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Reflexión de coordinador del CEP en panel sobre “Madre Bernarda en mi propia vida”

Texto elaborado por el Sr. Juan Carlos Bussenius, coordinador del Centro de Espiritualidad Providencia (CEP), en base a su presentación en el Panel “Madre Bernarda en mi propia vida: compartiendo experiencias”, realizado el 27 de agosto de 2019 en el contexto de la Muestra “Madre Bernarda en la memoria y el corazón”.

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A modo de mosaico que se entrelaza para exhibir una imagen, quiero compartir los siguientes puntos:

Nuevos rumbos que se despliegan

Acababa de salir de la vida religiosa y al poco tiempo llaman al Centro de Espiritualidad Ignaciana (CEI) y piden una persona que pueda ayudar a dar una jornada en la línea del discernimiento y del autocuidado. La secretaria le da mi nombre y al poco tiempo me llaman. ¿Casualidad que llegara a un espacio donde el misterio de la Providencia de Dios es central? Ciertamente que no. Es la experiencia profunda del misterio de la Providencia que se despliega, cuando menos se espera. Un símbolo que puede graficar esa vivencia es el desierto florido. Hace unos años me tocó ir a verlo y es impresionante como surge la vida y la belleza de la creación, donde antes solo hubo desierto. Y es presencia de Dios, porque se despliega grandemente. Es la experiencia del Reino de Jesús, que cuando surge, se multiplica el pan y se sanan los enfermos del cuerpo y del alma.

Yo tuve un espacio cercano (tierno como decía la Madre Bernarda) y acogedor, donde sigo hasta hoy. Tratando de colaborar en lo que llamamos “Espiritualidad de la Providencia”.

La importancia de la espiritualidad

La Madre Bernarda decía: “La serenidad, la paz y la alegría, deben manifestarse en el semblante y en todo nuestro actuar”. Pero esto es producto no de un deber ser, no una obligación, sino de una experiencia profunda que no nos deja igual, eso es la espiritualidad, una manera de estar en el mundo. Uso un ejemplo: cerca de Santiago, en Linderos, hay un cedro del Líbano que tiene más de 300 años. Es enorme y mira desafiante con sus ramas al cielo. Es así porque ha tenido cuidados, buen abono, buena tierra y agua. Por eso es grande, fuerte y hermoso. Una buena espiritualidad ayuda a eso en el cuerpo y en el alma. Miremos el rostro de la Hermana Bernarda y, ¿qué vemos? Fuerza, cercanía, fe… Ella decía en una de sus cartas circulares (26): “Nada podemos por nosotras mismas; pero por medio de la oración, de la práctica de la caridad y la unión fraternal todo se alcanza”. Podríamos decir que hay algo en ella que la habita y eso es la espiritualidad.

Para mí, la espiritualidad ha sido una pasión, no teórica, sino un anhelo. Sé que en la medida que deje a Dios actuar en mí, todo cambiará, como lo hizo la Hermana Bernarda…,  desde mi historia y mis opciones de hoy.

¿La espiritualidad es importante? La mayoría o todas las personas -sobre todo en nuestros ámbitos –  vamos a decir: indudablemente que sí. Sin embargo, en estos tiempos de crisis eclesial, de pérdidas de fe, de desprestigio de la iglesia, de cansancios, de estrés y de conflictos, tenemos que ir al rescate de una espiritualidad que pueda ayudar a sanar nuestro cuerpo y nuestra alma, enfrentando un contexto que nos tiene heridos.  Se trata de ir más allá de las prácticas piadosas, de oraciones monótonas, de sacramentos con poca vida, de devociones rutinarias que alejan más la presencia de un Dios que siempre es búsqueda y mayor. Tenemos que atrevernos a ser peregrinos audaces y creativos. La espiritualidad es vital, pero no cualquiera. ¡Este es el desafío!

