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Hermanas de la Providencia

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Casa de la Providencia del Sagrado Corazón de Temuco (3ra parte)

Por Loreto Fernández M. Oficina de la Causa Madre Bernarda Morin. Con especial agradecimiento a Hna. María Elisa Muñoz por su corrección y aportes.

La siguiente es la tercera parte de un artículo publicado anteriormente sobre la Casa y el Colegio Providencia del Sagrado Corazón de Temuco. Para leer la primera parte, visite el siguiente enlace: Todas las obras son importantes. Para acceder a la segunda parte, ingrese a: “Ñañita, no entendiendo naíta”.

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Tercera parte: Gente de Arauco indómitas, venid aquí ya en paz y al corazón abierto, confiadas llegad[1]

Si bien las religiosas estaban abiertas a responder a las necesidades de toda la comunidad e inclusive facilitar la Iglesia y sus dependencias para diversos grupos y cofradías, tenían su foco en la evangelización de las familias mapuches. Sor María Cecilia de Jesús Barros, quien reemplazó a Sor Mectilde como superiora de la casa, escribe sobre sus antecesoras: “Ambas (Sor Mectilde y Sor Marta) habían trabajado con apostólico celo en la civilización de los indígenas y con su tierna e ingeniosa caridad lograron captarse por completo el cariño y la confianza de los indios. Sor Marta llegó a poseer con bastante corrección el idioma araucano y así se entendía con ellos admirablemente, facilitándoles en gran manera el estudio de la religión. En los 14 años que Sor Mectilde y Sor Marta estuvieron en esta Casa recibieron en ella 804 niñas y 3334 niños, en su mayor parte mapuches y recibieron el santo bautismo 3420 indígenas de toda edad y sexo. Sor Marta, además de su trabajo personal, ayudó a la construcción de la iglesia con la suma de $30.000 de su patrimonio y por último, se sacrificó a sí misma, llevando a tal grado su caridad y abnegación que solo la muerte pudo hacerla rendirse”[2].

Cuando las hermanas hablan de los mapuches, no son meros números, son personas: María Nahuelpán, madre de Rosa y Juana Cayupil, María Dolores Inaihual, Isabel Queupucara, Juana María Nahuelquín y su papá José Manuel, María Antonia Mulato, Juan Marinao, cacique Nailef y un largo listado de nombres. En ese gesto hay un reconocimiento implícito a la otredad, a lo diferente, que se expresa también en el esfuerzo que hicieron las hermanas por aprender el idioma de sus catequizados y poder comunicarse mejor con ellos.

Esto no fue un rasgo distintivo solo en Temuco, Madre Bernarda procuró siempre que sus hermanas trataran con dignidad a todas las personas sin distinción, respetando lo que les era propio: “Van dos libritos en mapuche para Manuel. Exíjanle los estudie. Mejor se entienden las cosas en el propio idioma que en otro que todavía no se sabe”[3], les escribía Madre Bernarda en una ocasión a hermanas del Hospital Santo Tomás de Limache.

Un hito significativo en esta búsqueda de evangelizar desde lo más propio, como el idioma, se expresa en la elaboración del “Manual de Piedad” escrito en mapudungun.

La tradición oral atribuye su autoría a una hermana de la Providencia, sin identificar.  Por otro lado, Sor Mectilde Lizama, la superiora fundadora de la casa, concede el mérito a un sacerdote capuchino muy querido, el padre Anselmo Carmín, quien llegó en mayo de 1897 a Temuco y murió ahogado en el río Quepe cuatro años después. Escribe sor Mectilde:“supo que algunas de nuestras Hermanas hablaban mapuche, e inmediatamente, deseoso de comenzar cuanto antes su santa misión, se dirigió a la Providencia a solicitar libros para aprender el idioma […]. Este sacerdote fue también el autor del Manual de Piedad”[4].

Por otro lado, en la necrología de Sor Mectilde se lee: “una de las Hermanas que la acompañaban logró formar un silabario y devocionario indígena, con el auxilio del Padre Anselmo, santo sacerdote Capuchino, que las ayudó mucho en esos primeros años, con lo que se facilitó bastante la enseñanza”[5].

Sin quitar nada de mérito al referido Padre Anselmo, lo más probable es que la versión que aparece en la necrología de Sor Mectilde sea la correcta. Hay que tener en cuenta que las hermanas, fruto de la formación religiosa de la época, no se atribuían las obras que realizaban y en una cultura patriarcal, los méritos se entregan a los varones, invisibilizando a las mujeres. Además, el Padre Anselmo llegó tres años después que las hermanas, justamente a aprender el idioma mapuche con ellas, que ya se encontraban muy compenetradas en la misión. ¿Quién fue entonces la hermana que gestó el Manual de Piedad? No es posible tener certeza; sabemos que las hermanas Valentina Castro, Marta de Jesús Prieto y María de San Estanislao Vicuña sabían mapudungun. Me inclino a pensar que pudo ser Sor María de San Estanislao, pues de ella se escribió al momento de su muerte que: “para poder catequizarlos (a los mapuche) con mayor facilidad, aprendió su dialecto e ingenió varios medios para que las verdades de nuestra sacrosanta religión penetrarán”. Esos varios medios bien podrían ser el Manual de Piedad y también unas cartillas de alfabetización que se editaron en la Imprenta San José, propiedad de la Congregación.

Después de estas insignes misioneras siguieron otras, que mantuvieron intacto el compromiso evangelizador de sus antecesoras. Una pincelada de eso se encuentra en la cuarta parte y epílogo de este artículo: “Qué tus acciones sean inspiradas en complicidad con la mirada mansa de Dios”.


[1] Inscripción de una de las campanas de la Iglesia el año 1903, Historia de la Congregación T.II 2, p. 71.

[2] Crónicas de Temuco, 1908.

[3] “Cartas varias de y a Madre Bernarda 1918-1877”, Archivo Provincial.

[4] Historia de la Congregación T.II 2, p.p. 59 y 61.

[5] Necrologías T II, N° 113.

 
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