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Hna. Mariana Peña aborda desde la psicología los aportes de Madre Bernarda en su época

Ponencia entregada por Hna. Mariana Peña en el marco de las actividades de la Muestra “Madre Bernarda en la memoria y el corazón”.

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Todos los presentes sabemos algo de Madre Bernarda y, como no soy historiadora, sino psicóloga, es desde ahí que voy a abordar los aportes que, a mi parecer, ella realiza a su época.

No puedo dejar de lado su perspectiva humana como persona, como mujer, en una época alrededor del mil ochocientos, donde la mujer no tenía el valor que tiene ahora. Aunque tampoco hoy tiene el valor que debería, al menos hablamos sobre esto y se saca la voz en relación con el tema de la mujer, pero en dicha época no era así. Entonces, se me viene a la mente una Madre Bernarda como mujer firme, en una época dónde la mujer no sacaba la voz con tanta firmeza, la destaco como fundadora, pero además considerando que era muy joven, en donde el valor de ser niño y ser joven estaba bastante disminuido, por lo que el que sea tan joven e inicie la obra en Chile a tan temprana edad no es un tema menor (19 años).

Abordaré aspectos religiosos, pero enfatizaré a Madre Bernarda como persona humana. Eso es lo que ella transmitió en su vida y, por supuesto, para ella lo humano era esencial, ya que lo humano lo veía como un regalo de Dios y desde ahí ella era esencialmente espiritual.

Una de las cosas que hay que reconocer de Madre Bernarda era que justamente permitía que las personas vivieran su humanidad, o todo lo que eran, como un regalo que Dios nos hace.

A partir de lo anterior quiero destacar cinco grandes aportes, los iré nombrando y desarrollando uno por uno.

El primer gran aporte de madre Bernarda tiene que ver con la espiritualidad. En ella todo nacía desde Dios e iba para Dios.

Al día de hoy he reflexionado mucho en torno a Madre Bernarda y me preguntaba qué nos sucede que hoy pareciese que partimos bien, pero las cosas resultan mal, por ejemplo, en educación uno dice: “queremos lo mejor para nuestros niños”. Pero sabemos que muchos terminan drogados o con una espiritualidad débil. Entonces, ¿en qué podemos estar fallando al día de hoy? ¿En qué nos perdimos? Comenzamos con lo espiritual y nuestros jóvenes terminan no queriendo nada con lo espiritual o con las cosas de Dios. Madre Bernarda nos da la clave, ella parte en Dios y termina en Dios. Desde esa perspectiva ella tiene una capacidad de trascendencia enorme, en dónde en todos los acontecimientos ve la voluntad de Dios.

Pensaba en la vida de Madre Bernarda y me doy cuenta de que está muy afianzada en la imagen de Jesucristo… ¿Cuál es la imagen de Jesucristo que tenemos? Un Dios misericordioso, tierno, amigo, hermano… ¿es “enojón”? Claro que sí… hay textos bíblicos que lo dicen (Cfr. Jn 2, 13-17; Mc 11, 15-19; Mt 21, 12-13; Lc 19, 45- 48; Mc 3, 1-6). Cuando va al templo y se enoja, cuando está en el huerto de los olivos, también se enoja: “¿duermes? ¿No pudiste estar despierto ni una hora?” (Cfr. Mc 14, 32- 42; Mt 26, 36-46; Lc 22, 39- 46). Esa era Madre Bernarda, tenía un Jesucristo muy claro, no era un Jesucristo que sólo era misericordia, sino un Jesucristo que también era persona, que también sentía, lloraba, tenía soledad, incluso pasa por la experiencia de dolor al punto de decir “que no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc 22, 42)… pero con gotas de sangre… era Jesucristo, pero igual sufrió la pasión.

