Por Juan Carlos Bussenius, Coordinador del Centro de Espiritualidad Providencia (CEP).
Hace un tiempo atrás se realizó una jornada organizada por la Sociedad Chilena de Psicología Clínica que presentaba el título que encabeza estas letras. Se constató, una vez más, que la actitud con la que se enfrentan los problemas y situaciones cotidianas determinan la respuesta del organismo a las enfermedades. Es decir, nuestros estilos de vida muchas veces potencian y crean las condiciones psicológicas para enfermarse. Hoy está comprobado que enfermedades cardiovasculares y el cáncer están íntimamente ligados con la depresión y el estrés que afectan al sistema inmunológico, dejándonos a merced de estas dolencias. También afecciones dermatológicas, incluso neurológicas, están siendo gatilladas por maneras de enfrentar la vida, que tienden a enfermar.
Vivimos en una sociedad que privilegia la productividad, la competitividad y el individualismo a costa, muchas veces, del bienestar integral de la persona. El costo que se paga a veces es muy alto. Nos maltratamos, pero como no tenemos claridad sobre las consecuencias que esto produce, no hacemos nada para evitarlo.
Sabemos que no podemos escapar de esta sociedad pero sí podemos modificar y agregar nuevos estilos de vida que terminen o al menos disminuyan las condiciones que hacen propicio que nos enfermemos. Debemos honradamente detectar las conductas que llevan a enfermarnos y que pueden ser revertidas. ¡Cambiar el escenario en que se gestó o se está gestando un estrés! Preguntarnos: ¿qué nos produce ansiedad, irritación o tensión extrema? ¿Qué hago con mi tiempo libre? ¿Hace cuanto tiempo que no río o lloro? ¿Cuándo fue la última vez que conversé sobre mis dolores y alegrías? ¿Cómo está mi capacidad de perdonar? ¿Hace cuanto que no voy a un retiro o una experiencia personal y profunda que me puede potenciar el alma? Es un círculo vicioso del cual no es fácil salir.
Tenemos que darnos límites adecuados de trabajo y momentos gratos en que expresemos nuestras emociones. Sabemos tambien la importancia del ejercicio físico y de una sana alimentación. Con todo, no se trata de “dar recetas”, sí de cuestionarnos por la manera en que caminamos en nuestra vida y hacia donde nos va llevando. El cuerpo y el alma nos habla, ¡escuchémosles antes que nos enfermemos!
Madre Bernarda Morín decía: “La paz está en mi corazón porque he recibido al Dios del Amor y de la paz”. Ella lograba vivir su fe y su vocación desde la experiencia de un Dios como el Padre Bueno de la famosa parábola de San Lucas. Para esto necesitamos tambien cuidar “el alma”, para dejarnos sorprender por ese Dios que sana. Es el encuentro cotidiano con la oración, como espacio que construye y que unifica el desorden muchas veces de nuestra agenda vital. La paz y el amor saldrán por añadidura constituyendo la mejor medicina personal y para los que viven y trabajan a nuestro lado. Para descubrir la Providencia necesitamos construir esos espacios nutritivos espirituales.
Teilhard de Chardin, científico y gran teólogo jesuita, decía: “lo realmente difícil en la vida no es resolver los problemas, sino el saber vivir con problemas”. No podemos escapar de nuestra realidad, sin embargo, en cada uno de nosotros está la posibilidad de revisarlos, darles un sentido. Cambiar la mirada, transformar la manera en que enfrento a la cruces de cada día. Abrirnos a los otros, no quedarme encerrado con mis propias llagas porque ahí supuran. Hay que exponerlas al bálsamo cálido de la solidaridad y del amor. Cuando estamos encerrados en nuestros problemas mi mirada se abre a la vida cuando observo al que está a mi lado. Mi sufrimiento adquiere un sentido al ver al otro. Se despliega una espiritualidad solidaria y compasiva que sana.
Cristo con llagas aparece a los discípulos pero transfigurado luego de la Resurrección. El misterio no es ingenuo, las huellas de las cruces ahí están. Sin embargo, el misterio central de nuestra fe significa una convocación urgente para preguntarnos lo que tenemos que transformar. Observemos nuestra manera de vivir y dejemos que la resurrección se inserte en nuestras relaciones y tengamos la fuerza suficiente para hacer los cambios necesarios. Hoy, no mañana cuando ya estemos enfermos. ¡Dime como vives y te diré de que te enfermas!
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