Por Loreto Fernández M. Oficina de la Causa de Beatificación de Madre Bernarda Morin.
“Miguel, Ángel de paz, pacifica la tierra;
Aparta la discordia y cura nuestros males.
Quien ame todavía la inquietud de la guerra
Que la vaya a buscar en antros infernales”[1].
La guerra siempre es una noticia terrible y nuevamente tenemos que lamentar un conflicto bélico, esta vez, protagonizado por Rusia y Ucrania.
Como toda guerra, a su siembra de muerte y destrucción se suman consecuencias en escalada que afectan a todo el planeta de maneras desastrosas e insospechadas. Todos perdemos, incluso quienes de primera mano ganan con la venta de armamento y tecnología para matar. En un mundo con una crisis ecológica sin precedentes, cuesta entender que la codicia, sumada a los juegos de poder de las potencias mundiales, sea tan irracional como para llevar a todo el planeta al despeñadero.
Duele también darse cuenta que vivimos en un mundo donde unos muertos y desplazados importan muchísimo más que otros. Ahora mismo tenemos niños, mujeres, ancianos y toda clase de personas que sufren en medio de conflictos armados, sin que sus existencias conciten solidaridad ni compasión, como si solo el sufrimiento de aquellos que nos muestran los Medios de Comunicación existiera. Afganistán, Yemen, Palestina, Etiopía, Myanmar, República Democrática del Congo, son algunos de los focos donde, tristemente, la guerra es parte del cotidiano vivir.
Nuestra querida Sierva de Dios Bernarda Morin en su larga vida fue testigo de varias guerras. Por ejemplo, la de Chile contra España (1865-1866), donde la Casa de la Providencia estuvo lista para acoger a los heridos. También la guerra del Pacífico (1879 y 1884), de la cual se lamentaba en varias de sus cartas: “La guerra continúa sin esperanzas de ver su término. El 26 de septiembre próximo debe partir la expedición a Lima […] Quiera Dios que este sea el último sacrificio y nos conceda la paz. ¡Cuántas penas y sufrimientos ocasionan la guerra; y si es un flagelo para el vencedor, qué podría decirse para el que es vencido! Nosotras siempre tenemos el cuidado de los heridos en Valparaíso”.
Una vez finalizada la guerra civil de 1891, Madre Bernarda se refirió en estos términos a ella: “La guerra civil que nos ha afligido parece terminada; pero no las susceptibilidades y las animosidades que ha engendrado. Una guerra civil es un castigo mucho más riguroso que una guerra con el extranjero; porque, después de la guerra civil, es imposible separar completamente los elementos de la discordia que renuevan a cada instante las ideas y los resentimientos de la misma discordia. El tiempo y los frutos dirán si el triunfo obtenido por la revolución es una recompensa o un castigo. La verdad de muchas cosas, de hecho no será clara, creo yo, sino en algunos años más. Nosotras hemos cuidado a los heridos en cuatro de nuestras Casas”.
A la distancia la Sierva de Dios también fue testigo de la primera guerra mundial (1914-1918) y de otros conflictos en Canadá que seguía con preocupación.
Una y otra vez, a lo largo de los años, la querida fundadora de las Hermanas de la Providencia en Chile expresa su aversión a la guerra: “No hay una plaga tan terrible como la guerra: ¡Quiera Dios preservarlos!”; “La guerra es la mayor desgracia”; “Las pasiones humanas ciegan y conducen a grandes extremos”. También se duele de la insensatez de no vivir en armonía: “Las riquezas del mundo entero se precipitan en un abismo sin fondo: la vida, las luces, los talentos, los esfuerzos del hombre durante muchos siglos se emplean ahora para matarse unos a otros”; “¿Qué son los hombres? Ayer tan humanitarios, tan preocupados del cuidado de su pobre humanidad, hoy emplean todos los dones de Dios, su inteligencia, su trabajo, sus fuerzas, sus riquezas en medios para quitarse la vida los unos a los otros, en vez de amarse, de vivir en unión como lo prescriben los Mandamientos de Dios y el sentimiento de humanidad”.
Como mujer de profunda fe, Madre Bernarda pide sin cesar el don de la paz: “La paz es un bien incomparable, por lo cual es razonable ceder, mientras la conciencia lo permita, para conservarla”; “Ruegue a Dios que nos de la paz”; “¡Quiera Dios poner fin a la gran prueba de la guerra y concedernos las ventajas de la paz!”.
Que en estos tiempos turbulentos el ejemplo de Madre Bernarda nos anime a buscar la paz y, con porfiada esperanza, unirnos al clamor expresado hace años ya por el Papa Francisco: “¡Nunca más la guerra!”[2].
[1] Todas las citas han sido tomadas del documento: “Copia Archivo Cancillería Arzobispado de Quebec” en Archivo Causa de Madre Bernarda Morin.
[2] Invocación por la Paz, Papa Francisco, 8 de junio de 2014 https://www.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2014/june/documents/papa-francesco_20140608_invocazione-pace.html.
Imagen de cabecera: Ukraine. Fotografía por Taine Noble en Unsplash.