos, ir a Misa, a las reuniones en la Iglesia, ayudar si había algún trabajo que hacer en la parroquia. El padre era un holandés muy cercano a la familia y cuando necesitaba alguna cosa iba a la casa y me decía: Chiqui, ¿puedes hacer tal cosa? Y él feliz, porque nosotros le colaborábamos.
Ema: El padre nos bautizó, nos confesaba; pasamos a ser aspirantes a la Acción Católica, luego de la Acción Católica al coro; nos conocía al revés y al derecho. Era una relación muy linda, muy familiar. Él llegaba a la casa y le decía a mi mamá: ¿me presta a las chique? En ese tiempo a él le llegaba mucha ayuda de Caritas de Holanda: ropa, zapatos, tarros de queso, me acuerdo. Había que separar todo eso, hacer paquetes y llevarle a la gente más pobre.
María Teresa: El padre nos tenía mucha confianza a un grupo, a las Valenzuela, las Verdugo, nosotras,…
Ema: A las hermanas las empezamos a ver cuando pasaban a la casa de Jani (Verdugo), 2 casas más allá de la nuestra. Yo le decía a mi mamá “ahí vienen las monjitas” y algo me pasaba adentro. Mi mamá nos confidenció que ella quiso ser religiosa y nos dijo “si una de ustedes fuera religiosa, para mí ya sería una corona”. Yo le decía a la Tere “tú po”, porque tenía pinta de monjita, sencilla, humilde, de perfil bajo, servicial y resulta que el Señor dijo, vengan para acá las 2 mejor.
La historia de la llegada al convento
Ema: Las 2 nos fuimos juntas. Mi mamá había fallecido un año antes y por lo tanto, nosotras andábamos de luto riguroso, nos faltaba la pura esclavina no más y mi papá se resistía porque si nosotras nos veníamos, quedaban 2 hermanos con él, 3 hombres solos… y nosotras insistíamos, insistíamos, insistíamos. Llegó un momento en que yo le dije a mi papá: “Hoy es primer viernes de mes ¿Por qué no nos deja ir a misa? Sea buena gente, si la Iglesia está ahí cerquita”. Me mira y me dice “vayan”… Bueno, nos dio permiso para ir a Misa y nosotras desaparecimos… Porque yo le digo a mi hermana, “mira, nos dieron permiso para ir a Misa” y la Tere contesta: “este es el momento, ahora”.
Como no podíamos sacar nada, porque mi papá estaba en la casa, María Teresa me dice (parece que la estuviera viendo): “Ponte 2 calzones, ponte 2 blusas”. Nosotras nos vinimos un 24 de marzo, que en el sur ya es frío, entonces el abrigo nos cubrió enteras, así que nos fuimos despidiéndonos como que íbamos a la Misa y regresábamos. Salimos con lo puesto. Después la madre Aurelia nos compró las maletas. Estábamos en la Iglesia cuando yo siento la bocina del bus justo cuando el padre estaba en la Consagración. Tuvimos que pasar agazapadas por nuestra casa para que nadie nos viera. Llegamos a Linares a la casa de las hermanas y nos abre la madre Aurelia. Nos dice “mijitas ¿qué vamos a hacer? El viaje es el 24 y estamos recién a 1, pero pasen, pasen”. Ya en la tarde estábamos en el dormitorio y suena el timbre. Abro y era mi papá. Cerré la puerta y lo dejé afuera. Le digo María Teresa, “es mi papá” y le digo a la madre Aurelia y me decía, “¡hijita por Dios, que vamos a hacer ahora!”.
En ese tiempo María Teresa tenía 21 años y yo 17. Mi papá nos dice: “hijas, las vengo a buscar”. Le dice a la madre lo mismo: “las vengo a buscar porque son mis hijas” y a mí me dijo, “usted es menor de edad, me la puedo llevar ahora”. Yo le decía: “pero papá, piense a dónde vamos y si usted me lleva yo después igual voy a volver”. María Teresa le dice papá: “piénselo bien, denos permiso”.
María Teresa: yo me tiraba al suelo, bien humilde le decía: “papá ya pues denos permiso; no nos vamos porque no lo queramos, sino que el Señor nos está llamando, quiere que podamos servir a personas necesitadas, usted mismo puede que después esté enfermo y nosotras lo vamos a atender”.
Ema: Mientras que María Teresa hablaba con mi papá, la madre Aurelia fue a llamar a su abogado y a mi tío Juan que vivía en Linares, que era un hombre muy religioso, y le decía: “¡Deles permiso hombre, es un camino de santidad!”. Pero mi papá se fue sin darnos permiso… María Teresa quedó hecha un mar de lágrimas, pero era la hora, dejar las redes, dejar todo y partir. Después, mi papá se enfermó y vino a dar al Hospital El Salvador. Nosotras éramos postulantes y la madre Magdalena hizo que fuéramos todos los días a visitar a mi papá acompañadas de una hermana. Era una sala común de hombres, larga como un pasillo con camas por los lados, igual que nuestro noviciado antiguo. Cuando llegamos mi papá se alegró y los otros enfermos le preguntaban “¿Son monjitas las 2? ¡Qué daría yo porque una de las mías fuera monjita!”. Yo les decía: “pero no nos quiere dar permiso” y los compañeros le decían: “señor, dele permiso a sus hijas”. Ahí mi papa consintió. Fue una odisea.
