Por Loreto Fernández M. Oficina de la Causa de Beatificación de Madre Bernarda Morin.
“Propender siempre a la paz y a la unión” son las palabras de la Sierva de Dios Bernarda Morin que se han elegido como el lema conmemorativo por los 170 años de presencia en Chile de las Hermanas de la Providencia. No una, sino muchas veces en su correspondencia, madre Bernarda invita a las hermanas a buscar estas virtudes.
Posiblemente ella, quien sufrió en carne propia la discordia en varios momentos de su vida, producto de las incomprensiones tan propias del devenir humano, sabía del daño que provocan las divisiones y, por el contrario, como lo muestra la historia de la Congregación en Chile, la fecundidad que logran en algunos períodos las comunidades consolidadas, fieles al Evangelio y centradas en la misión. Sin embargo, esto que parece tan simple, no lo es y la profundidad de su llamada a las hermanas de ayer debe ser una invitación a quienes hoy admiramos su obra. He aquí algunos aprendizajes de esta sentencia.
Propender es orientar, inclinarse, buscar, encaminarse a algo. La paz y la unidad, por tanto, no son algo dado, sino más bien, la meta de un camino que se debe recorrer, construir día a día. He ahí la insistencia con que madre Bernarda llama a las hermanas a vivir con esta máxima.
Propender siempre, como nos pide Bernarda, no es evitar ni ocultar los conflictos. Está condicionado siempre a un discernimiento ético, donde la fidelidad al querer de Dios en un momento histórico determinado, es esencial. Esto queda claramente ejemplificado en un momento decisivo de la historia congregacional en Chile, cuando las hermanas apenas llevaban algo más de nueve años y se produjo el abrupto regreso de dieciséis religiosas a Montreal, en febrero de 1863. En esa ocasión, madre Bernarda fue acusada de desunión e incitada reiteradamente por sus hermanas a volver con ellas[1] y, pese a que claramente lo más fácil y aparentemente pacífico hubiese sido regresar siguiendo el llamado de la mayoría, ella, a pesar del amor por su Congregación, decide en conciencia que no puede abandonar ni a los huérfanos ni a los enfermos a quienes, en virtud de la caridad y sus reglas religiosas, debe servir[2]. Esto va a provocar un quiebre que tiene por consecuencia el que las casas de Chile pasaron a ser una Provincia en el año 1865 y luego una Congregación religiosa de derecho pontificio independiente de la de Canadá, en 1880.
La división es siempre una triste posibilidad en los proyectos humanos, marcados por la fragilidad y porque las personas, hasta con la mejor intención, somos falibles. Sin embargo, desde una mirada de fe sabemos que todo acontece para el bien de los que aman a Dios (Rm. 8, 28) y que es justamente en esa fragilidad humana donde la Providencia se hace presente y actúa transformando la historia con su gracia; como muy bien escribiera la Sierva de Dios algunos años después de la separación: “Al escribir esta carta, querida Madre, me recuerdo que Usted, sor Jean de la Croix y yo, nacimos en la misma parroquia; somos más o menos de la misma edad y hoy formamos un triángulo que abraza a toda América. Que agradece al Cielo el que estos lazos se reestablezcan, que nuestros corazones, nuestras almas y nuestras obras se unan por la práctica de una misma regla”[3]. La separación canónica y las dolorosas rencillas entre las hermanas no pudieron extinguir el cariño que se sobrepuso a las diferencias y que terminó por expandir la obra de la Providencia en el Continente hasta la actualidad.
Si se actúa rectamente y en conciencia, no superficialmente dejándose llevar por la corriente, sino humildemente escuchando el llamado de Dios, será a su hora cuando se den los frutos y cuando se pueda gozar de la paz y la unidad. En el caso de las Hermanas de la Providencia, esperaron noventa años para que se restituyera la unión y Chile fuera nuevamente una Provincia, en plena comunión con toda la Congregación.
Hoy, a punto de completar ciento setenta años de historia en estas tierras, la conmemoración se efectúa con una líder congregacional chilena y con un proceso que para dar respuesta a los desafíos del hoy en la misión, cambia de estructura y vuelve a una sola entidad canónica, donde se invita a hermanas, Asociados Providencia, colaboradores, amigas y amigos, a encarnar los valores del Evangelio y claro, para ello debemos seguir andando los caminos de la paz y la unidad, como tan bien lo sabía nuestra querida Bernarda.
[1] Cf. Morin, Bernarda “Historia de la Congregación” tomo I, pp. 137-212
[2] Cf. Donoso, Francisco “Bernarda Morin” su vida y su personalidad, p. 289
[3] Carta del 20 de julio de 1887 a Rvda. Madre Godofreda, superiora general, de Madre Bernarda Morin en Fotocopias de Correspondencia con Montreal 1958-1879 en Archivo de Secretaría Provincial
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