02 de febrero de 2014 – Con la asistencia de unas 50 hermanas de nuestra Provincia y la grata compañía de Hna. Gloria Keylor de la Provincia Holy Angels y Hna. Sheila de las Religiosas Pasionistas, se efectuó en el Campus Providencia el Retiro Provincial. La actividad, realizada entre el lunes 13 y el domingo 19 de enero, estuvo guiada por el padre Carlos del Valle, sacerdote del Verbo Divino.
El lema: “Descubriendo el tesoro de tu vida consagrada… Te llenará de alegría”, guió la reflexión que partió invitando a reconocer que se llega con el peso de lo que se ha vivido, de los roles asumidos; desde ahí Dios llama a dialogar, a un encuentro vital, profundo, a escucharle desde el silencio, lo que supone reconocer con humildad el cómo se está y liberarse del ego para comprometerse. Para esto se hace necesario pedir la acción transformadora del Espíritu y permitir que Dios se acerque por la rendija que se tiene abierta a lo humano, es decir, se es espiritual cuando se es humana. La persona religiosa se nota en que habla del mundo con los ojos de Dios. La dimensión humana es donde se juega la santidad como la experiencia de vivir en lo cotidiano desnudas, necesitadas de todo y de todos. El tiempo de retiro de esta forma, es una experiencia de oración en contacto con nuestros deseos, los que movilizan nuestras búsquedas. La oración surge así del deseo, del amor y a su vez, lleva a acoger, compadecer y servir; a vivir en la fe, que no es la seguridad sentida, sino la sinceridad con que se busca y confía en Dios.
El retiro es un estar más cerca de las y los hermanos, en el propio corazón, cerca de Dios, recordando que ser religiosa consiste en orar y amar y que la vida religiosa es el empeño en buscar a Dios, en sentirlo tan cerca como sea posible, el dejarse tocar por Jesús y la coherencia de su vida y de su entrega.
Reconociendo que la vida religiosa está en crisis, hay que preguntarse si la sentimos en nosotras mismas o si estamos conformes e instaladas en lo que tenemos, refugiadas en la mediocridad, en las seguridades, en las “verdades”. Es necesario abrirse a la brisa suave de la vida cotidiana que trae Dios, al regalo de la vocación religiosa y vivir con intensidad el hoy, caminando, creciendo, buscando hacer la voluntad del Padre, desde la centralidad de Dios en la vida consagrada y sabiendo que nuestra restauración pasa por Dios Encarnado. La encarnación es lo que nos cambia la vida, la encarnación es nuestra vocación.
La vida religiosa también está acechada por tres tentaciones: Renunciar a la memoria, a nuestro pasado, a que venimos de Galilea; renunciar a la debilidad de la cruz, que es nuestro presente y finalmente, renunciar a la utopía y a la esperanza, que es vivir construyendo nuestro futuro. El desafío es llegar a descubrir la debilidad como buena, hasta llegar a desear ser como los débiles…somos portadoras de un tesoro en vasos de barro (2 Co. 4,7) Las paradojas presentes en los Evangelios, nos muestran un Dios que actúa desde la pobreza y la sencillez y se hace donación. En esta lógica, Jesús espera de los suyos fe, no éxito, entrega y pasión.
El sentido de la vida entonces, está dado por un estar descentrada de una misma y centrada en los demás, en el servicio y la misión. Para que esto sea posible, debemos pedir los mismos sentimientos de Cristo Jesús (Flp.2,5-8) que se nos muestran ante la cruz de un Dios que más que todopoderoso es todoamoroso. En esta dimensión debemos vivir nuestro voto de pobreza, desde Jesús despojado en la cruz y encarnado en los pobres de la tierra. Además, el despojo, la debilidad, nos empuja a encontrarnos, trabajar juntas, necesitarnos unas a otras.
Junto con los pobres, la otra fuerza transformadora con la que contamos es la Palabra; si nos dejamos guiar por ella, terminaremos con el corazón al lado de los pobres.
La Eucaristía, donde Jesús expresa su deseo de dar vida, es el momento en que tenemos que ir contagiándonos de los gestos y actitudes de Jesús, para hacer lo que Él hizo, en memoria suya. Jesús invita a comer su carne haciéndose alimento para otros. Desde este misterio comprendemos que la vida religiosa no es para mantener instituciones, sino para sostener miserables y que la celebración, para que tenga sentido, no puede estar separada de la vida misma.
Otro aspecto a considerar son nuestros miedos. El miedo nos paraliza; esta ha sido la experiencia vivida por los discípulos y de la que se recuperan cuando el Resucitado nuevamente vuelve a ocupar el centro. Si vivimos sin contacto con el pueblo, que es Jesús mismo encarnado, estamos cultivando el miedo, entonces, será el contacto con la gente lo que nos alimente la fe-confianza.
La prisa, la superficialidad, la pérdida de la alegría, el individualismo, también nos acechan. Tenemos que dejarnos tocar por Jesús para vivir en comunidad y crear hermandad, liberarnos del miedo y fortalecer la confianza, despertar esperanza, sentido de la vida, alegría, sabiendo que lo importante no está en los resultados, sino en la coherencia de vida; la misión no será ser muchas, sino ser fieles.