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Casa de la Providencia del Sagrado Corazón de Temuco (2da parte)

Por Loreto Fernández M. Oficina de la Causa Madre Bernarda Morin. Con especial agradecimiento a Hna. María Elisa Muñoz por su corrección y aportes.

La siguiente es la segunda parte de un artículo publicado anteriormente sobre la Casa y el Colegio Providencia del Sagrado Corazón de Temuco. Para leer la primera parte, visite el siguiente enlace: Todas las obras son importantes.


Segunda parte: “Ñañita, no entendiendo naíta”

Como ya vimos, las Hermanas de la Providencia llegaron a Temuco el 24 de febrero de 1894. “En esos primeros tiempos vivimos únicamente de lo que la divina Providencia nos enviaba cada día por medio de los pobres que fueron nuestros primeros proveedores”[1], recordaba la Madre Mectilde, primera superiora de Temuco.

A los diez días de instaladas iniciaron una escuela gratuita que ni siquiera tenía bancos. Aun así, a los pocos días ya tenían ciento cuarenta estudiantes deseosas de aprender y agregaron un pensionado que atendían en dos habitaciones. Sin embargo, aún no lograban llegar a las familias mapuches. “Ver indiecitas en nuestra casa, educarlas y llevarlas a Dios era nuestro ideal”[2], pero las niñas mapuche les temían al verlas vestidas de una manera para ellas inusual. Bastó que llegaran una niñita y una joven que pedían quedarse para ser cristianas, para que empezaran a llegar cada día más niñas a la casa. El 18 de marzo fue el día de los primeros bautizados: Alberto Fidel (un año) y María Ignacia (dos años), que recibieron el nombre de personas que habían dado una donación para la obra.

Mucho se puede decir sobre el método que las hermanas usaban para su trabajo; lo cierto es que respondían al contexto de la época, que tanto en el plano social como en lo religioso-cultural, suponía que lo mejor para las personas mapuches era que asumieran el estilo de vida y los valores propios de un modelo que les era ajeno. En vez de buscar la integración de la diversidad, se buscaba —sin duda con toda la buena voluntad de que disponían— lograr que asimilaran los patrones civilizatorios imperantes. Dicho esto, es innegable también que lo que destacó el trabajo de las misioneras fue su profundo amor hacia las personas mapuche, su tacto, su cercanía, el esmero en entregarles herramientas para que tuvieran una vida digna y, por sobre todo, ofrecerles lo que para ellas era un invaluable tesoro, su fe en Jesucristo.

La historia de la fundación de Temuco, narrada por Sor Mectilde Lizama, una de las protagonistas, nos puede ayudar a comprender el trabajo que desarrollaron las hermanas: “Todas las atenciones de la casa eran para las mapuchitas, que nos entendían muy poco y nosotros menos a ellas; pero comprendían que eran amadas y esto las hacía felices entre nosotras”[3].  “Unos vienen para instruirse en la religión, otros traen a los hijos para que se los bauticen; ésta, ya cristiana, quiere confesarse para casarse por la Iglesia; aquellos piden remedios para sus enfermos y también hay quien viene a pedir consejos para arreglar mejor su familia o para defender sus terrenos de los que se los quieren quitar. Todos son muy respetuosos y agradecidos al bien que se les hace y nunca les hemos oído una palabra desmedida. Cuando no entienden nuestras explicaciones, dicen humildemente: “Ñañita, no entendiendo naíta.”[4]. “A otra viejecita como de ochenta años costó mucho persuadirla que el ser cristiana era un bien, porque decía: Los cristianos (huincas) roban animales, queman las rucas (casas), quitan las tierras. ¿Cómo puede ser bueno ser cristiano, cómo pueden ir al cielo? Como se le dijera que los cristianos malos no iban al cielo, ella contestó: Eso sí, porque no les iría tan bien con Dios”[5].

