Por Juan Carlos Bussenius, coordinador del Centro de Espiritualidad Providencia (CEP).
“Esta hermana (la tierra) clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y sufre dolores de parto» (Rm. 8,22). Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (Gn. 2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura”.
Papa Francisco en su Encíclica Laudato Si.
En el momento que estamos leyendo este artículo, una especie biológica está desapareciendo. Se calcula que un tercio de los corales, de los moluscos de agua dulce, de los tiburones y de las rayas, un cuarto de los mamíferos, un quinto de los reptiles y un sexto de todas las aves se dirigen a su desaparición. Así comienza un libro llamado “La sexta extinción” (2015) de la periodista y premio Pulitzer Elizabeth Kolbert, sobre la situación actual de la biodiversidad natural en nuestro planeta. No se trata de ser profeta de las calamidades, sólo tomar conciencia, una vez más, sobre lo que hoy está aconteciendo en nuestro enfermo mundo. Es una realidad vital que nos afecta como seres humanos y espirituales. El mundo como creación de Dios, desaparece por la mano del hombre, al menos, el que conocimos los que somos más mayores. ¿Nos hemos dado cuenta de que ya no existen casi pájaros, al menos en las grandes ciudades? Cuesta mucho ver hoy chinitas, matapiojos, saltamontes y mariposas… El ecosistema se desintegra, por culpa del ser humano. El mundo está muriendo.
Hoy se estudia cómo el cambio climático podría causar un efecto dominó en la extinción global; donde un organismo resulta condenado porque depende de otra especie ya desaparecida. Pensemos en una flor, que se poliniza por una abeja, si esta última se extingue, también lo hará la planta. Toda la vida está relacionada y nosotros, como especie humana, tenemos la llave no solo de su destrucción, como lo estamos haciendo, sino también de su restauración, al menos a estas alturas para las generaciones venideras.
Se necesita una toma de conciencia, no solo a nivel humano, como responsables de este desastre, sino también de fe. Nuestro compromiso cristiano hoy en día se juega vitalmente por este tema. No podemos decirnos cristianos, sino somos urgentemente conscientes y creativos con esta apremiante realidad. Como dice el Papa Francisco: “Todos podemos colaborar como instrumentos de Dios para el cuidado de la creación, cada uno desde su cultura, su experiencia, sus iniciativas y capacidades” (LS 14).
En la Orientaciones Capitulares 2017 – 2020 de las Hermanas de la Providencia, cuando se refieren a la Misión, expresan que están llamadas a responder a las necesidades relacionadas con toda forma de pobreza, específicamente: “profundizando nuestra comprensión de la ecología integral e implicándonos en acciones creativas para sanar nuestro planeta sufriente”. Estamos en la hora de actuar responsablemente e incansablemente frente a este llamado. Con cada momento que pasa se profundiza la crisis. El caos ecológico se sustenta en un modo de producción que devasta la naturaleza y alimenta una cultura de consumismo ilimitado. Es imperiosa una transformación con la tierra, sus bienes y servicios. Por eso, hay de fondo una lucha espiritual; una conversión al cuidado y la convivencia, respetando los ritmos naturales y los límites del ecosistema.
Se trata de la vida por la que luchó Madre Emilia Gamelin, Madre Bernarda Morin y Madre Joseph Pariseau, y que continúa hoy en estos frentes. Los empobrecidos son los primeros que sufren con estas calamidades. Nuestras obras e instituciones debieran ser muy activas en relación a este tema. Por supuesto que hay realidades e intereses económicos y políticos que escapan de nuestra responsabilidad, pero hay múltiples maneras, a nivel personal y creyente, donde podemos colaborar. ¿Qué más tendremos que esperar? Es un asunto literal de vida o de muerte. ¡Nuestro mundo, creado por Dios, invoca a sus creaturas!