Por Loreto Fernández M. Oficina de la Causa de Beatificación de la Sierva de Dios Bernarda Morin.
“Nací la séptima de 14 hijos que tuvieron mis Padres. 12 mujeres y dos hombres. Vi la luz del día el 29 de Diciembre 1832”[1]. Así inicia madre Bernarda sus “Memorias Íntimas” escritas por obediencia a su confesor el Pbro. Raimundo Villalón. Al día siguiente, la hija de María Francisca y de Santiago, fue bautizada con el nombre de Venerance, en la parroquia “San Enrique” de Lauzon, localidad ubicada a 20 km. de Quebec y cuna de quien llegaría ser nuestra querida Sierva de Dios, la madre Bernarda Morin Rouleau.
Su nacimiento aconteció en el hermoso tiempo litúrgico de Navidad donde renovamos con gozo nuestra esperanza en Jesús, el Hijo de Dios, que se hace uno de los nuestros, pobre y humilde en Belén. La fe nos dice que la salvación es una amorosa llamada de Dios Providente para todas sus creaturas y que se hace desde el lugar del pobre. Madre Bernarda lo entendió perfectamente; prueba de ello es lo que escribió el día que llegó a la Congregación, a solicitud de la maestra de novicias: “El placer de seguir a Jesús y María pobres y sufrientes ha triunfado del placer de gozar más tiempo de las caricias de mis amados padres que tanto me quieren”[2].
La Navidad también pone de relieve a la Sagrada Familia y su importancia en la Historia de la Salvación. En la historia personal de Venerance, el amor, el cuidado y las enseñanzas que recibió en su familia, particularmente de su mamá, y que le entregaron durante su niñez y adolescencia, fue sin duda una marca que caló hondo en lo que sería el estilo de vida y las opciones de la futura Hermana de la Providencia.
Madre Bernarda dejó consignado en sus memorias el amor y la sólida educación valórica que recibió de sus progenitores, recordando las veces que fue corregida por su madre, cuando a juicio de esta faltaba a la caridad o al respeto de las personas: “El orgullo me hubiera llevado a males muy grandes al no haber tendido tan buena madre”[3]. Sus padres no toleraban que se menospreciara a nadie[4] y siempre actuaban caritativamente con las personas necesitadas desde el respeto y la dignidad. “Más vale no prestar jamás servicio al prójimo que echarle en cara con su pobreza” fue una de las enseñanzas que María Francisca, entregó a su hija Venerance[5]. El amor y la formación cristiana cayeron en tierra fecunda y muy tempranamente se pudo apreciar el gran corazón y la íntima unión de Venerance con su amado Jesús.
Durante sus setenta y siete años de vida religiosa, se mantuvo fiel a lo que escribió el primer día que pisó el convento en presencia de su fundadora, la beata Emilia Gamelin: “la humildad, la pobreza y la caridad son las virtudes que vengo a buscar en esta santa casa” [6], de manera tal que al momento de su fallecimiento, casi noventa y siete años después de que viera la luz en ese lejano 29 de diciembre de 1832, se multiplicaron los elogios hacia ella desde diferentes sectores de la Iglesia y la sociedad: “Consagró su vida entera al alivio de los huérfanos, viudas, enfermos y a todos los que reclamaban la caridad cristiana”. “Se ha ido una mujer cumbre que sabía descender por la caridad hasta la miseria humana; un alma nutrida de los Consejos Evangélicos, que amaba entrañablemente a Chile; una excepcional mujer cuya figura elevarán los años al sitio de honor que le corresponde en la Historia Religiosa de nuestra América”. “Ha muerto una religiosa Santa, su vida fue un milagro de la Providencia Divina y la monumental obra que deja, un milagro de su corazón lleno de caridad evangélica. En su alma se concentraron, el celo del apóstol, la visión del genio, el corazón de la madre, el tino del estadista y la inteligencia de los seres superiores”[7].
Demos gracias a Jesús, el Niño Dios en cuya fragilidad se muestra el misterio de nuestra salvación, y pidamos por intercesión de nuestra querida madre Bernarda la humildad de dejarnos transformar por el Evangelio y, de ese modo, poder decir como ella: “Todo lo que hice fue entregarme con el amor más cordial a los designios de la divina Providencia”[8].
[1] Memorias Íntimas, Madre Bernarda Morin, parte 1, p.4. Según los certificados de nacimiento de los hijos de la familia Morin Rouleau, Venerance es la sexta de sus hijas.
[2] Memorias Íntimas, Madre Bernarda Morin, parte 3, p.72
[3] Memorias Íntimas, Madre Bernarda Morin, parte 1, p.8
[4] Memorias Íntimas, Madre Bernarda Morin, parte 1, p.12
[5] Cfr. Memorias Íntimas, Madre Bernarda Morin, parte 1, p.13
[6] Memorias Íntimas, Madre Bernarda Morin, parte 3, p. 72 72
[7] ¿Le gustaría a Ud. Sor Bernarda ir a Chile?, Rodríguez, A. sp, pp. 54-56
[8] Memorias Íntimas, Madre Bernarda Morin, parte 3, p. 103
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