Madre Bernarda, muy fiel a Jesús, llega a Chile y se encuentra con una enorme realidad. No venía a Chile, sin embargo, se queda. Llegó a los 19 años y nunca más volvió a Canadá. Entonces sabemos que Madre Bernarda sabía lo que era el sufrimiento, pero tenía certeza profunda de que lo que hacía era para Dios, no era para ella. A veces a nosotros nos pasa, pensemos en aquellos que han trabajado en parroquia, cambian al párroco y se van todos los feligreses, o en un colegio, se va la hermana que estaba a cargo de la pastoral y todo se diluye, la pregunta es: ¿siguen al sacerdote, a la religiosa, o a Jesucristo? No podemos vivir la pastoral en un colegio o vivir la fe en función de una persona que nos lidera, debemos vivir la fe por una convicción personal. Madre Bernarda tenía convicciones personales porque era una persona espiritual y su mayor aporte social, aunque no haya sido tan reconocido, es su espiritualidad. Ella cuando mira al ser humano, lo mira con la integridad de la trascendencia, de lo que significa ser una persona. Y se es persona en plenitud cuando en ella se desarrolla lo espiritual.

Madre Bernarda en ese sentido era alguien que te llevaba a profundizar. En cosas básicas, como, por ejemplo, en una carta donde ella le habla a una hermana a la que se le ha muerto su papá. Por lo que entiendo de la carta esta hermana no pudo estar en la muerte, ni en el funeral, entonces ella le describe muy tiernamente como fue todo: estaban tus hermanos, tu mamá, muere con tu mamá a su lado… le explica todos los detalles. Más adelante, pasan varios meses, y le manda otra carta donde le dice: “esta bien sufrir, pero el verdadero sufrimiento es el que te deja con una paz interior”, cuando tú sufres y sufres con “revoltura interna” digo yo, cuando sufres con la crisis, con el “no entiendo nada… ¿Por qué a mí? No sé qué está pasando”… ese no es un sufrimiento de Dios. Eso nos dice madre Bernarda, porque si nosotros sufrimos en Jesucristo no podemos perder la paz. Podemos sufrir, claro que sí podemos sufrir, pero si perdemos la paz no está Jesucristo viviendo en nosotros, es el mal espíritu, el demonio el que aprovecha esa instancia para meter la cola y revolverte internamente. Entonces Madre Bernarda dice: está bien sufrir, pero cuidado con este sufrimiento, porque parece que ya no es un sufrimiento de Dios. Siempre ella tiene esa capacidad de trascendencia de ir más allá de lo humano, no se queda en el dolor, sino que lo trasciende. Cuando habla de la paciencia lo mismo, ella dice hay que ser paciente, pero desde la perspectiva de la paz interior, no es paciencia del no tener problemas. Decimos “yo soy súper paciente, soy súper tranquilo” y vienen los problemas y nos impacientamos, entonces uno dice: bueno y ¿no eras tan paciente? Madre Bernarda en sus cartas nos hace poner atención en que las cosas humanas no se queden en lo humano, sino que todo tiene que llevarnos a Dios. Las características espirituales de Madre Bernarda no son de un Dios que está arriba en los cielos y nosotros aquí en la tierra, sino que dice que Dios está en nosotros y con nuestra manera de ser debemos transmitirlo aún en el dolor, en la rabia, en alegría, igual que Jesucristo que, aunque estuviese enojado no dejaba de manifestar su amor por el padre. Madre Bernarda no fue común y corriente, era una mujer espiritual y eso la hacía salir de lo común.

A raíz de este rasgo de Madre Bernarda, pensaba en qué estamos fallando, que a veces la Espiritualidad Providencia cuesta transmitirla, o la espiritualidad en sí misma cuesta trasmitirla, los valores cristianos cuesta transmitirlos. La gente dice que “la sociedad ha cambiado”. Sí, pero sociedad somos todos nosotros entonces algo se nos está yendo de las manos. Tenemos intención de formar en espiritualidad, por ejemplo, en los colegios, pero terminamos pensando en los resultados de la PSU o de SIMCE. Está bien pensar en eso, por su puesto que sí, pero no debemos quedarnos sólo en eso, debemos ir más allá, nuestro fin primero y último es Dios. Madre Bernarda jamás perdió ese norte. Entonces nosotros ¿somos personas espirituales?

La maternidad era un valor muy importante en ella. Cuando hablamos de Madre Bernarda estamos hablando de 1853 en adelante. Las cartas que yo leí y de las que haré mención hoy son de 1872 y 1873, y en ese tiempo hablaba de cosas que son actuales hoy, pero que en esa época también eran muy actuales, porque Madre Bernarda sabía encarnar el evangelio a la realidad de su tiempo.