La llegada al noviciado
Ema: La primera semana me molestaba todo: la luz, el ruido de los autos en Providencia. Como cabra chica me entretenía mirando por la ventana porque no podía dormir, hasta que me acostaba y a las 5 había que estar en píe. Nuestra maestra preguntaba: “¿hijita cómo se siente?” y yo le decía, “tengo sueño, tengo sueño” y ella se mataba de la risa y me decía que todo esto es parte del sacrificio grande que una hace por el Señor. Pero todo eso era parte del seguimiento a Jesús, tanto que yo llegué a decir (y la Cecilia Eugenia [Díaz, compañera de noviciado] me lo recordó ahora cuando estábamos ensayando para la entrada): “Señor, tuya para siempre”. Lo dije en voz alta y ella lo escuchó y se reía. Yo dije esa frase como niña, pero la juventud es capaz de dar un sí definitivo y sabe porque lo dice, cuál es su convicción. Como yo, que era una cabra chica, pero lo dije y de ahí cada día de mi vida le digo al Señor gracias por tanto que nos has dado; por la formación que recibimos en nuestra Congregación. Porque nosotras llegamos como pájaros y el Señor algo querría, y aquí estamos.
María Teresa: Yo medité mucho cuando iba a salir de mi casa porque sabía que iba a ser algo muy fuerte y doloroso, pero yo tenía una fuerza muy grande, algo que me decía “ven acá”. Tenía eso metido adentro y lo que me costaba era convencer al papá. Pero a pesar de todo, salimos adelante con la ayuda de Dios.
Misiones significativas
María Teresa: Con el paso de los años recuerdo mi primera misión acá en la cocina de la Casa Local cuando era un elefante. Ahí me tocó joven estar a cargo de un grupo de personas mayores. En ese tiempo la madre Margarita era asistente y superiora de la comunidad y confiaba mucho en mí. Me me debe haber encontrado cara de buena o de honrada. Yo era bien ordena en verdad, cada cosa en su lugar. Otra misión que me llegó mucho fue cuando estuve en Tocopilla. Pasé por todos los ministerios y doy gracias a Dios por todas mis misiones.
Ema: Una de las misiones que a mí me dio vuelta el chip fue la de El Salvador: constatar la miseria en todo sentido, porque acá en Chile, todas las misiones fueron hermosas, ya en colegio, ya en parroquia, pero esa de El Salvador hizo que yo dijera: “Dios mío, en qué mundo estoy viviendo aquí”. En Chile también hay pobreza, pero allá era pobreza denigrante en todo sentido: gente analfabeta, que por ejemplo no sabía tomar locomoción porque no reconocía los números. Esa misión me enseñó a ser más pobre, a vivir con lo justo, a no ser regodeona y comer lo que venga, porque me acuerdo que cuando recién llegamos, el padre dice: “hermanas, bienvenidas, esta es su casa”, y la gente que nos dio una acogida bella, gente del coro, campesinos todos con chalas, a pata pelá las mujeres, una embarazada, sin dientes, cantando para nosotras; y nosotras ahí, llorando como unas magdalenas. Ver la alegría de esa gente a pesar de que la guerra civil fue muy cruenta. Era una alegría que les brotaba. Recuerdo una mujer, Tomasa, que decía: “a mí me mataron mis 8 hijos porque eran catequistas, pero no importa porque yo sé que mis hijos dieron su vida por algo noble” y levantaba sus brazos, “y yo sé que están en el cielo”, decía. Tú la veías, una pobre viejita. Muchos casos de gente torturada, gente violada y el gobierno decía “hay que acabar con toda esta gente pobre que son la vergüenza del pueblo”, el propio presidente decía eso, y nosotras ahí con ellos. Bueno, para ellos nosotras éramos “comunistas”. Esa misión para mí fue única e irrepetible. Las demás hermosas en educación y pastoral parroquial.
Futuro
María Teresa: Sólo tengo que darle muchas gracias a Dios por todo lo que me ha dado y por todo lo que sentí; como me fue acompañando y llevando paso a paso, por permitirme celebrar 50 años de vida religiosa con Ema, en compañía de mi familia.
Ema: Un agradecimiento inmenso a Dios. Mirando hacia el futuro yo digo que las Hermanas tenemos un nombre que realmente lo abarca todo, la Providencia. Si cada hermana somos realmente lo que tenemos que ser: Providencia para el pobre, para el niño, para el abuelo, para quien sea; entonces vamos por el camino de Emilia, porque ella se dio entera. Tenemos que estar con las ondas bien abiertas para captar por donde Dios nos quiere llevar, porque de repente en nuestros Capítulos nos preguntamos qué es lo que nos falta. Creo que eso es lo que tendríamos que escudriñar entre todas, en un diálogo fraterno y abierto, lo que se está viendo mucho en nuestras mesas de consenso o fraternas. Hay un llamado no manifestado, pero el anhelo está en nosotras, de reunirnos para conversar, dialogar. Aunque seamos poquitas, que seamos Providencia como Emilia, como Madre Bernarda, Madre Joseph, mujeres que lo dieron todo. Pienso que ese sería un regalo también, ser las Hermanas de la Providencia que Dios sueña para nosotras.