Nuestra Espiritualidad tiene un apellido fundamental: Providencia. Se trata entonces de descubrir la presencia amorosa de Dios para entregarla a otros(as) y al mundo. Nos asomamos a Jesús que habla y se expresa también, por medio de nosotros, pero nadie puede entregar algo, con verdad, sino lo vive. Quizás por eso nos falta pasión y entrega, cuando nuestra vivencia de la Providencia está deslavada, ya que no se logra condensar en una experiencia personal intensa. Vivimos muchas veces la paradoja de estar con Dios, pero sin los efectos de su presencia. Lo siento en mí y lo veo alrededor.

De aquí la importancia de rescatar en nuestra Espiritualidad de la Providencia la interioridad, el silencio, el autoconocimiento y el cultivo de las relaciones humanas, para experimentar la alegría de Dios Padre y Madre que hacen morada en nuestro corazón. Caminos que hoy muchas veces otras corrientes usufructúan con tanta moda esotérica, y no nos damos cuenta de que todo esto es lo más propio de nuestra fe que tenemos que cultivar y entregar, casi de manera urgente. Puede haber hoy crisis y ausencias con la Iglesia, pero no de la espiritualidad, que nos constituye como hombre y mujer; origen y fin. Nuestra solidaridad creativa con  los pobres y el cultivo de las virtudes como la simplicidad, están basadas en una experiencia previa de un Dios que fortifica y hace posible estas hermosas y desafiantes aspiraciones. Si un auto no tiene bencina, lo podemos empujar y empujar y llegar al destino que deseamos, pero estaremos agotados y sin fuerzas. El desafío (y me incluyo) es cultivar el camino de la interioridad, para darnos cuenta de que Dios Providente nos habla, y mucho, dándonos acceso a una mirada gratuita y no depredadora, como nos tienta la sociedad de consumo. Silencio, para escuchar lo que el ruido trabajólico no nos deja oír. Autoconocimiento, para percibir lo que nuestras fragilidades y crisis de lo cotidiano están afectando a todo lo que somos. Cuidado de las relaciones humanas, para crecer en los afectos y la ternura, como hijos e hijas de un Dios Amor.

Estos caminos nos llevan al proyecto amoroso de Dios Padre y Madre Providencia. Nos hacen encontrar las huellas del creador en nosotros(as). Si todavía prima el invierno en nuestra vivencia espiritual, dejemos que entre el sol de la interioridad y de la solidaridad. Cuídenos nuestro mundo interno para conseguir una  mirada universal. Sin ello, no podemos ser humanos y menos cristianos. En palabras de Gabriela Mistral “Es de noche y baja la hierba el rocío; mírame largo y habla con ternura, ¡que ya mañana al descender el río la que besaste llevará hermosura!”. La Madre Bernarda, encarnó una espiritualidad providencia en su tiempo, nos queda hoy para mí y todas y todos, continuar con este desafío.

Tiempos críticos de discernimiento

 La Madre Bernarda expresaba: “En Dios hallaremos luz, gracia y fortaleza, para conocer y cumplir su santísima voluntad”.

No sé si estos tiempos son más complejos que los de antes. Mi generación no vivió una guerra mundial, pero los datos, por nombrar dos situaciones aunque son de distinto orden, como la crisis ecológica por el calentamiento global y la crisis de la Iglesia en Chile, ya comentada, son realidades dramáticas y preocupantes.

En toda crisis, existe un primer momento, de quiebre, doloroso; hasta que se logra incorporar las novedades que emergen. No es conveniente amortiguarla y menos apagarla, ya que es la señal de los nuevos y necesarios equilibrios.

En relación con la Iglesia Chilena, todavía vendrán los vientos impetuosos de los que se atreven a denunciar, para dejarnos conducir hacia las renovadas y creativas decisiones, y sobre todo compensaciones que urgentemente se necesitan, aunque no alcancen a mitigar tanto sufrimiento. Tenemos que escuchar y estar alertas a todo lo que sucede. Muchos ya se han ido, como lo vemos en los templos semivacíos, al menos en Santiago. Quedamos los porfiados que visualizamos que este temporal tiene un profundo sentido, en fidelidad al misterio de Dios, que nos hace vivir en este tiempo, aunque se necesiten probablemente una o dos generaciones. Se requieren cambios de mentalidad y nuevos paradigmas de comprensión de lo que sucede, desde dentro y desde fuera de la iglesia. Tarea de alcance global, que tiene la audacia del Espíritu, que hace nacer todo de nuevo. Lo hizo la Madre Bernarda en su tiempo, ahora queda el desafío para nosotros.

