Por la Oficina de Comunicaciones de la Provincia Bernarda Morin.
Susana Zambra colabora como voluntaria en el comedor Emilia Gamelin desde marzo de 2022, aunque antes, como Asociada Providencia (AP) de la comunidad San José, participó en algunas de las Mesas del Rey que allí se prepararon en época de Navidad. La asociada llegó a conocer a las Hermanas de la Providencia gracias a la Escuela San José, donde fue apoderada de sus tres hijas. Durante su vida laboral fue además profesora de religión en cerro Navia.
Actualmente Susana camina con una muleta, a la espera de una operación por su artrosis, pero no deja que eso le impida ayudar en la cocina del Comedor y en todo lo que se requiera de ella en la obra. Conociendo su entrega y buen ejemplo, quisimos entrevistarla para que nos comentara cómo ha sido su experiencia de voluntaria durante el pasado año.
¿Cuál es tu sentir respecto al comedor Emilia Gamelin y el servicio que se entrega?
El Comedor es algo que amo. Me encanta. Siempre me gustó. Me encanta ir, aunque no me siento siempre conforme porque siento que faltan más manos, que faltan más cosas. Pero estar allá me hace bien, porque además los hermanos y hermanas nos enseñan tantas cosas. Las situaciones que uno vive la hacen enfrentarse a otras realidades y el Comedor ayuda también a hacerle a uno valorar todo lo que tiene.
¿Cómo fue que llegaste a ser voluntaria en esta obra?
Soy Asociada Providencia desde hace hartos años. En alguna oportunidad estuve en una actividad en la Casa Provincial y fui al Comedor. Ofrecí mis servicios, si se podía un día venir a ayudar o a hacer algo, y se me dijo que en ese momento no era necesario. Con eso me quedé por varios años y siempre durante la Mesa del Rey me llamaba la atención el trabajo del Comedor. Hasta que finalmente, cuando se hizo la Mesa del Rey en diciembre del año antepasado, donde por la pandemia sólo se pudieron entregar alimentos para llevar en cajas de plumavit, decidí volver a preguntar a Juanita —coordinadora del comedor Emilia Gamelin—, quien que me recibió con los brazos abiertos. Le dije que sólo podría venir un día a la semana por mis problemas de salud y a ella le pareció bien la idea. Así que en marzo comencé a ayudar los días lunes y después también el día miércoles. Con Juanita en ese momento entablamos una bonita conversación, a lo que se sumó después una muy buena relación y hoy día trabajamos muy bien juntas.
¿Cómo ha sido el trabajo como voluntaria en este tiempo?
Me gusta lo que hago y respondo responsablemente, como si fuera un trabajo pagado. Para mí, aquí paga el de arriba. Cada zanahoria y cada cebolla que pico, lo hago con dedicación. Me gusta.
Estuve de duelo por el fallecimiento de mi mamita, pero dejé pasar solo dos lunes y después volví. Aunque yo siempre aviso, no soy una voluntaria que desaparece, soy una voluntaria fija, porque eso es lo que se necesita. Algunos voluntarios aparecen un día y después desaparecen meses. Es bonito que ayuden, pero no nos sirve eso en la práctica. Yo soy de horario fijo, no llego a cualquier hora, a las 8:30 a. m. estoy en el Comedor.
¿Cómo fue en el 2022 el recibimiento por parte de los hermanos a los que se atiende?
Yo diría que, en su mayoría, las personas que reciben alimento en el Comedor es gente muy agradecida. Muy pocas veces hay problemas. Por supuesto, hay algunos hermanos que tienen algún problema mental y se enojan por pequeñeces, pero creo que hay que tratar de bajarle el perfil a esos problemas y seguir para adelante, porque el trabajo que se hace ahí es bien bonito.
Yo con mi cuchillo y con mi delantal trabajando en la cocina observo y siento que sirvo más. Aunque cuando puedo igual me gusta acercarme a hablar con uno o con otro, sentarme y dedicarme, no pasearme por las mesas, sino que conocer más de ellos y aprenderme sus nombres. Me encanta saber que cada persona a la que le hacemos comida tiene un rostro, tiene un nombre y tiene una historia. Hay voluntarios a los que les gusta menos la cocina y les gusta más estar al otro lado, sirviendo. Cada uno en lo suyo, si se hace bien.
Incluso tengo un exalumno que viene al Comedor. En abril del año pasado siento que alguien me toma la mano cuando voy a dar el plato y me dice: “usted no se acuerda de mí. Usted es la profesora Susana de Religión”. Y bueno, después fue llanto fijo… porque es un joven que salió a los 14 años de la escuela donde yo trabajaba y a los 16 ya estaba en la calle. Entonces encontrarlo en el Comedor fue muy fuerte. Así que me dedico mucho a él, no es que sea mi regalón, pero si puedo lo ayudo. Por ejemplo, mi teléfono le sirve como un contacto para cualquier cosa.
Preocuparse de los hermanos es un granito de arena, si se puede hacer, que va más allá de la cocina.
Ahora que el Comedor estaba funcionando solo tres días a la semana, igualmente se necesitarán más voluntarios y ayudas en marzo para ver si se puede abrir durante más días, ¿no?
Sí, claro. Yo he tratado de entusiasmar a harta gente. Hay gente que no hace nada, que vive sin problemas económicos, pero en una soledad enorme. Entonces esto de servir en el Comedor les ayuda. Mi trabajo en el verano va a ser eso, reclutar gente un poquito más fija, aunque vaya un solo día, pero con la que uno pueda contar. Además, la persona ese día se va a ir también feliz, con los bolsillos llenos de amor y de esperanza, y de querer entregar más.
Entonces hay que considerar que la obra no solo sirve a los hermanos, sino que las personas que ayudan también se ven beneficiadas de lo que entregan…
Yo siento que es recíproco, de otra manera no colaboraría en el Comedor (ríe). Igualmente tiene su sacrificio: con mi muleta, mis dolores me acompañan y trabajamos juntos, pero como voluntarios no podemos quejarnos. Eso es dar, dar hasta que duela. Si fuera fácil hacerlo todos darían. Pero hago un llamado a toda la gente linda a sumarse al trabajo del Comedor. Siento que es el mejor remedio, sobre todo para la soledad.