Por Cecilia Venegas Romero, secretaria ejecutiva del Centro Administrativo Bernarda Morin. Colaboración coordinada por la Oficina de la Causa de Beatificación de Madre Bernarda Morin con ocasión de la conmemoración de la profesión religiosa de la Sierva de Dios, del 22 de agosto de 1852.
Comienzo esta breve reflexión agradeciendo a Dios por la oportunidad que me ha brindado la Oficina de la Causa de Beatificación de Madre Bernarda Morin, a través de la hermana Ana Georgina Rozas, coordinadora de la Oficina.
Recuerdo que hacia el año 2000 llegó a mis manos una revista con una breve reseña histórica sobre la vida de Madre Bernarda. En ese momento, mientras disfrutaba de la lectura, sentí que estaba ante una persona de Dios: humilde, sencilla, orante y entregada a los más pobres. Admiré profundamente su valentía al dejar su tierra natal y llegar al extremo del mundo. Su fecunda misión en Chile me hace pensar que construyó sobre roca —como dice el Evangelio—, no solo con sueños y anhelos, sino con un seguimiento fiel y admirable de Jesús. De ese seguimiento se desprende toda su vida y obra en nuestra tierra.
Hace dos años se celebraron los 170 años de presencia de las Hermanas de la Providencia en Chile. Madre Bernarda vivió 76 de esos años, en una hermosa aventura de entrega en los diversos lugares donde fue fundando comunidades.
Profesó sus primeros votos el 22 de agosto de 1852 y fue destinada inmediatamente a fundar en Oregón. En dicha profesión religiosa, esta alma privilegiada selló con Nuestro Señor Jesucristo el acto más solemne y generoso que una criatura puede realizar en este mundo, iniciando así su “martirio de amor” —como diría Santa Teresa de Ávila— en el altar, para consumarlo en el Calvario. Le entregó su alma, su cuerpo y todo su ser, además de su porvenir incierto, confiando sólo en la Divina Providencia.
La noticia de su partida a Oregón la recibió con algunas lágrimas, pero no muchas —según contaba con sencillez—, quizá porque aún se sentía “como de etiqueta” con el Divino Esposo, o porque tenía alguna ilusión sobre el fruto de las misiones. El viaje fue fijado para el 18 de octubre de 1852.
Partieron… y algunas de ellas no volvieron jamás.
Al no poder concretarse la fundación en Oregón, continuaron su rumbo por el océano Pacífico para regresar a Canadá, rodeando el Cabo de Hornos. Después de 80 días de navegación en un buque de vela, llegaron a Valparaíso el 17 de junio de 1853: un día bendecido y lleno de la Providencia de Dios para nuestra tierra.
Sobre sus votos
El amor esponsal que selló con sus votos de castidad, pobreza y obediencia en aquella primera profesión religiosa fue, como ella misma decía, una forma de “etiquetarse” con el amor divino. Jesús se convirtió en su Esposo para siempre. Él le exigía, pero la amaba, y ella experimentaba ese amor filial que la mantenía siempre vigilante y esperanzada en los acontecimientos de su vida de seguimiento.
Y cuando menciono seguimiento, me refiero a ese llamado cotidiano y constante a discernir la voluntad de Dios en la oración y en la soledad, donde el alma se encuentra con su Creador para amarlo más y seguirlo mejor.
Los votos en la vida religiosa son un medio para alcanzar el fin último: la plena identificación con Cristo. Madre Bernarda trabajó incansablemente por el bien de los más pobres, de los desconsolados y abandonados. En esa entrega se encarnan sus votos religiosos:
- La castidad: capacidad de amar profundamente, de perdonar, de cuidar y crear vínculos humanos, de ver a Cristo en los demás. Cuando este voto pierde su centro —que es Jesús— también pierde la sal del seguimiento y del apostolado.