Con profunda gratitud traemos a la memoria los nombres de las insignes mujeres que iniciaron la obra de la Providencia en Temuco, acompañado de fragmentos de sus necrologías[6]. Que su fidelidad sea un aliciente para llevar nueva vida ahí donde nos encontramos y tener la humildad de aventurarnos más allá de nuestros límites.

Mectilde Lizama, superiora (fallecida el 6 de octubre de 1937)

“Fue elegida como Superiora de esta gran obra Sor Mectilde, que a esa época contaba 43 años de edad. Alma verdaderamente apostólica y llena de amor de Dios se dedicó con alma y vida al cumplimiento de su misión. La Casa era fundada principalmente para la evangelización y civilización de los indígenas y estaba consagrada al Sagrado Corazón de Jesús. Desde el primer momento se dedicó con gran celo a conquistar almas a Dios. Continuamente se veía a Sor Mectilde entre un gran número de mapuches, de pie en su taburete, instruyéndolos por medio de cuadros, en la vida de Nuestro Señor Jesucristo, enseñándoles a amar a Dios, como podía, […]. Al ver este copioso fruto derramaba lágrimas de ternura al ofrecer al Sagrado Corazón, a quien tanto amaba, las primicias de sus desvelos”[7]. Fue superiora de la casa hasta enero de 1908.


Valentina Castro (fallecida el 30 de diciembre de 1915)

 “Tenía una vocación especial para atraer a los araucanos el conocimiento de nuestra santa religión y a la civilización cristiana; no perdonaba sacrificios para ganarlos a Dios. Fuera de la cordial acogida que les hacía en la Casa de la Providencia se la veía andar muchas leguas a pie por los bosques y pantanos de esas tierras incultas para ir a preparar a la muerte algunos de los neófitos que ella había preparado y presentado al bautismo. Los amaba tanto, que para ella era una gran felicidad hablar con ellos y hacerles algún bien”[8].


María de San Estanislao Vicuña (fallecida el 6 de agosto de 1951)

“El recuerdo de su primera misión: la fundación de la Casa de la Providencia de Temuco, la acompañó hasta sus últimos días; con verdadera ternura hablaba de los primeros tiempos de la “Casa de la Promesa”, de las giras que debía emprender a las apartadas rucas ocultas entre las selvas, para ponerse en contacto con los retraídos mapuches. Para poder catequizarlos con mayor facilidad aprendió su dialecto e ingenió varios medios para que las verdades de nuestra sacrosanta religión penetrarán”[9]. 


Marta de Jesús Prieto (fallecida el 28 de febrero de 1908)

“Nuestra querida hermana Sor Marta fue una de las fundadoras de la Casa de la Providencia de Temuco, en la que se consagró particularmente a la instrucción religiosa de los indígenas. Aprendió su idioma, y con su trato afable ganó su confianza. Durante los 14 años que pasó en tan interesante misión, no omitió sacrificios para procurar a los mapuches el beneficio de la fe y las ventajas de la civilización”[10]. Murió en Santiago, a donde tuvo que ser enviada de urgencia desde Temuco por problemas de salud.

Para acceder a la tercera parte de este artículo, visite el siguiente enlace: Gente de Arauco indómitas, venid aquí ya en paz y al corazón abierto, confiadas llegad.

 

 


[1] Historia de la Congregación T.II 2, p. 42.

[2] Historia de la Congregación T.II 2, p. 23.

[3] Historia de la Congregación T.II 2, p.26.

[4] Historia de la Congregación T.II 2, p.p. 35-36.

[5] Historia de la Congregación T.II 2, p.29.

[6] La Necrología es un escrito que consigna parte de la vida y misión de las religiosas, una vez que han fallecido.

[7] Necrologías T II, N° 113.

[8] Necrologías, Tomo I,  N° 48.

[9] Necrologías, tomo III, N° 151.

[10] Necrologías, tomo I, N° 31.

 
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