Por Loreto Fernández M.
Hoy, a meses de cumplir 75 años de vida religiosa, Hermana Concepción, o madre Conchita como se le dice con cariño, es también la hermana de más edad en la Provincia Bernarda Morin; sin embargo, por varios años, fue la religiosa más joven, tras su ingreso a la Congregación en 1940.
Su vocación se gestó gracias a la piedad, al deseo de estar más cerca de Dios y de poder orar. Después, su trabajo pastoral estaría marcado por la educación, ministerio al que siempre se dedicó hasta antes de su llegada a la Casa Local, su actual comunidad.
Oriunda de Antofagasta, asistía a la Parroquia María Inmaculada de los padres del Corazón de María y estudió en el Liceo de la ciudad, hasta que en Segundo de Humanidades sintió el deseo de ser religiosa después de una Novena que seguía a la Virgen de Lourdes. Nos relata: “Al año siguiente llegó al curso una compañera que tenía una hermana que era religiosa de votos temporales, quien me dijo que le escribiera a la Madre Generala. Yo encontré que era muy de regimiento poner generala, entonces puse madre superiora no más, pero no sabía que aquí había superiora general y superiora local. Resulta que la madre Lucinda era la superiora general y estaba haciendo la visita en la casa de Antofagasta. Mi carta la recibió la madre Berta que era la superiora local. Abrió la carta, vio que se trataba de una vocación, la puso en otro sobre y la regresó a Antofagasta donde estaba la madre Lucinda de visita. Antes estaban como una semana en las visitas, porque viajaban en tren. Entonces mi compañera de curso, Cristina Sans, fue a ver a la madre Lucinda para enviarle un paquete a su hermana que estaba en Santiago; ahí la madre le preguntó si conocía a una niña tal y cual y Cristina le dice que sí, que somos compañeras. Esa misma tarde ella fue a mi casa a decirme que la madre quería hablar conmigo y enseguida fui a la Casa de la Providencia. La madre Lucinda, que estaba acompañada por la madre Julia Munita, me dijo así no más, que me podía ir en enero con las madres que iban a Santiago de retiro. Al otro fin de semana, nos encontramos de nuevo, pues habíamos ido a despedir a una profesora de química que se iba trasladada. Esto fue en agosto o septiembre; yo seguí yendo a la Providencia a hablar con la madre Josefina que era la superiora; ahí conocí a la madre Sagrado Corazón, a la madre Sofía y el 18 de enero de 1940 ya partí”.
Su mamá sabía y la apoyaba, a su papá no le dijo nada, pues ellos vivían en Chuchicamata, pero también era favorable a su decisión de tomar los hábitos. No sabe cómo sus hermanas carnales Lila y Claudia, también religiosas de la Providencia, consiguieron matrícula en los Sagrados Corazones de La Serena, a donde partieron internas el mismo día que ella viajaba rumbo al postulantado. Continúa su historia: “Mi mamá viajó a Antofagasta y nos acompañaron la madre Febronia y la Madre Sagrado Corazón que viajaban por su retiro. En la estación de La Serena esperaban a mis hermanas la madre Manuela y la madre Dorila. Llegamos a Santiago de noche y ahí nos estaba esperando la madre Margarita, hermana de la madre Sagrado Corazón y la Madre Bernardita que era la maestra de postulantes. Así llegué a la Congregación”.
Sobre su vida en el noviciado nos cuenta: “Quise mucho a la madre Bernardita, se preocupaba mucho de uno, de solucionar problemas. A mi maestra de novicias, en cambio, le tenía un poco de miedo, tenía una mirada tan penetrante que parecía que a uno la traspasaba, pero a mí me tocó como oficio para limpiar el refectorio, que estaba a cargo de la madre Bernardita, entonces anduve bien.