Ella nos habla con su vida que la maternidad se debe vivir con ternura y firmeza. Ella fue muy maternal, con sus hermanas primero y también con los niños y jóvenes, pero no era una persona “maternalista” o “asistencialista”, sino que vive e invita a vivir una maternidad con madurez. Ella exigía madurez en sus hermanas para enfrentar y favorecer los procesos. En otra carta habla a una hermana que está pasando por la muerte de su madre y también después de mucho tiempo le dice que está bien sufrir, pero cuidado con la victimización. Ella no ocupa la palabra victimización, sino que dice “cuidado con los ‘regaloneos’ que están demás”. En el fondo, en palabras de hoy, tú puedes ser víctima de una situación, pero otra cosa es que tú uses esa situación para victimizarte y Madre Bernarda nos hace aterrizar y madurar: en la vida uno tiene que ir más allá. Entonces tenía esta característica de mamá que también invita a la autonomía. Ella no fomentaba la dependencia, el infantilismo, sino que fomentaba la corresponsabilidad y en ese sentido decía: preocúpese de descansar, preocúpese por su salud, preocúpense de sí mismas, porque están trabajando demasiado, tienen que saber detenerse. Con nombre y apellido le decía a la hermana que descansara. En esa época del mil ochocientos y tanto, en dónde trabajar era lo importante y descansar era ser flojo. Ella tiene muy claro que la persona está primero, era muy maternal pero también reconoce, ve y corrige a quienes están actuando mal, invitando a la corresponsabilidad. En una carta dice: díganle a sor Victoria que no descanse tanto. Ella se da cuenta de las que trabajan y de las que no trabajan.

Se preocupaba de cosas pequeñas, como si tienen qué comer o si tienen lo necesario para desarrollar el apostolado, pero no va a comprar por las hermanas, sino que procuraba que ellas se preocuparan de tener todo lo necesario para poder avanzar en su labor. ¿Reconocemos las necesidades de la persona, más allá del hacer? ¿Somos corresponsables en nuestro ministerio?

Madre Bernarda era una persona líder, por donde uno la mirara tenía un liderazgo innato, y esta es otra cualidad que quiero resaltar en ella, su liderazgo y la manera como lo ejerce.

Ella distingue muy bien entre liderazgo y jerarquía autoritaria, porque poseía un liderazgo y además era autoridad. Una autoridad que no la imponía desde la vivencia de un cargo, sino que era parte de su naturaleza. Desde este ser autoridad se atrevía a decir las cosas a quien correspondía y cómo correspondía. Dice las cosas en la cara, no con autoritarismo, lo que para la mujer de su época no era común.

Su liderazgo era corresponsable, invitaba a la comunión y al servicio, así como a la apertura. Madre Bernarda escucha a la gente, les pregunta cómo se sienten. No les pregunta qué hicieron hoy, pregunta en sus cartas “¿cómo estás? ¿Cómo te sientes?” y eso es un liderazgo que ve a la persona en su totalidad. La persona no vale por lo que hace, sino que nuevamente nos encontramos con una Madre Bernarda que valora lo que se es. Desde la realidad de su época, definitivamente no podemos desmerecer sus aportes en la dignidad de la persona, en cómo la valora, la ve, la cuida, la ayuda a crecer. Es uno de los aportes más silenciosos pero trascedentes en la historia.

Su liderazgo potencia el liderazgo de sus hermanas. En sus cartas señala frases como: usted tomó una excelente decisión; la felicito por el discernimiento que utilizó, fue el correcto; que bien que haya actuado con esa prudencia y este empuje. Lo anterior es un aporte en una época donde la jerarquía era una imposición de poder. Madre Bernarda no impone el poder, tiene liderazgo y con él tiene autoridad. Cuando uno impone el poder es porque no tiene autoridad. Madre Bernarda no lo necesita ya que era un líder innato. Desde ese liderazgo nos exige también corresponsabilidad, con palabras o frases como: ¿qué pasó que no vino? ¿Por qué mandó a otra persona? Hay una parte de una carta que me gusta mucho y que señala: “ustedes hagan las diligencias y sus cosas por sí mismas que por medio de otras personas, por más buena voluntad que tengan”. En el fondo nos dice que lo que a nosotros nos corresponde hacer, tenemos que hacerlo nosotros. Es un liderazgo donde nos pide hacernos cargo.

