Por Loreto Fernández M. Oficina de la Causa de Beatificación de Madre Bernarda Morin.
El 11 de mayo de 1850, la joven canadiense Venerance Morin —quien a sus dieciocho años siente que Jesús quiere todo su corazón— llega acompañada de su papá a la casa de las Hermanas de la Providencia en Montreal. La Congregación, fundada solo siete años antes, fue cuidadosamente elegida por la joven, que años después escribió: “Se puede decir con verdad que la he elegido entre mil y sin hacer agravio a las demás congregaciones religiosas hallo en la mía tantos medios de imitar a Nuestro Señor, de procurar su gloria, tantos medios de santificarme por el ejercicio de las más sólidas virtudes que no puedo menos que felicitarme de mi elección”.
La candidata fue recibida por madre Emilia Tavernier-Gamelin, fundadora de la Congregación, quien le pidió que escribiera los motivos que tenía para entrar a la vida religiosa. La joven no duda y expresa: “El placer de seguir a Jesús y María pobres y sufrientes ha triunfado del placer de gozar más tiempo de las caricias de mis amados padres que tanto me quieren […] la humildad, la pobreza y la caridad son las virtudes que vengo a buscar en esta santa casa”.
Es aceptada ese mismo día, no sin el dolor de alejarse de su amada familia; sin embargo, el amor a Dios y su deseo de servirle es más fuerte que cualquier impedimento. Venerance recibió el nombre de Bernarda y antes de terminar su noviciado, fue elegida para una misión al Oregón, que por obra de la Providencia la trajo a Chile. Hoy la Sierva de Dios es recordada como la fundadora de la Congregación en Chile. Su incansable trabajo le valió el reconocimiento oficial del Gobierno, que le otorgó en 1925 la Condecoración al Mérito de Primera Clase por su larga y ejemplar labor de servicio a la infancia abandonada y por las diversas obras benéficas en hospitales, escuelas, “Ollas de los Pobres”, internados, asilos de viudas y cualquier necesidad que las religiosas estaban prontas a socorrer bajo su liderazgo y animación espiritual.
Ese primer “sí” de la joven Venerance, se transformó con el tiempo en la obra de la querida madre Bernarda. Sigamos su ejemplo y recordemos lo que alguna vez escribió: “Con santa sencillez pongamos los medios de nuestra parte y a su tiempo Dios Nuestro Señor dará el fruto.”