No me costó venirme, pero después que llegué, lloraba todas las noches; en el día no me pasaba nada haciendo una y otra cosa, pero por las noches era diferente. Un día antes que yo llegará había ingresado otra joven y después se fueron sumando hasta que fuimos 7 postulantes y 4 novicias, estaban Carolina, Sor María San Gabriel, Sor María Amable. Era un grupo grande. La maestra de Novicias, Sor Estela, había estado enferma de cáncer el año anterior, pero murió mucho después por el año 48. Ella había pedido al Señor que llegaran 7 postulantes y nos juntamos, lo que hizo que todo se hiciera más llevadero.
Profesé a mitad de año del 42 y me dejaron aquí porque en ese tiempo la madre Carmelo Santa Cruz se preocupaba mucho de que las monjas estudiaran, así que me dejaron para que pudiera dar exámenes de Quinto Humanidades. Ya habían profesado Alejandra y Carolina que tenían Quinto de Humanidades de los SS.CC. y nos juntaron a las 3 para dar exámenes en el Liceo N° 5. El 43 me mandaron a los SS.CC. y después me mandaron a la Casa de Ejercicios El Tránsito, con la condición de que diera exámenes para Sexto Humanidades en La Serena. Gracias a Dios, mis hermanas estaban en los SS.CC. en Sexto también, así que yo estudiaba con sus cuadernos y pude aprobar.
A los 6 años de estar en la Congregación, Claudia, que estaba en cuarto Humanidades, me escribió contándome que quería venirse. Yo no quería, prefería que terminara el colegio, porque cuesta mucho estudiar y responder a los deberes de la vida religiosa, pero ella tuvo la suerte de que profesó y la mandaron inmediatamente a Santa Rosa a seguir estudiando y después la mandaron a Temuco a la Universidad y ahí terminó. A mí no me tocó así, estudié en la Normal, igual que mi hermana Paula (también religiosa de la Providencia), que estudió en la Normal de Antofagasta.
Me costó que me entregaran el cartón y yo no lo quería entregar tampoco, porque la madre Lucinda me había dicho que apenas lo tuviera me iba a cambiar de Santa Teresita y yo estaba muy bien allá (risas), así que al año siguiente me mandó a los SS.CC. de nuevo y de ahí a Buenos Aires por 6 años”.
La pulcritud y orden de Hermana Concepción le ha valido tener que hacerse cargo de las cuentas de varias de las comunidades y obras en las que ha estado, hasta el día de hoy, en que lleva los libros de cuentas de la Casa Local. Otra de sus características es su capacidad para hacer representaciones teatrales, tanto con las hermanas, como con las estudiantes con las que trabajó en el pasado. Al respecto comparte: “La mayor parte del tiempo fui profesora básica y fue muy bueno, porque en ese entonces las niñas eran dóciles y una podía hacer mucho con ellas. Cuando estuve en Maipú, ocho años, tenía dos cursos, uno por jornada; un año segundo y séptimo y al otro tercero y octavo. Con ellas, y siempre en mi trabajo, me gustó mucho hacer representaciones patrióticas, por ejemplo para el 21 de mayo, porque siempre he sido muy devota de Arturo Prat desde niña chica (risas). A las niñas les gustaba mucho y se acuerdan, tanto que hace poco vino una mujer de visita a la comunidad y cuando me vio me dijo: ‘Madre Conchita, usted fue mi profesora en Santa Clara y nos hizo actuar en una representación del 21 de mayo, ahora soy apoderada ahí’”.
Finalmente, le preguntamos por algún deseo que tenga hoy. Manteniendo la jovialidad que la caracteriza responde: “Poder caminar, que Dios me afirme las piernas para poder moverme. Le rezo todos los día a San Juan Pablo II, que fue alpinista y tuvo tan buenas piernas, que interceda por las mías”.
Y así, con la misma sonrisa que mantuvo durante la entrevista, nos despedimos.
¡Muchas Bendiciones Madre Conchita y los mejores deseos en su año jubilar!