Por Loreto Fernández M., amiga Providencia. Colaboración coordinada por la Oficina de la Causa de Beatificación de Madre Bernarda Morin en el marco del aniversario de la emisión del Decreto de Introducción de la Causa de Beatificación de la Sierva de Dios, ocurrida el 24 de junio de 2009.
A pocos días de haber conmemorado un nuevo aniversario de la llegada a Chile de madre Bernarda Morin y sus compañeras de comunidad, traemos a la memoria el inicio del proceso de beatificación que la Congregación de las Hermanas de la Providencia inició ante el arzobispado de Santiago, el año 1956 y que sigue abierto hasta hoy.
Me parece importante vincular estos dos hitos en la vida de quien es la fundadora y expansora de la obra de la Providencia en Chile y que la Iglesia reconoce actualmente como Sierva de Dios.
La joven Bernarda, desde su complejo arribo a Valparaíso el año 1853, hasta su muerte en octubre de 1927, nos muestra un camino de fidelidad a Dios, que se expresa en un compromiso existencial con los pobres y necesitados de su época y en un amoroso y decidido liderazgo con las religiosas que se fueron incorporando al Instituto a lo largo del tiempo, con el fin de responder a ese grito evangélico que sigue vigente hasta nuestros días: “La caridad de Cristo nos urge” (2 Co. 5, 14).
Su “sí” al querer de Dios, se hizo, como todo camino humano, en medio de dificultades y dolores, que ella supo asumir con madurez humana y espiritual: “Es necesario no olvidar que nuestra vida sobre la tierra es una serie de contradicciones, de sufrimientos necesarios para nuestra santificación. No nos quedan más que algunos días de vida. ¡Vamos! ¡Valor! Todo pasará pronto…”[1]. Su camino también estuvo marcado por la felicidad y, con la sencillez que caracterizó su vida, expresó dicho sentimiento repetidamente: “Dios siempre me ha asistido con su gracia; he vivido muy feliz sirviéndolo y tengo confianza en su divina misericordia”[2].
Un poema muy conocido de Bertolt Brecht dice que hay quienes luchan un día y son buenos… pero hay quienes luchan toda la vida, esos son los imprescindibles. Madre Bernarda fue de esa extirpe y como tal, marcó a quienes le rodearon, dentro y fuera de la Congregación, haciendo que tuviera fama de santidad aún en vida.
Esta fama de santidad, que persistía años después de su fallecimiento, fue lo que determinó a la madre Lucinda Silva, superiora general de la época, a pedir al cardenal José María Caro que abriera el proceso, que tuvo como primer postulador de la Causa al confesor, amigo y biógrafo de madre Bernarda, el presbítero y literato Francisco Donoso.
Estos procesos, que suelen ser largos y complejos, no se hacen para “mantener la fama”, no son para publicidad. Se llevan adelante porque nutren la vida espiritual de toda la Iglesia y reflejan en las y los candidatos al reconocimiento público de la santidad, un ejemplo concreto de cómo vivir nuestra primera vocación, que es justamente ser santas y santos, o, dicho de otro modo, ser el reflejo humano del rostro amoroso de Dios, viviendo la Buena Nueva de Jesús en el mundo que nos toca.
Bernarda, nuestra querida Sierva de Dios, nos anima a buscar la cercanía con el Señor en el compromiso concreto con los desechados de este mundo y a “manifestar los misterios de Dios Providente y de Nuestra Señora de los Dolores en la caridad compasiva y en la solidaridad creativa y profética con los pobres”[3].
Unámonos en oración, para que la Causa avance y por el momento, quienes nos sentimos parte de la misión Providencia, alegrémonos de que hemos tenido la dicha de conocer a Bernarda, amiga, compañera de ruta y fiel intercesora.
[1] Archivo Centro Bernarda Morin, “Correspondencia de Madre Bernarda con su familia”, A su sobrino Gilberto Lemieux, Santiago, 8 de enero de 1900.
[2] Op. Cit., A su sobrino Gilberto Lemieux, Santiago de Chile, 17 de febrero de 1912.
[3] Constitución de las Hermanas de la Providencia.
Imagen: Madre Bernarda junto al presbítero Francisco Donoso. Archivo de las Hermanas de la Providencia – Bernarda Morin.