Por Juan Carlos Bussenius, coordinador del Centro de Espiritualidad Providencia (CEP).
Al terminar un año y comenzar otro, surge agradecer a Dios Providente porque nos sigue acompañando en la aventura de la vida. No sabemos muchas veces qué decir o hacer, sobre todo con las heridas personales y la oscuridad de este mundo, pero ahí está su presencia con mil rostros y situaciones que nos devuelven la vida. Somos muchas veces como un niño asustado, pero que sabe que su madre está ahí, siempre dispuesta y amparando. Esto es lo más medular de nuestra fe: un Dios que nos acompaña inaugurando siempre realidades nuevas, cuajadas de esperanza, en los éxodos de nuestra vida.
Mirando nuestra Iglesia, país y mundo, surge el deseo de seguir luchando a pesar de todo, como hombres y mujeres que contribuimos a la obra de la Providencia. Necesitamos una verdadera transformación espiritual, ecológica, política, social y económica, pero desde el afecto, el cuidado y la ternura, si queremos ser coherentes con nuestra fe. Nuestra alma y nuestro cuerpo ya no resisten más odio, miedo y egoísmo. No podemos con tanta desconfianza, escándalos, desigualdades e indiferencia. Estamos hechos para amar y, por eso, todo nuestro ser e instituciones se resienten y enferman. Nos necesitamos los unos a los otros para sentir el calor de la amistad, el consuelo de nuestros dolores y la compañía en nuestra soledad esencial. ¡Nos necesitamos para vivir! Una planta puede estar muy vital, aunque si no se riega, finalmente se seca y muere. Sin embargo, los seres humanos podemos resistir y, por eso, estamos llenos de sobrevivientes escépticos, críticos y negativos. Más de alguno dirá que esto de seguir luchando y soñando es ilusorio, pero si no lo hacemos nuestro cuerpo, nuestro espíritu y nuestra psique finalmente lo pagan de mala manera. La plaga de las enfermedades del cuerpo y de la mente, y del sin sentido de la vida, lo atestiguan dramáticamente. También los empobrecidos, los excluidos y la naturaleza dan cuenta de nuestras locuras y extravíos.
No se trata en realidad solo de cambiar, sino de sublevar con palabras, gestos, actitudes y hechos. Se trata de una verdadera revolución desde los afectos y la ternura, para ser co-creadores de Dios Providente, que ha sembrado en nosotras(os) la simiente de su amor. Es una tarea urgente pronunciarnos por la revolución ecológica, que debe hacernos cambiar hábitos cotidianos. La casa común necesita amor y ternura para encontrar nuevas maneras de consumir y de entablar relaciones, no desde el materialismo, de la desigualdad, ni del dominio.
Acabamos el año “maltrechos y desesperanzados, como ovejas sin pastor”, acostumbrados a realidades escandalosas a todo nivel y con la tentación que todo puede continuar igual. Sin embargo, es ahora cuando tenemos que confiar en el afecto, el cuidado y la ternura para no morir antes de tiempo. Cuenta la historia que un pueblo sufrió un gran desastre y todo quedó arruinado. A los pocos días, llega un anciano con una pequeña pala. Muchos se rieron de él, pero les dijo: “por algún lado hay que comenzar”. Nosotras(os) estamos como ese anciano, quizás con pocas fuerzas, no obstante deseosos de comenzar la lucha por otra realidad posible que anhelamos. Sigamos luchando y soñando a pesar de todo. ¡Bienvenido 2019!