Por Hermanas de la Providencia.
«Vengan, benditos de mi Padre, y tomen posesión del reino que
ha sido preparado para ustedes desde el principio del mundo” (Mt. 25,34).
Hermana María Esmeralda Ibarra Lazo, conocida como María Cecilia, falleció el 11 de julio a los 88 años de edad y 72 años de vida religiosa. El 19 de noviembre de 1942 hizo su Toma de Hábito en la Congregación de las religiosas Franciscanas de Santa Verónica de Juliane y el 24 de septiembre de 1967, pasó a formar parte de la Congregación de las Hermanas de la Providencia.
Mujer humilde y sencilla, era de trato amable, sin complicaciones y dispuesta a servir en lo que se necesitara. Entre 1970 a 1979 perteneció en diferentes momentos a las comunidades de los Sagrados Corazones y La Providencia de La Serena, donde junto con cumplir diversas funciones, trabajó como secretaria de dicho Arzobispado.
Luego sería trasladada a Tocopilla, donde estuvo al cuidado de las internas hasta 1983; en 1984 pasó a ser asistenta de esa comunidad y a trabajar en el ministerio de pastoral parroquial, tanto en la ciudad de Tocopilla como en el Campamento de Michilla, misión muy reconocida tanto por el arzobispo de Antofagasta como por los mineros, labor en la que continuó hasta 1993 y donde previamente, en 1990, había sido nombrada superiora de la comunidad.
En 1994 pasa al ministerio de acción social, como asistenta de la comunidad San Vicente de Paul en Limache, donde con posterioridad será superiora entre 1995 y 1996. Al año siguiente es nombrada superiora del Hogar de Ancianas de Valparaíso, para regresar a la pastoral parroquial entre 1997 y 2000, como superiora de la Providencia de Vicuña.
Tras un año en la comunidad Bernarda Morin, estuvo misionando entre el 2002 y el 2009 en el Hogar San José de Santiago, para regresar a la comunidad Bernarda Morin en el 2010, lugar donde estuvo hasta su muerte y desde donde colaboró activamente hasta el año 2012 en el Comedor Emilia Gamelin.
Sus últimos años estuvo afectada por un deterioro neuronal, que la hacía pasar por momentos de tristeza y desasosiego; sin embargo, la enfermedad no pudo opacar la belleza interior de hermana Cecilia, quien mantuvo hasta el final una dulzura que salía a relucir a menudo en su trato, su sonrisa y su profunda piedad y fe en Dios Padre Providente, en Nuestra Señora de los Dolores y en Jesús y su Evangelio, que ella vivenció hasta el final de su vida.
Quienes la conocieron, contaban historias sobre su caridad y actitud bondadosa, su preocupación por los detalles y el velar para que las personas se sintieran bien y tuvieran lo necesario. Fue hermana Cecilia una mujer buena y simple de corazón, acogiendo a todos los que Dios puso en su camino, viendo en cada uno de ellos al mismo Jesús, a quien ella amó y siguió fielmente durante toda su vida.
Damos gracias por su vida y por su testimonio de fidelidad a Dios y a la Congregación y al despedirla le decimos:
Hermana Cecilia, descansa en paz y ora por nosotras.
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