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Hermanas de la Providencia

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Casa de la Providencia del Sagrado Corazón de Temuco (1ra parte)

Por Loreto Fernández M. Oficina de la Causa Madre Bernarda Morin. Con especial agradecimiento a Hna. María Elisa Muñoz por su corrección y aportes.


Primera parte: Todas las obras son importantes

Todas las obras que se inician son importantes. Cuando se lee la historia de la Congregación, se puede apreciar todo el amor, sacrificio y desvelos que ha significado no solo abrir una casa, sino mantenerla e ir adecuándola a las necesidades de acuerdo a cómo van cambiando los tiempos. Por eso resulta tan doloroso cuando por distintas razones se tiene que cerrar una obra; pesa en el corazón la memoria de todo lo vivido, del amor traducido en compromiso.

Desde la premisa de que todas las obras son importantes, no es menos cierto que algunas tienen una carga simbólica que las hace especialmente queridas y su permanencia es una invitación a renovar los ideales que animaron su fundación. Tal es el caso de la Casa de la Providencia del Sagrado Corazón de Temuco; su fundación es en cumplimiento de un voto que Madre Bernarda Morin hizo al Sagrado Corazón el 28 de junio de 1889[1]: “Señor, si en este viaje del Ilustrísimo y Reverendísimo Señor Arzobispo se arreglan las dificultades de nuestra Congregación, haré lo que pueda para que en ella sea honrado, amado y servido vuestro Sagrado Corazón. A este fin procuraré:

 1º   Que en cada Casa de la Congregación se rece diariamente un acto de consagración a vuestro Divino Corazón.

 2º   Que en todas nuestras Iglesias, Capillas y Oratorios se celebre con particular devoción la fiesta de vuestro Sagrado Corazón el primer viernes de cada mes.

 3º   Que en cuanto pueda, la Congregación haga una fundación en la Araucanía, u otro lugar de infieles con el fin especial de extender y propagar la devoción al Sagrado Corazón y que a esta Casa se le llame Providencia del Corazón de Jesús.

La Congregación había pasado por una situación crítica, pues desde la jerarquía eclesial de la época se les estaba imponiendo a las hermanas unas Constituciones[2] que, al entender de la mayoría de ellas, rompían con el espíritu de las Constituciones primitivas de Montreal en las que habían profesado, lo que trajo divisiones y grandes dificultades. Finalmente esta crisis, que duró varios años, se superó con la aprobación de unas Constituciones enviadas por Madre Bernarda y queridas por la mayor parte de las religiosas, las que fueron aprobadas por el Papa León XIII. De este modo se restableció la paz y el buen espíritu, permitiendo a las hermanas continuar con su trabajo de promoción social y evangelización en las distintas obras que tenían, en ese entonces, entre Concepción y La Serena.

La misma Madre Bernarda en su informe a las hermanas del año 1908, cuando la fundación de Temuco llevaba ya algún tiempo, expresa: “La casa de la Providencia de Temuco es la grande obra de la Congregación; es el monumento de agradecimiento al Sagrado Corazón de Jesús, por haberla salvado de grandes tribulaciones. Dios la bendice, como se ve por el bien que de distintas maneras se hace en ella”[3].

Hecho el milagro, es decir, la aprobación de las Constituciones, quedaba pendiente hacer la fundación. Recordemos antes que Temuco, a fines del s. XIX, era apenas un caserío que se encontraba en la Araucanía o “Frontera”, pues efectivamente era el límite entre mapuches y españoles. Tras la independencia de Chile este límite se empezó a desdibujar en el proceso de “pacificación de la Araucanía”, por medio de una ocupación militar; la victoria en Villarrica de las tropas chilenas sobre los mapuches, el 1° de enero de 1883, fue fortaleciendo el poderío del Estado en esa parte del territorio, bajo la consigna de civilización contra barbarie. En lenguaje cristiano de la época, ir a Temuco era fundar en tierra de “misión”.

Sor Celia Bascuñán, superiora general por esos años, propuso que “aunque con algún sacrificio […] se podría llevar a cabo la obra prometida por Madre Bernarda […] de fundar una casa de la Congregación en la Araucanía en acción de gracias por los grandes favores concedidos por el Sagrado Corazón de Jesús a la Comunidad”. Se esperaba que dicha obra traería muchas bendiciones a la Congregación, por el “sacrificio que harían las Hermanas designadas para ir”[4].

Madre Bernarda Morin acompañó en el viaje a las religiosas, quienes lo rememoraron expresando: “Cuando andábamos horas y horas sin divisar por ningún lado más que las espesas y sombrías selvas, entonces se nos representaban las dificultades que tendríamos que vencer para llevar a cabo nuestra empresa […] alejándonos de todos los centros civilizados, nos alejábamos también de todos los recursos para sostenernos y para hacer bien a los demás”[5].

Luego de un viaje en tren que tuvo un descarrilamiento porque la vía ente Victoria y Temuco no estaba terminada, llegaron a su destino el 24 de febrero de 1894. El párroco del lugar se había esmerado en recibir a las misioneras; las esperaban en la estación a las cuatro de la tarde con guirnaldas y banda de música, pero arribaron pasadas las siete y en medio de un fuerte aguacero que obligó a las personas a retirarse a sus hogares y que generó que las hermanas llegaran empapadas tras tener que irse a pie al lugar que les tenían preparado. “Nos llamaste Señor, a una tierra extraña; aquí estamos para hacer tu voluntad”[6]. Con ese espíritu dieron por iniciada su estadía en la nueva misión.  

A los diez días de instaladas, las hermanas ya tenían una escuela gratuita, luego un pensionado para las hijas de los colonos alemanes y, finalmente, un internado para niñas indígenas, las cuales, gracias a la actitud cariñosa y cercana de las hermanas, fueron venciendo el temor que les provocaban los hábitos religiosos, situación no vista por esos lugares hasta la llegada de las religiosas. Más adelante tendrían un dispensario y agregaron a sus tareas las visitas a familias de los alrededores. Los ingresos al internado eran voluntarios y comenzaron con una niña de ocho años y su hermana de unos veinte, que querían hacerse cristianas.

Como todo inicio no fue nada fácil, las hermanas debían sortear la lejanía, ganarse la confianza de las personas, aprender el idioma, soportar las penurias económicas; pero eso y más fue posible porque las pioneras que llegaron a Temuco, a ejemplo del Sagrado Corazón de Jesús en cuyo honor se levantó la misión, tenían también un gran corazón para amar y servir.

En la segunda parte de este artículo conoceremos un poco más de las cuatro fundadoras de la misión. Para leerlo, haz click aquí: “Ñañita, no entendiendo naíta”.


[1] Historia de la Congregación T.II – Historia de Temuco, p.14.

[2] Como su nombre lo dice, las Constituciones determinan las normas que las religiosas deben seguir en todos los ámbitos de su consagración: pobreza, caridad, obediencia, misión, etc.

[3] Historia de la Congregación T.III, p.554.

[4] Actas del Consejo General, 21 de enero de 1894.

[5] Historia de la Congregación T.II 2, p.p 18-19.

[6] Historia de la Congregación T.II 2, p. 20.

 
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