Por Juan Carlos Bussenius, coordinador del Centro de Espiritualidad.
A pesar de la crisis de nuestra Iglesia chilena, miles y miles de peregrinos visitan los santuarios marianos en estas fechas. De esta manera, día y noche, innumerables bailarines danzan en el Santuario de la Tirana, armando un emocionante escenario de fe y de piedad popular. Para los que hemos estado en ese santuario, siempre es un impresionante recuerdo. La advocación de la Virgen del Carmen sigue fortaleciendo el alma creyente de nuestro país. Al compás de los bailes religiosos, que siguen aumentando sobre todo en el norte del país, la devoción mariana ofrece un despliegue de oración y de piedad que reverdece las actuales sequías evangelizadoras.
La advocación de la Virgen del Carmen recoge elementos de otra devoción: Nuestra Señora de los Dolores. Los peregrinos que van a los santuarios llevan en sus corazones múltiples dolores derivados de un país tan desigual e individualista. En contacto con la “Chinita” –como la llaman los peregrinos que van al Santuario de la Tirana- brota la esperanza por un país más fraternal y solidario. En ese desierto, florece al compás de las bandas, la comunión y la aceptación por el prójimo. Surge una aceptación impresionante por el encuentro y la convivencia que viven los peregrinos; el sueño de vivir en comunidad. Fui testigo de ese espíritu cuando concurrí al santuario con siete personas, y nunca nos faltó nada. Personas que no me conocían nos ofrecieron un lugar donde dormir y comida. Algo misterioso surge al contacto con María, desplegando humanidad y fe, como anhelo por un país donde todos y todas seamos tratados justamente, más allá de nuestra condición social, sexual, de raza u otras características. María Dolorosa, con su amor compasivo, acoge las miserias, sobre todo de nuestro pueblo pobre. Ella está acompañando nuevamente a su Hijo cuando agonizaba, en los dolores de hoy. La Providencia se transparenta al contacto con ella. La fe que se despliega, fortalece la lucha y la misión por otra Iglesia, por otra sociedad y por otro mundo posible.
Llegar a Jesús, a través de su Madre, implica abrirse a lo femenino, un tema que todavía es una asignatura pendiente en nuestra Iglesia. Es paradojal que en las fiestas marianas la mayoría de los participantes sean mujeres y los que dirigen sean hombres; algún día podrá ser al revés. Hoy, más que nunca, es necesario revindicar el papel de la mujer en nuestra Iglesia, para que nos encamine y oriente en estos momentos de aridez.
La devoción a María, expresada desde un santuario, rompe la sequía por una participación religiosa o laical que asuma el rol que debemos tener hoy. Al contacto con las multitudes, recordamos nuestra vocación de pueblo cristiano, adulto, comprometido y deliberante frente a las crisis de poder y de instituciones a las que todavía les cuesta escuchar.
Pasada las fiestas, cada peregrino retorna naturalmente a su cotidianidad, pero con el corazón anhelante para la próxima celebración. Ha sido una experiencia única, pero que no queda como un simple recuerdo: amplía horizontes para construir nuevas maneras de vivir la fe. El camino de regreso prefigura el anhelo de lo vivido. Sueños creativos y audaces que pueden inspirar nuevas maneras y expresiones de nuestra fe. Nada es coincidencia, todo es Providencia.