- La pobreza: vivida en sencillez, desapego de la opulencia y del prestigio. Madre Bernarda nunca buscó el reconocimiento, sino que vivió con humildad. Cito: “Miren las aves del cielo, que no siembran ni cosechan, y sin embargo, tienen alimento” (cf. Mateo 6, 26).
- La obediencia: si bien históricamente se entendió como una obediencia ciega al superior, hoy, luego del Concilio Vaticano II, ha evolucionado hacia una obediencia dialogante, que busca en comunidad la voluntad de Dios. Madre Bernarda, que vivió en el siglo XIX, asumió con total confianza y entrega esa obediencia absoluta cuando fue enviada a Oregón. Lo que ocurrió en el camino —que le impidió llegar a su destino y la condujo hasta Chile—, sin duda lo vivió como voluntad de Dios Providente.
Gracias, Madre, por tu ejemplo de consagración por medio de los votos.
Un canto inspirado en el Cantar de los Cantares (4,1ss)
El siguiente canto, inspirado en el Cantar de los Cantares, refleja en cierto modo lo que fue Madre Bernarda Morin, al vivir con absoluta entrega y amor sus votos religiosos:
“Ven del Líbano, ven…”
Ven del Líbano, esposa,
ven del Líbano, ven.
Tendrás por corona la cima de los montes,
la alta cumbre del Hermón.
Tú me has herido, herido el corazón.
¡Oh, esposa, amada mía!
BUSQUÉ EL AMOR DEL ALMA MÍA,
LO BUSQUÉ SIN ENCONTRARLO.
ENCONTRÉ EL AMOR DE MI VIDA,
LO HE ABRAZADO Y NO LO DEJARÉ JAMÁS.
Yo pertenezco a mi amado y él es todo para mí.
Ven, salgamos a los campos,
y nos perderemos por los pueblos.
Salgamos al alba a las viñas
y recogeremos de su fruto.
Levántate deprisa, amada mía,
ven, paloma, ven.
Porque el invierno ya ha pasado,
el canto de la alondra ya se oye.
Las flores aparecen en la tierra,
el fuerte sol ha llegado.
Como un sello en el corazón,
como tatuaje en el brazo.
El amor es fuerte como la muerte,
las aguas no lo apagarán.
DAR POR ESTE AMOR.
El Jubileo de la Vida Consagrada
Por último, es relevante mencionar que estamos viviendo el Año Jubilar de la Iglesia Universal, convocado por el papa Francisco. Prontamente se vivirá en Roma el Jubileo con los jóvenes, convocados de todo el mundo, trayendo sus realidades y sueños. En octubre será el Jubileo de la Vida Consagrada, al que acudirán desde todos los continentes mujeres y hombres que han optado por seguir a Jesús, consagrando totalmente su ser y su haber.
El papa Francisco se dirigió a los consagrados a través de una carta, motivando y marcando tres puntos principales para este Jubileo. Copio parte de ella:
«Queriendo responder a los deseos del Papa, hemos pensado en una propuesta para los consagrados que combine la palabra “esperanza” con la palabra “paz”, con tres escenarios como telón de fondo:
- Compromiso con los «últimos»: escuchar el clamor de los pobres
- Cuidado y custodia de la creación: tutela del medio ambiente
- Fraternidad universal: solidaridad
El lema del Jubileo de la Vida Consagrada será “Peregrinos de esperanza, por el camino de la paz”, precisamente porque nos parece que la urgencia más importante de nuestro tiempo es la paz».
Madre Bernarda buscó la paz, acogió el clamor de los pobres en las diversas expresiones de su época. Precisamente en esa entrega incondicional vivió sus votos. Hoy también la podemos proclamar “Peregrina de esperanza”, buscando siempre el querer de Dios.
Imagen de cabecera: Una Hermana de la Providencia al interior de la iglesia de Saint-Pierre de Sorel, Quebec, donde la Sierva de Dios Bernarda Morin realizó su profesión religiosa en 1852.