Por Hna. Mariana Peña*.
Escuchar reflexión:
Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan, capítulo 19, versículos del 25 al 27:
“Junto a la cruz de Jesús estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás y María Magdalena.
Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: ‘Mujer aquí tienes a tu hijo’. Luego dijo al discípulo: ‘Aquí tienes a tu madre’. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa”.
Palabra del Señor.
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Este Evangelio está tomado de la memoria obligada de la celebración de la Virgen bajo la advocación de Nuestra Señora de Dolores.
Este breve Evangelio a mí me llena de vida. Me emociona, me conmueve, me da esperanza.
Por un lado, está Jesús, padeciendo un dolor horroroso e injusto, tanto físico como psicológico. Es decir, todo su ser está sufriendo y a pesar de ello, de ese dolor inmenso en el que está sumergido, no deja de salir de sí mismo, para ocuparse de otros.
Esa imagen de Jesús me conmueve profundamente, porque a veces nos puede doler un poquito la cabeza y ya parece que estamos en agonía, como que el mundo tuviese que detenerse y atenderme en esa molestia. Con esto quiero ejemplificar que muchas veces molestias insignificantes y pasajeras nos hacen centrarnos completamente en nosotros mismos. Tanto así, que no queremos que ni siquiera nos molesten. Ojalá que no nos hablen.
Jesús, hasta en esto nos invita a no perder de vista al otro. No perder de vista al que también puede estar sufriendo, sobre todo si tenemos gente bajo nuestro cuidado y responsabilidad.
Jesús nos dice, con su testimonio, que aún en el dolor, aún en el sufrimiento, no descuidemos a los demás. Aún en medio del dolor seguir siendo corresponsables, atentos, atentas a las necesidades del mundo, de la sociedad, de la Iglesia, de los pobres, de nuestros vecinos, de nuestra familia.
No puede Jesús quedarse tranquilo hasta sentir que resuelve qué pasará con su madre. Y en ella y en Juan, qué pasará con nosotros, su Iglesia.
Lo otro que me conmueve, es la entereza de María para estar ahí al pie de la cruz. Una mamá viendo sufrir a su hijo, con dolor de madre. Pero no sólo lo ve sufrir, sino que además lo acompaña, hasta el último suspiro, creyendo en él, escuchándolo, confiando. No está juzgando, ni gritando, ni maldiciendo a nadie. Está confiando. Aún en medio del dolor, María nos da testimonio de abandono, de confianza y de fe inquebrantable.
Ella no solo permanece de pie frente a la cruz, frente al dolor, sino que además esa fe se fortalece ahí. Se fortalece ahí en medio del dolor.
Dicen que nuestra mayor fragilidad se deja ver en momentos de crisis o de alto estrés. Ahí, mostramos nuestros miedos, o nuestras fortalezas o indiferencia. Por ejemplo, frente a un terremoto, podemos salir arrancando de miedo, o podemos quedarnos tranquilos, confiando que estaremos bien y actuar con prudencia. O podemos no darle ninguna importancia y arriesgarnos de manera innecesaria.
Frente a la pandemia nos pasó algo parecido o nos pasan cosas parecidas. Es como que estamos frente a este dolor, frente a esta cruz, frente a la incertidumbre… y también hemos reaccionado y seguimos reaccionando de diferentes maneras. Es como que el encontrarnos frente a la cruz nos permite tomarle el pulso a nuestra fe.
¿Estamos fortalecidos para hacer frente al dolor? ¿Estamos fortalecidos en la fe para hacer frente a la crisis, a la incertidumbre, a los miedos? Porque la fe no impide sentir dolor, angustia, miedo. Pero es la fe la que nos invita a no quedarnos en esas emociones negativas. Es la fe la que nos invita a levantarnos, y como María, confiar con esperanza, y así encontrar consuelo y paz.
El tercer punto que me llama la atención es que Juan, al igual que las dos mujeres, no se quedaron atrás en este confiar, supieron hacerle frente al dolor y acompañar a Jesús en ese dolor. Pareciese ser que desde siempre nos ha costado acompañar el dolor de otros y sufrir con ellos. Pues, ¿dónde estaban los demás? ¿Dónde estaban especialmente aquellos que le siguieron día a día y de cerca? Aquellos que estuvieron con él en la última cena. Aquellos que lo acompañaron en la oración en el huerto.
Los hechos hablan más que las palabras. Nosotros también podemos caminar con Jesús. Escuchar la misa todos los domingos, o todos los días. Leer el evangelio, rezar el rosario, hacer obras de caridad, o tantas cosas que podemos hacer en función del bien y en nombre de Dios. ¿Y de qué nos sirven si están llenas de apariencia y superficialidad?
Ahora bien, ¿cómo sabemos que nuestras acciones por muy buenas y religiosas que parezcan, son vanas o vacías? Lo sabremos cuando miremos nuestras reacciones al momento de estar al pie de la cruz frente al dolor. Si nuestra fe se debilita, podemos tener certeza de que no se está debilitando en ese momento de crisis, sino que nuestra fe venía débil de antes, pues una fe firme frente al dolor, se fortalece aún más, al igual que María, Juan y las mujeres, que se mantienen íntegros en su fe acompañando a Jesús. Ellos tampoco pierden la dimensión del otro, y saben acompañarse entre ellos mismos también.
Pidamos al señor que nuestra fe se fortalezca en él. No en personas, en acciones o en cosas. Sino que nuestra fe sea vivida desde, para y por Cristo.
*Esta reflexión, además de ser emitida en Radio Stella Maris durante la lectura del Evangelio del Día, también fue compartida por Hna. Mariana Peña con Hermanas de la Providencia en ocasión de la Fiesta de Nuestras Señora de los Dolores.