Por Juan Carlos Bussenius, Coordinador del Centro de Espiritualidad Providencia (CEP).
Vamos llegando a fin de año en medio de buenas y malas noticias como mezclas vitales de luces y de sombras, de tristezas y de alegrías, de angustias y esperanzas. Frente a todo lo acontecido, el calendario litúrgico nos regala un tiempo especial justamente para reconstruir nuestro corazón y así poder acoger con verdad el nacimiento de Cristo. Adviento es el mejor escenario para discernir como viene el Hijo de Dios una vez más a nuestras vidas, en medio de las señales de su Amor Providente. Por eso, nos detenemos a pesar del trajín de este mes, para escuchar sus pasos que reconstruyen nuestra vocación a la ternura, en medio de tantas otras pisadas ruidosas de violencia y de materialismo.
Sabemos que Dios nos habla por medio de lo que nos acontece. De ahí a “parar”, haciendo el silencio necesario para visualizar las hebras que han tejido nuestra vida. Las que embrollan el cuerpo y el alma en medio de un país tan competitivo e individualista, y las que nos llevan a la plenitud personal y a la construcción del Reino de Dios. Habrá, sobre todo, que desmalezar nuestra conciencia, rescatando el humus que construye una vida con sentido humano y de fe. ¿Qué sentimientos nos invaden al comenzar este fin del calendario? ¿Cuáles han sido “buenas noticias” y cómo lo hemos compartido con aquellos que vivimos? ¿Cómo hemos navegado por las penas y cómo hemos salido adelante a pesar de esos temporales? ¿Qué nos angustia y cómo lo hemos integrado de una manera resiliente? ¿Ha primado, a pesar de todo, más la tristeza o la alegría? ¿Qué hemos realizado frente a nuestros hermanos migrantes? ¿Hemos crecido con mayor conciencia para “sanar nuestro planeta sufriente? ¿Podríamos decir que se ha acrecentado nuestro “caudal de amor” en este año que va finalizando?
Madre Bernarda expresaba: “La serenidad, la paz y la alegría, deben manifestarse en el semblante y en todo nuestro actuar”. Actitudes, sabemos, no fáciles; sobre todo al finalizar el año y que no son producto de un esfuerzo sólo humano. Son “regalos” de la persona que ha encontrado a Dios y que se ha dejado tocar dejando esa estela sanadora a sí mismo y al resto. Adviento es justamente el tiempo de refrescar esa presencia que convierte. Aunque esperamos a alguien que ya está a nuestro lado, sabemos que nos vamos en momentos o en períodos largos manifestando todo lo contrario.
Las cuatro semanas de Adviento se abren con un grito profético de Juan Bautista (“preparad los caminos del Señor”) y se cierran con un grito apocalíptico (“ven, Señor, Jesús) con el que culmina el Nuevo Testamento escrito. Estas voces surgen de las anhelantes entrañas humanas por encontrarnos nuevamente con el Misterio de Jesús, porque estamos exiliados. De esta manera, Adviento viene al rescate de esa llamada y nos hace regresar, por algo es Providente.
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