Ignacio de Loyola decía que no solo es importante despejar lo que sucede, sino especialmente, qué hacemos con lo que sucede. Dos movimientos: darnos cuenta y tomar las acciones debidas. Estamos en el primer momento, por muchos planes que se hayan elaborado hasta ahora. Un caso más de abusos, destroza lo pensado, y se tiene que rehacer todo, incorporando esa oscuridad. En estos tiempos, complejos, en sus distintos niveles, tenemos que disponernos más que nunca a atrevernos a soñar nuevos caminos para reconstruir otra iglesia. Un camino lento pero necesario, con batallas perdidas y retrocesos, pero con vocación de éxodo. Tenemos que construir “relato” de estos tiempos, como la tierra que fecunda las semillas que se rompen para dar vida, ya que, en los tiempos venideros, las nuevas generaciones sostendrán nuestros aciertos y errores.

Una característica de Madre Bernarda era su sentido de experiencia de Dios en medio de los conflictos y dificultades que le tocó vivir. Logró escuchar la voz del Señor en medio de los apremios y tropiezos. Aclaró y afrontó, a través del evangelio, como leemos en sus cartas. Ayudó a mirar “más allá”, para que las sombras no se quedaran pegadas en el alma. Don tan valioso para este tiempo, que yo lo he vivido muchas veces. Abrirse al discernimiento es vital en tiempos de crisis. El día emerge del momento más oscuro.

Somos la última generación

Hace poco tiempo escribí un artículo que lo titulé: “somos la última generación”. Decía, para los que estamos en la década de los cincuenta o más, que somos la última generación que vivió el refrán “abril, aguas mil,” que jugó con los “pololos” (insectos que se pegaban en los dedos o en la ropa), que escuchábamos a los grillos y veíamos cómo volaban mariposas, abejas y cruzaban los saltamontes en la primavera. Paseábamos por las veredas descubriendo más de alguna lagartija, mientras volaban infinidad de gorriones, e incluso podíamos escuchar el croar de las ranas en alguna fuente o en los charcos, después de una abundante lluvia. Todo en Santiago, especialmente cerca de las plazas que en ese entonces eran espacios de mucha vegetación y de grandes árboles. La transformación y la destrucción del hábitat, especialmente por el cambio climático, es una realidad con la que han nacido las nuevas generaciones, con graves consecuencias que van más allá de nuestros recuerdos de antaño.

De ahí el llamado incansable del Papa Francisco a una ecología integral, para redescubrir nuestra identidad como hijos e hijas de Dios y encargados de ser administradores de la tierra (Laudato Si). ¡Todos y todas tenemos que hacer algo por este mundo cada vez más desertificado! ¿Qué heredarán las siguientes generaciones si no hacemos hoy algo al respecto? La conversión, como actitud espiritual, se encarna actualmente con estas temáticas. Un compromiso reiterado de las Orientaciones Capitulares 2017-2022 de la Provincia Bernarda Morin. Obviamente, este problema nos desborda, pero por algo hay que comenzar.

Somos la última generación que vivió sin celular e incluso sin INTERNET, hecho incomprensible para las generaciones actuales. Las comunicaciones, a lo más, eran por teléfono fijo y, sobre todo, cara a cara. Las visitas y las comunicaciones eran de persona a persona. Todo esto nos entregó experiencias y códigos que nos formaron. Desde ahí, sensibilidades mayores, para crecer en relaciones más cercanas y personalizadas.  Construir adecuados vínculos, desde la vocación y desde nuestras opciones, que permitan el desafío de una “comunidad de aceptación y de amor” (Constituciones y Reglas, N°19).

