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Hermanas de la Providencia

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Testimonio de Hermanas Jubilares: Hermana Soledad Navarrete

“Estén siempre alegres en el Señor; se los repito, estén siempre alegres” Fil 4,4.

Por Loreto Fernández

No puedo dejar de mencionar que me produjo una profunda emoción la conversación con la madre Soledad que dio paso a estas líneas, pues siendo una joven profesa de 21 años, tuve el regalo de vivir con ella. Fue mi primera superiora en el Hogar de Ancianas de Valparaíso y sólo tengo palabras de cariño y gratitud para quien en el día a día me enseñara tanto. Es una mujer noble, cariñosa y buena en el mejor sentido de la palabra. Sus 89 años, de los cuales 50 han transcurrido en la vida religiosa,  demuestran cuán fecunda puede ser una vida cultivada en las virtudes de la humildad, sencillez y caridad. Gracias madre Sole por su ejemplo.

Cuando se le pregunta por su proceso de formación antes del Concilio responde: No fue difícil para mí. A mí me conquistó un padre salesiano que quería mucho a las Hermanas de la Providencia. Cuando llegué parecía que siempre había vivido aquí, una cosa tan grande para mí. En ese tiempo éramos puras chilenas, no había ninguna canadiense. Cuando salí del noviciado mi primera misión fue con la madre Margarita Rubio de superiora, acá mismo. Tuve un negocio a cargo, una panadería. Parece que se enfermó la hermana responsable  y me dejaron a mí… y yo inventé tanta cosa, hasta empanadas hacía. Los domingos me levantaba a las 4 para cocer la masa. Vivía contenta. Una vez vino un señor por los permisos, yo le dije: “Cuando venga la próxima vez se los voy a tener” y cuando regresó ahí estaba pegado el permiso; me habían dicho que era bien pesadito, pero yo le daba un quequito y un vasito de vino añejo (risas). La madre Margarita fue muy buena conmigo y cariñosa… bueno, yo le hacía plata con el negocio también (risas). A los niños les vendía cosas, les vendía pancito. Acá había 2 colegios, además de una imprenta y estaban las hermanas también.

No me acuerdo donde estuve después, pero luego me mandaron a Limache. Un tiempo trabajé con enfermos. En Valparaíso estuve en el Hogar de niñas y en el de las abuelitas. Me querían mucho las abuelitas. Ahí me hice colocolina, porque iban los del Colo Colo a verlas y las abuelitas les cantaban el himno del equipo. Todo eso era muy lindo. También estuve en el Pensionado y en la Enfermería. Me acuerdo que antes, cuando me mandaron para la enfermería como superiora, yo estaba con Alejandrina Menares  y le dije: “Fíjate que me mandaron para acá y no sé ni pinchar siquiera” (risas). Ella me dijo: “No se te de nada guachita, yo te voy a enseñar”, y así no más fue. Trabajamos muy bien juntas.

Al consultarle por alguna casa o misión que le dejaran una huella especial, madre Sole reflexiona: Gracias a Dios en todas partes estuve contenta. Recuerdo que le dábamos almuerzo a los viejitos y una vez un carabinero me dijo: “Madre usted le da almuerzo a estos veteranos y nosotros les damos el alojamiento” (risas), pero siempre estuve bien en todos mis trabajos.

Con respecto a su actual situación viviendo en la enfermería, comenta: No recuerdo en qué año llegué, estaba en el pensionado y de ahí fui a dar al hospital y me mandaron a la enfermería y aquí estamos. Cuesta no hacer nada y para mí ha sido tremendo porque a mí me gusta moverme. Sigo contenta, no me he amargado, pero cuesta. Gracias a Dios yo no he tenido momentos tan duros, pero cuando tengo dificultades se las entrego a Dios nomás, no las comento con nadie. Cuando se le dice que en el pasado hizo tanto bien que ahora es justo que descanse replica con una sonrisa: Bueno, esa era mi tarea.

También opina sobre la Provincia en la actualidad: Tenemos que ser más conquistadoras para traer a la juventud acá, nos faltan. Para eso hay que dar el ejemplo, testimonio, trato de respeto unas con otras.

Finalmente se la invita a que comparta algún sueño para sus Bodas de Oro y entre picardía y nostalgia dice: Tener un negocio (risas). Es que sin hacer nada que hacer es difícil. A mí siempre me ha gustado moverme, desde niña. Mi papá, que era un militar que falleció a los 36 años, se sentaba con mi mamá y yo andaba de adentro para afuera. Él me llamaba y decía: “Venga mi negrita”  y yo iba bien seria a sentarme. Ahora me cambió la tarea, ya no tengo que moverme, con tanta gente que está sufriendo hay que rezar. Yo a las 7 de la mañana estoy rezando con radio María, hasta la misa de las 8 con la que me acuesto. Esa es la pega que me dio ahora nuestro Señor.

 
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