Por Karla Meléndez, coordinadora de la Red Educacional Providencia.
La gestión espiritual emerge como una dimensión esencial del liderazgo escolar, especialmente en comunidades educativas inspiradas por un carisma fundacional como el de la Red Educacional Providencia.
Desde mi participación como mediadora en el seminario “La espiritualidad en el contexto escolar: desafíos y oportunidades” (septiembre de 2025), he continuado profundizando en una convicción cada vez más clara: la escuela necesita, con urgencia, volver a preguntarse por su alma, por su vocación más profunda y por el sentido último de su misión formativa. Es imprescindible repensar cómo el aprendizaje puede y debe ser también significativo, humanizante y transformador.
El Proyecto Educativo Providencia ofrece una respuesta clara al situar la espiritualidad como un eje transversal: “Educar desde el carisma Providencia implica cultivar una espiritualidad cotidiana, sencilla, que da sentido a la existencia y se expresa en el trato, en el servicio y en la acogida” (PEP, p. 44).
Esta espiritualidad, vivida desde la gestión, no es un añadido decorativo, sino una forma concreta de liderar con sentido, humildad y discernimiento, en fidelidad al estilo de Jesús y a la pedagogía de las Grandes Mujeres Providencia. Gestionar espiritualmente significa tomar decisiones pensando en el bien común, cuidar los vínculos, mirar con compasión, acompañar procesos humanos y no solo resultados académicos.
Según una encuesta del International Commission on the Future of Education (UNESCO, 2021), el 68% de los docentes consultados en América Latina consideran que la escuela ha debilitado su capacidad de formar integralmente al descuidar la dimensión espiritual. Esta omisión, muchas veces invisibilizada, tiene consecuencias en el clima escolar, en la motivación docente y en la cohesión de las comunidades educativas.
El Pacto Educativo Global, impulsado por el papa Francisco, plantea con claridad que la educación debe basarse en una antropología integral, que contemple no solo la razón y la emoción, sino también la trascendencia y el sentido del otro. En ese marco, el liderazgo espiritual se convierte en un acto educativo de primer orden.
“Educar es introducir en la totalidad de la vida”, afirma el papa Benedicto XVI. Y sin espiritualidad, esa totalidad queda fracturada.
El liderazgo espiritual no se limita a lo religioso o devocional; se manifiesta en la forma en que se acompaña a los equipos, se enfrentan los conflictos, se sostiene el ánimo colectivo o se cultiva la esperanza en medio de la adversidad. Como señala Parker Palmer, referente internacional en espiritualidad educativa: “La espiritualidad del educador está en su capacidad de sostener el alma del otro mientras busca sentido, incluso en la oscuridad”.
Desde mi rol en la Red Providencia, constato que los líderes que integran la espiritualidad en su gestión generan contextos más humanos, colaborativos y resilientes, lo que se traduce también en mejores condiciones para el aprendizaje. Un equipo que se siente visto, valorado y acompañado espiritual y emocionalmente, enseña mejor. Un estudiante que se sabe querido, aprende con más profundidad.
Por ello, la gestión espiritual es una herramienta transformadora: nos permite liderar desde el carisma, con compasión y con propósito; nos ayuda a sostener la esperanza en tiempos difíciles y nos desafía a poner el Evangelio en el centro, no solo en las palabras, sino en las decisiones cotidianas de nuestras escuelas.
Como nos recordaba Madre Bernarda Morin: “Todo lo que hacemos con fe y caridad permanece. Lo demás pasa”.
Imagen de cabecera: Karla Meléndez, coordinadora de la Red Educacional Providencia, participando en el seminario “La espiritualidad en el contexto escolar: desafíos y oportunidades” (septiembre de 2025).