Por Loreto Fernández M.
A propósito del año de la Misericordia, regresó a mi memoria un escrito del p. Camilo Pérez del año 2007: “La opción preferencial por los pobres, existencialmente hablando, no comienza por un discurso ético por muy motivador que éste sea, ni tampoco por un planteamiento teológico, ni por la conciencia social de las estructuras injustas que nos oprimen. La opción preferencial por los pobres no comienza, pues, por la cabeza, ni siquiera por el corazón. Comienza por las entrañas de misericordia, comienza cuando se nos remueven las entrañas por los ayes de dolor de nuestro pueblo, comienza cuando nos conmovemos en lo más profundo por la postración del malherido en el camino, nos indigna su situación, comenzamos a padecer con él y su sufrimiento es nuestro sufrimiento. De las entrañas nace la solidaridad. Así se lo dijo Yahvéh a Moisés: “He escuchado los gritos de dolor de mi pueblo y he decidido liberarlo” (Ex. 3, 7-8).
Sus palabras siguen siendo una invitación válida para las y los discípulos de Jesús en esta parte del mundo, pues sabemos que la fe cristiana tiene la singularidad de que se verifica en la vida; es decir, la prueba de que somos personas espirituales, de que amamos a Dios, es que amamos a quienes nos rodean, quienes son verdaderamente nuestros/as hermanos/as: “El que ama a su hermano, permanece en la luz…” (1 Jn.2, 10). Los/as otros/as no nos son extraños/as, sino nuestros hermanos/as. Sus dolores y sus goces son también nuestros. Esa es la maravilla de la experiencia cristiana. Dios se hace carne en nuestra carne y se revela desde la experiencia del amor compartido, hecho vida, en el abrazo cariñoso, las palabras de consuelo, los gestos de ternura, la búsqueda del bien, el cuidado del medio ambiente, el respeto por las personas, la superación de nuestros prejuicios, el perdón… cada día en todos los momentos, estamos llamados/as a recrear la maravilla de testimoniar que Dios vive en medio nuestro.
En este año de la Misericordia, desde nuestra realidad como latinoamericanos/as, pidamos a Dios, nuestro Padre, que abra nuestro corazón y permita que tengamos entrañas de misericordia para con todos/as, especialmente, para quienes están ahí presentes pero invisibles, marginados/as y empobrecidos. Que sigamos caminando juntos, para buscar con renovada esperanza la justicia y la paz que tanto necesitamos y, de ese modo, hacer realidad el sueño de Dios que hace nuevas todas las cosas.