Dentro de este contexto de liderazgo y contextualizándolo a la realidad que la Iglesia vive hoy, Madre Bernarda no es pro del clericalismo. ¿Por qué? Ella siempre invita a recibir a los sacerdotes. Hay una carta específica donde Madre Bernarda señala que deben recibir a un sacerdote a raíz de que parece que había ciertas quejas al respecto. Entonces les dice a las hermanas: sean amables, reciban al sacerdote, denle desayuno de vez en cuando, denle la posibilidad de celebrar la misa. ¡Entonces perfecto! Uno puede decir: ¡oh! Madre Bernarda quiere a los sacerdotes, es acogedora. Pero hay otra carta donde ella señala que está súper bien que nosotros acojamos a los sacerdotes, pero otra cosa es la familiaridad. En esta familiaridad, como dice en sus cartas, nos pide no materializar los afectos. A raíz de un obispo, Madre Bernarda señala que está súper bien que reciban al obispo y si las llama pueden acudir a verle si es necesario, pero si esto las saca de sus oficios, ustedes sean “parcas”. Utiliza ese concepto “parcas”. Luego agrega: y amablemente díganle hasta luego y continúen con sus oficios. En el fondo está bien recibir a los obispos y a los sacerdotes, pero ellos no son nuestros destinatarios. Nos invita a no perder el foco de lo que nosotros realmente tenemos que hacer. Eso para una mujer de esa época, donde el machismo tenía más fuerza que ahora, creo que es admirable, porque ella no tuvo ninguna aprehensión para decirle a quien le tenía que decir lo que le tenía que decir. Si era un obispo, se lo decía al obispo, si era una superiora, se lo decía también, por eso se queda en Chile; pero Madre Bernarda, y el padre Hurtado también, tenían la capacidad de que más allá del HACER, ellos ERAN, eran coherentes con sus convicciones.

Hemos visto hoy, a raíz de los abusos, que personas en nombre de Dios hacían cosas buenas, eran tratados incluso de santos, y sin embargo, hoy sabemos el daño que han causado usando su rol de consagrados. Me recuerdo del texto bíblico donde Jesús dice: “no todo el que me diga: ¡Señor!, ¡Señor! Entrará en el Reino de los cielos…” y más adelante dice “… me dirán: Señor, Señor, profetizamos en tu Nombre, y en tu Nombre expulsamos los demonios, y en tu Nombre hicimos muchos milagros. Yo les diré entonces: no los reconozco…” (Mt 7, 21- 23). Madre Bernarda, al igual que el padre Hurtado y todos los santos, tenía claridad de las Escrituras. Cuando vivían su entrega lo hacían desde la convicción profunda que sus acciones nacen de un corazón unido a la voluntad de Dios, ese era el liderazgo que ella marcó en quienes la conocieron.

Madre Bernarda marcó con un ejemplo de vida que iba desde lo profundo de su corazón a la acción. Fue un testimonio para la sociedad de su tiempo y por eso tenía tantas vocaciones. Quizás por eso no tenemos vocaciones ahora, me refiero a nivel de Iglesia, no sólo a nivel de la Congregación. Tal vez, nos falta el testimonio coherente entre lo que somos y lo que hacemos, o que pedimos que otros hagan y que nosotros no vivimos. ¿Tenemos un liderazgo sano, o tenemos un liderazgo jerárquico/autoritario, totalitario?

Unido a todo lo mencionado, podemos ver que Madre Bernarda desarrolla un apostolado que está centrado primero en la persona. Madre Bernarda responde a las necesidades del tiempo, pero desde una necesidad que viene de la persona. ¿Por qué? Porque ella no sólo se hizo cargo de los huérfanos, que era responder a la necesidad del tiempo, sino que además les da educación. Podría haberles dado solamente un buen techo para dormir, comida bien preparada y acorde a las necesidades de los niños, y además procurarles ropa hechas de telas de excelente calidad, como les exigía a sus hermanas, pero no le basta con eso, ella va más allá, ve la necesidad de la persona, la dignifica y desde esa persona que tiene al frente, con necesidades concretas, responde a una necesidad de la sociedad, y por ende responde a las necesidades de la Iglesia. Es así como el 3 de noviembre de 1862 funda el primer colegio en Concepción, con una clara visión de que hacerse cargo de los niños y niñas era sinónimo de educarlos. Y esta visión hizo que ella recibiera una condecoración de parte del presidente.