Somos la última generación que vivió sin mall e incluso, los mayores, sin supermercados. Alcanzamos a vivir sin un mercado desbordado por el consumo y el materialismo. La ola neoliberal nos invadió el cuerpo y el alma y nos hace hoy estar sumidos en las compras y en las deudas en el país. Por supuesto que disminuyó mucho la pobreza, pero también con márgenes muy altos de desigualdad. Realidad que nos desafía, no solo por el voto de pobreza, a preservar la austeridad como don y a privilegiar a los que están fuera de este sistema depredador. Provoca ir a “las personas y grupos, cuyas necesidades básicas no están satisfechas, y las víctimas de injusticia, especialmente los rechazados, los marginados, los sin voz” (Constituciones y Reglas N°R9).

Somos la generación que vivimos los cambios provocados por el Concilio Vaticano Segundo. Fuimos testigos y protagonistas de una Iglesia cercana, entusiasmante y relevante en períodos complejos en nuestro país. Participar en comunidades de base, escuchar al Cardenal Silva Henríquez, conocer a sacerdotes obreros y sentir la santidad del Obispo Enrique Alvear fueron espacios privilegiados de una Iglesia que cautivaba. Hoy  vivimos en una iglesia golpeada en Chile, sin embargo, con el permanente desafío de seguir anunciando a Jesús. Son tiempos de discernimiento en humildad. Conocer otra iglesia, para mí, no fue coincidencia. Lo sabemos los que confiamos en la Providencia. Nuestras vivencias anteriores nos inspiran y dan fuerzas para seguir aportando. Se ha removido la tierra para ablandarla,  –como decía la Madre Bernarda- “para implantar de nuevo a Jesús en su conocimiento y amor”. De grandes cosas estamos hablando. Las transformaciones surgen desde dentro hacia afuera, como un tiempo urgente de kairós.

Hemos sido testigos y protagonistas de otra manera de estar y relacionarnos con la naturaleza, la sociedad y con la Iglesia, por nombrar algunos de estos tópicos vitales. El Papa Francisco decía: “Debemos cambiar firmes en Jesucristo, firmes en la verdad del evangelio, pero nuestra actitud debe moverse continuamente según los signos de los tiempos” (Homilía en la Misa de la Casa de Santa Marta, 23 de octubre del 2015). No podemos idealizar el pasado que vivimos, pero sí, que nos ayude a tener esa mirada sabia y prudente, para interpretar los signos de los tiempos. Somos la última generación, pero, por eso mismo, nuestra responsabilidad hoy es mayor. Que la nostalgia nos ayude para un discernimiento, que logre asumir los desafíos actuales. La Providencia, que nos  hizo ser testigos y protagonistas de otro mundo, nos sigue ayudando para aportar a las realidades que claman hoy.

A modo de cierre

Cómo dije al principio, he tratado de construir un mosaico con la esperanza que emergiera finalmente el rostro de Madre Bernarda. Su presencia ha delineado estas palabras y mi esperanza de continuar encontrando caminos marcados por la vida de ella. Estoy convencido que es Providencial haberme encontrado con las Hermanas y la figura de la Madre Bernarda. Es un regalo profundo que voy develando día a día. Me ha hecho bien para mi vida, me ayuda a pensar y sobre todo a orar.

Termino haciendo presente una carta de Madre Bernarda a Madre Filomena, superiora general de su Congregación, en los primeros tiempos en Chile. La Madre Bernarda llora por sus hermanas que están lejos. Ella dice: “yo las he amado siempre y las amo todavía ardientemente…”. Ella está afligida, pero siente la importancia de ser lúcida y verdadera ante Dios. Su actitud me ayuda. Se trata solo de amar, pero en verdad. Esto significará en unos momentos quizá destruir para construir. La vida es así. Tengo que reconocer que he estado bastante mejor en mis relaciones y con Dios. Siento, que la Madre Bernarda tiene que ver con esto. Ella está con el Señor y desde allá sigue acompañando. Esto lo siento y lo agradezco, y aquí, termina el mosaico.

Juan Carlos Bussenius R.
Coordinador del Centro de Espiritualidad Providencia (CEP).

 
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