Por Rossana Suarez Cretton, coordinadora de Pastoral del Colegio Providencia del Sagrado Corazón de Temuco. Colaboración coordinada por la Oficina de la Causa de Beatificación de Madre Bernarda Morin a propósito de la conmemoración de la Primera Comunión realizada por la Sierva de Dios el 10 de agosto de 1842.
Venerance había cumplido los ocho años y sintió en su corazón un inmenso deseo de recibir a Jesús Sacramentado. Su madre, siempre atenta, escuchó su deseo y le prometió presentarla al Padre como aspirante a la Primera Comunión, siempre que su conducta correspondiese a sus deseos. Su mamá fijó un pequeño reglamento que acrecentase su vida espiritual. Venerance todos los días debía rezar el Santo Rosario pidiendo a la Santísima Virgen que preparase su corazón como una grata morada para su Divino Hijo. Al asistir a la Santa Misa debía hacer actos que mostraran su deseo de recibir en su pecho al Dios Sacramentado. Tuvo que trabajar para vencer su genio y caprichos infantiles, siendo más obediente y dócil a sus padres.
Impulsada por su ardiente deseo de comulgar, Venerance se esforzó por seguir las piadosas recomendaciones de su madre. Con mucha ternura y filial confianza acudía a la Santísima Virgen para rezar el Rosario. El Señor le concedió desde niña la gracia insigne de comprender y gustar de la liturgia de la Santa Misa y ceremonias de Semana Santa.
Su profesora de catecismo le explicó una vez cómo la Santa Misa es la principal y más grande ceremonia católica. Jesús cautivó desde entonces el corazón de la niña. Escuchaba con mucha atención las instrucciones de su catequista, el significado de las ceremonias, objetos litúrgicos y el espíritu con que se debe asistir a ellas. Con tan sólido fundamento, su piedad se hizo más litúrgica y el amor a la Santa Iglesia, uno de los grandes afectos de toda su vida, empezó a nacer en su corazón.
Su madre comprendía el tesoro de riquezas espirituales que encerraba el alma de su hija, entonces le enseñó a vencer su carácter y a dirigir a Dios los impulsos de su ardiente corazón.
Llegó por fin el día tan anhelado de su Primera Comunión. Había cumplido nueve años. El Padre la encontraba lo suficientemente preparada para ese gran acto y su madre estaba orgullosa de sus progresos espirituales. Los tres últimos días los pasó en un fervoroso retiro durante el cual hizo confesión de todos los pecados que recordaba haber cometido.
Purificada así su alma por una sincera confesión y embellecido su corazón con las flores de amor y afectos al Buen Jesús que se dignaba venir a su pecho, vio por fin amanecer el día más esperado.
Llegó el 10 de agosto de 1842, fecha que tan gratos e imborrables momentos dejaría en su corazón. Se levantó muy temprano, fue a la habitación de sus padres, les pidió perdón por sus faltas e imploró su bendición. Conmovidos, la abrazaron y pidieron al Buen Dios que bendijera al fruto bendito de su santa unión.
Vestida con un sencillo trajecito blanco y absorta en la grandeza del acto que iba a realizar, se dirigió al templo. Doscientos niños recibieron aquel día la Primera Comunión.
El Padre pronunció palabras tiernas y fervorosas, que conmovieron a los pequeños comulgantes.
El alma tan pura de Venerance, llena de amor divino, se unió con un lazo sólido y eterno al Corazón de Cristo que tanto ansiaba reposar en ella. Los goces más íntimos e intensos del santo amor inundaron su alma, fijando nuevos horizontes a su vida y el deseo de darse enteramente a Dios, nació en su corazón.
Un día realmente hermoso y significativo para Madre Bernarda.
Imagen de cabecera sólo de referencia. Créditos: Les Communiants, 1893. Pintura por Emile Claus (1849–1924). Obra en el dominio público. Extraída desde commons.wikimedia.org.