Cuando miramos nuestro apostolado, y nos centramos en la persona y en la necesidad de esta, ya no necesitamos responder a la necesidad del tiempo, porque en esta persona, en estos niños, en estos jóvenes, adultos y ancianos está la respuesta a la necesidad del tiempo. Responder a las necesidades de las personas para quienes trabajamos hoy, es responder a las necesidades del tiempo. Ahora bien, si Madre Bernarda estuviese viva, no sé si estaría trabajando en colegios, pues ella se hizo cargo de algo que nadie se estaba haciendo cargo en su momento. Ahora vemos cómo la sociedad sí se ha hecho cargo de la educación, pero hay otras esferas como la familia. Nadie se está haciendo cargo hoy de las familias y creo que ella sin duda estaría trabajando para fortalecer a las familias, el sentido de familia, la paternidad y maternidad responsable, etc.

Doy muchas charlas y en ellas una persona me decía: “yo no puedo dejar de darle abrazos a los niños porque los niños los necesitan”. Le dije: “¿usted qué es de esos niños?”. Me dijo que su profesor, entonces le pregunté que por qué tenía que darle abrazos. Me insistía en que los niños necesitan ser abrazados. Entonces le consulté: “¿Necesitan el abrazo de quién?”, y me dijo: “de sus padres”. Le indiqué que, por lo tanto, llamara a esos papás, los educara y les dijera que su hijo necesitaba ser abrazado, porque si lo abraza un profesor el niño va a seguir necesitando el abrazo de sus papás, nosotros seríamos un parche, nada más.

Entonces, cuando Madre Bernarda se preocupa de la persona, está siendo espiritual, maternal, y excelente líder, y a eso se nos invita hoy.

Además, hay otro rasgo característico y no menos importante, un legado hasta hoy de parte de Madre Bernarda. Este es su sentido de comunión. Haciendo un resumen rápido, Madre Bernarda llega a Chile el 17 de junio de 1853, las hermanas de Canadá no la habían mandado a Chile, por lo tanto le dicen que se devuelva, ella no se devuelve, y finalmente Madre Bernarda es separada de Canadá y fuimos Congregación de las Hermanas de la Providencia de Chile. Luego del Concilio Vaticano II, se facilitan los procesos de unión de ambas congregaciones, y cuentan las hermanas que no hubo problemas en esta unión con Canadá (1 de julio de 1970), porque Madre Bernarda había sido tan fiel al carisma, a la espiritualidad, a la comunión con sus hermanas de Canadá, que pese a que estaban separadas, pese a que la habían visto como rebelde, pese a que sus hermanas le dieron la espalda, ella fue fiel a su fundadora Madre Emilia Gamelin, porque no perdió nunca la comunión, ni con sus hermanas, ni con la Iglesia.

Entonces un aporte importante es que, como ya mencioné, ella sabe decir las cosas tal como se tienen que decir, y las dice de frente, y puede estar incluso en desacuerdo, pero es destacable que jamás deja de estar en comunión. Enfrentar los problemas, decir las cosas, no es sinónimo de perder la comunión. Sinónimo de perder la comunión es hacer como que estamos juntos y nos llevamos bien, cuando en realidad no es así. En definitiva, Madre Bernarda puede tener discrepancias con obispos, sacerdotes, e incluso con sus propias hermanas, pero jamás deja de estar en comunión. Ella diferencia claramente lo que es estar juntos y lo que es estar en comunión. ¿Por qué? Volvemos al principio, porque para ella todo nacía desde Dios e iba a Dios, ese es el mayor aporte para nosotras como consagradas, para nosotros como católicos, aunque socialmente el mayor aporte es la capacidad de dignificar a la persona.

 
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