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Desde la Oficina de la Causa de Beatificación de Madre Bernarda Morin: ¿De qué nacionalidad son los santos?

Por Loreto Fernández MOficina de la Causa de Beatificación de Madre Bernarda Morin.


El 7 de septiembre se efectuó una jornada en la Casa Matriz de las Hermanas de la Providencia en Chile, para conocer y compartir con el postulador de la Causa de Beatificación de Madre Bernarda Morin, padre Giuseppe Guerra, quien dejó a todos quienes pudieron compartir con él, una grata impresión por su sabiduría y sencillez.

Después de su exposición recibió una serie de consultas, una de las cuales me parece es de especial atención, a saber: Si en el futuro la madre Bernarda es reconocida por la Iglesia como santa, ¿será una santa chilena o canadiense? Al respecto, hay hechos irrefutables; madre Bernarda nació en Levis, cerca de Quebec, y vivió en Canadá hasta casi sus veinte años. De hecho, en julio del año 1925, cuando ya era una anciana y recibió la “Medalla al Mérito” por sus servicios a la patria, esta le fue conferida de manos del ministro de Relaciones Exteriores de la época, porque a pesar de haber vivido más de setenta y seis años en Chile hasta el momento de su muerte, mantuvo su nacionalidad. No sólo eso, mantuvo también un cariño entrañable por su tierra toda su vida y lo reiteró muchas veces en la correspondencia que mantenía con su familia: “Usted me manda los festejos del Carnaval que me recuerdan la blancura deslumbradora de mi país y los juegos de mi infancia. Ha pensado bien, porque soy patriota hasta la médula de los huesos: solamente por Dios yo he podido alejarme de mi Patria y vivir lejos de ella”[1].

Por otro lado, madre Bernarda desarrolló su apostolado en esta parte del mundo y a pesar de las adversidades que vivió, algunas inclusive por su condición de extranjera, como ella misma comparte: “Yo no le ocultaré que hay mucho que sufrir en un país extranjero donde los usos y costumbres son tan diferentes a los nuestros”[2], se aclimató rápidamente a los usos y costumbres locales. Un ejemplo fue su habla que se coloreó de dichos y refranes populares, como estos de muestra: “Al fin más vale una vez colorada que cien amarilla”, “Creo que está tan perdonada como San Pedro”, “Sin duda me verían cara de lesa”, “Con este motivo se ha levantado otro toletole y han resucitado todos los pecados de la vida pasada. Dios nos dé paciencia”, “Así dicen los pobres, que nunca viene un trabajo solo”, “Rogando y con el mazo dando, dice el adagio”[3]. Como el castellano se transformó en su idioma cotidiano durante gran parte de su vida, los últimos años de su vida tenía dificultades para escribir en su lengua materna. Una anécdota conocida grafica muy bien su pertenencia a Chile: “El Señor presidente de la República le preguntó en secreto a la señora doña Juana Ross de Edwards, que conocía bien la Comunidad de la Providencia: ¿Cuántas extranjeras hay entre las que forman la Congregación Apostólica? La señora contestó: Una sola y es más chilena que las mismas chilenas”[4].

Entonces, ¿sería beata o santa, canadiense o chilena? En lo práctico, desde el año 2005 las beatificaciones se realizan en la diócesis donde se inició el proceso, por lo tanto, a madre Bernarda le correspondería si fuese el caso, en la arquidiócesis de Santiago. Pero más que en la formalidad, pensemos en el fondo de la pregunta, ¿es realmente importante la nacionalidad de la persona que se declara por la Iglesia como beata o santa?

Sabemos por un lado que la santidad no es más que la vocación primera que recibimos de Dios; hay millones de santas y santos anónimos, o “de al lado”, como dice el papa Francisco: “Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces la santidad de la puerta de al lado, de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión, la clase media de la santidad”[5]. Las y los que son reconocidos en los altares, se nos presentan como un ejemplo para animar esta vocación primera en los creyentes de toda época y condición.

Sabemos también que Dios actúa dentro de los posibles históricos y que nuestra temporalidad y materialidad humanas nos definen y condicionan, por lo tanto, los signos son importantes para nuestra vida de fe. No podemos soslayar simplemente la realidad material y temporal en la que vivimos, pues es ahí justamente donde Dios se nos manifiesta. Dicho esto, en esa realidad plena que llamamos “cielo”, ¿seremos chilenas, canadienses o de algún otro lugar? Es una pregunta muy parecida a la que los saduceos hicieron a Jesús en su tiempo, a propósito de la mujer que enviuda y se casa sucesivamente con los seis hermanos restantes del esposo, ¿con quién estará casada en la resurrección?[6].

Regreso al inicio, la pregunta es interesante porque nos invita a pensar las tensiones en las que nos encontramos las y los creyentes, que vivimos en este mundo y estamos regidos por las realidades terrenas. Pero a la vez, la fe nos enseña que nuestra definición última, no se agota con eso y que nuestras palabras y acciones deben orientarse desde los valores del Evangelio y alejarnos de cualquier reduccionismo. En el cielo, el amor será nuestra única ley, nuestro único vínculo y nuestra única patria, porque Dios será todo en todos, realidad que ya está presente, como bien nos recuerda San Pablo: ya no hay judío, ni griego; no hay esclavo, ni libre; no hay varón, ni mujer; porque todos somos uno en Cristo Jesús (Ga. 3,28).

Nuestra querida Bernarda lo tenía claro: “Para mí Chile está también cerca del cielo como Canadá, y es al Cielo a donde tienden todos mis deseos”[7]. Que nuestros deseos también tiendan a Cristo vivo que anima nuestro peregrinaje al abrazo eterno con la amorosa Providencia que vela tiernamente sobre el mundo y cada una de sus creaturas.

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Si desea más información de la Oficina de la Causa de Beatificación de Madre Bernarda o ha recibido un favor por intercesión de Madre Bernarda, comuníquese al correo: centrobernardamorin@providenciasp.cl o al teléfono: +56 9 9905 3152.


[1] Archivo Centro Bernarda Morin, “Correspondencia de Madre Bernarda con su familia”, a su sobrino Gilberto Lemieux, La Serena, 9 de abril de 1885.

[2] Op. Cit., A su sobrino Gilberto Lemieux, Santiago, 15 de abril de 1884.

[3] “Pensamientos de la Sierva de Dios Bernarda Morin”, p. 87, Centro Bernarda Morin, 2023.

[4] Morin Bernarda, “Historia de la Congregación”, tomo III, p. 247.

[5] Papa Francisco, exhortación apostólica “Gaudete et Exsultate” N.º 7.

[6] Cf. San Mateo, 22, 23-40.

[7] Op. Cit., a su hermano, Santiago, 30 de julio de 1868.


Imagen de cabecera: Mural Colegio Providencia del Sagrado Corazón de Temuco.

 
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