Por Vanessa Gutiérrez Riquelme, docente del Colegio de la Providencia Carmela Larraín de Infante de Maipú, institución que forma parte de la Red Educacional Providencia. Colaboración para “Voces Providencia” coordinada por la Red Educacional.
Supe de Madre Bernarda Morin cuando ingresé al Colegio de la Providencia Carmela Larraín de Infante (2001). Como sucedió con muchos, en ese momento fui invitada a conocer su obra, su pensamiento y su espiritualidad. No faltó librito o folleto que no me pasaran para leer y me fui interesando en saber quién era esta mujer en la que se sustentó una de las obras de caridad más importantes de nuestro país.
¿Cómo es que una joven de tan solo 19 años fue capaz de dejar todo su mundo conocido para arrojarse a un proyecto del que no había certezas, sino sólo dudas? ¿Cuánta fe debió tener para confiar en que la misión que debía cumplir aquí valía la pena como para dejar su familia, amigos y patria? Las respuestas a estas preguntas nos hablan de un espíritu valiente, consciente de su propósito y, sobre todo, entregado a la bondad de Dios que, en medio de las tormentas, conduce los barcos a buenos puertos, tal como lo hiciera con el “Elena”, el velero que trajo a Madre Bernarda a Chile.
Vivimos en un tiempo complejo. Nuestra sociedad se vuelve cada vez más individualista, temerosa y consumista. Vamos “atravesando tormentas”, sin ningún puerto al que dirigirse. Nuestras embarcaciones zozobran y las personas intentan salvarse solas. Es aquí donde la pedagogía tiene un rol crucial. Hemos sido convocados a generar esperanza, de la misma manera en que Madre Bernarda fue convocada otrora a cuidar de los más desprotegidos.
El vacío que muchos jóvenes sienten hoy nace de no tener un objetivo de vida claro. Este nunca se manifiesta a un “yo” que busca estar solo, sino que se enciende en comunidad, en trabajar con otros y para otros.
Quizá la fundadora de las Hermanas de la Providencia en Chile nunca se imaginó cuál sería la magnitud de su obra, sin embargo, confió en que la Providencia sabría conducirla. Ese salto de fe, esa valentía que no temió a los avatares de la vida es el sello que requiere tener toda persona que trabaje en educación, porque el miedo paraliza, pero el amor nos pone en movimiento; el miedo confunde, pero el amor enseña y es este el amor que debemos poner en el centro de la pedagogía. ¿Cómo lo haremos? De la misma manera que Madre Bernarda: confiando en que la Providencia de Dios nos dará todo lo que necesitemos para continuar su obra.
Imagen de cabecera: Madre Bernarda Morin, archivo de las Hermanas de la Providencia – Bernarda Morin. Pintura velero, IA.