Por Juan Carlos Bussenius, coordinador del Centro de Espiritualidad Providencia (CEP).
La mayoría o todas las personas -sobre todo en nuestros ámbitos- vamos a decir indudablemente que sí. Sin embargo, en estos tiempos de crisis eclesial, de pérdidas de fe, de desprestigio de la iglesia, de cansancios, de estrés y de conflictos, tenemos que ir al rescate de una espiritualidad que pueda ayudar a sanar nuestro cuerpo y nuestra alma, enfrentando un contexto que nos tiene heridos. Se trata de ir más allá de las prácticas piadosas, de oraciones monótonas, de sacramentos con poca vida, de devociones rutinarias que alejan más la presencia de un Dios, que siempre es búsqueda y mayor. Tenemos que atrevernos a ser peregrinos audaces y creativos. La espiritualidad es vital, pero no cualquiera. ¡Este es el desafío!
Nuestra Espiritualidad tiene un apellido fundamental: Providencia. Se trata entonces, de descubrir la presencia amorosa de Dios para entregarla a otros(as) y al mundo. Nos asomamos a Jesús que habla y se expresa también por medio de nosotros, pero nadie puede entregar algo, con verdad, si no lo vive. Quizás por eso nos falta pasión y entrega, cuando nuestra vivencia de la Providencia está deslavada, ya que no se logra condensar en una experiencia personal intensa. Vivimos muchas veces la paradoja de estar con Dios, pero sin los efectos de su presencia.
De aquí la importancia de rescatar en nuestra Espiritualidad de la Providencia la interioridad, el silencio, el autoconocimiento y el cultivo de las relaciones humanas, para experimentar la alegría de Dios Padre y Madre que hacen morada en nuestro corazón. Caminos, que hoy muchas veces otras corrientes usufructúan con tanta moda esotérica, y no nos damos cuenta que todo esto es lo más propio de nuestra fe, que tenemos que cultivar y entregar casi de manera urgente.
Puede haber hoy crisis y ausencias con la Iglesia, pero no de la Espiritualidad, que nos constituye como hombre y mujer, origen y fin. Nuestra solidaridad creativa con los pobres y el cultivo de las virtudes, como la simplicidad, están basadas en una experiencia previa de un Dios que fortifica y hace posible estas hermosas y desafiantes aspiraciones. Si un auto no tiene bencina, lo podemos empujar y empujar, llegando al destino que deseamos, pero estaremos agotados y sin fuerzas.
El desafío es cultivar el camino de la interioridad para darnos cuenta de que Dios Providente nos habla, y mucho; dándonos acceso a una mirada gratuita y no depredadora, a diferencia de la tentación que nos ofrece la sociedad de consumo. Silencio, para escuchar lo que el ruido trabajólico no nos deja oír. Autoconocimiento, para percibir lo que nuestras fragilidades y crisis de lo cotidiano están afectando a todo lo que somos. Cuidado de las relaciones humanas, para crecer en los afectos y la ternura, como hijos e hijas de un Dios Amor.
Estos caminos nos llevan al proyecto amoroso de Dios Padre y Madre Providencia. Nos hacen encontrar las huellas del creador en nosotros(as). Si todavía prima el invierno en nuestra vivencia espiritual, dejemos que entre el sol de la interioridad y de la solidaridad. Cuídenos nuestro mundo interno para conseguir una mirada universal. Sin ello, no podemos ser humanos y menos cristianos. Con palabras de Gabriela Mistral:
“Es noche y baja a la hierba el rocío;
mírame largo y habla con ternura,
¡que ya mañana al descender al río
la que besaste llevará hermosura!”.