Por Loreto Fernández –
En nuestra Provincia tenemos la alegría de que 10 de nuestras hermanas están festejando su fidelidad al llamado de la vida religiosa: 1 hermana con Bodas de Plata, 6 con Bodas de Oro y 3 con Bodas de Diamante. ¡Mucha vida! Su compromiso nos anima en nuestro propio camino y nuestras búsquedas para ser rostro encarnado de la Providencia hoy.
Inauguramos esta serie de testimonios con la hermana Hortensia Tapia, que festeja sus Bodas de Diamante.
“Den gracias al Señor porque él es bueno, porque su amor perdura para siempre.”Sal. 106,1.
Como es habitual, la hermana Hortensia inicia la conversación sonriente, con un cariño y una calidez que hace olvidar la fuerte tormenta de lluvia que arrecia afuera. Ante la pregunta de cómo se siente en su año jubilar, comenta: Muy contenta porque son 60 años en que he sentido fuerte el amor del padre Dios. Años en que he sentido su paternidad en todo momento, en las ocasiones de alegría, de debilidad o de tristeza él ha sido siempre mi papá.
Se le invita a que nos cuente como fueron los inicios de su vocación y rememora: Muy distinto a como es ahora. La vida en aquel entonces era muy conventual, de monasterio casi, preparadas para la comunidad pero no para la misión. Esa parte era difícil, pero el Señor que nos ama nos dio la fuerza y la sabiduría. Ahora que estamos en la Fiesta del Espíritu Santo[1] descubro con más fuerzas que Él está en todo momento. Sentí que Él era el que nos guiaba en la misión y sentí desde un principio que estaba en lo suyo, en las cosas del Señor que era lo que yo anhelaba al entrar en la vida consagrada. Yo no pensaba en misión, no pensaba en los pobres, no pensaba en nada, lo único, ser del Señor. Así era entonces; ahora hay discernimiento, hay psicólogos que acompañan a la candidata, pero en ese entonces no había nada, salvo lo que el Espíritu del Señor iba guiando.
Sobre su elección por la congregación al momento de ingresar a la vida religiosa, comparte: Eso fue bien bonito, porque Marta, mi hermana, había entrado 5 años antes y gracias a la Congregación yo pude entrar al colegio Sta. Teresita de Llo-lleo. Al terminar, me invitaron como ex alumna a un retiro espiritual. Recuerdo que Mons. Ramón Munita fue el que nos guío en el retiro y nos habló muy lindo del infinito amor de Jesús por los jóvenes – yo tenía entonces 17 años – y me sentí vieja y me pregunté ¿qué he dado yo de amor? Ahí sentí que era el primer llamado a la consagración religiosa y llegué a contarle a la madre Raquelita Álvarez lo que me había pasado en el retiro y le dije: “Pero yo no quiero ser Hermana de la Providencia”; entonces ella me pasó una lista de congregaciones para que visitara, orara y viera donde me sentía mejor y me dio un mes de plazo para que reflexionara. Yo bien obediente, como se era entonces, me fui todas las tardes a conversar un ratito con el Señor. A los 20 días más o menos, Él me habló y yo aprendí a escucharlo. Me dijo: “Mira, no estés buscando donde tú quieres, porque soy yo el que te llamo y quiero que seas Hermana de la Providencia” y yo, obediente a Jesús, entré. Desde ese día me gustó mucho, porque empecé a conocer a las hermanas y empecé a quererlas cada día más. El noviciado fue mi delicia, lo pasábamos muy bien. Trabajábamos un montón, pero nos cuidaba mucho la madre Raquelita, por ejemplo, siempre buscaba como alimentarnos mejor. Conmigo tuvo mucha paciencia, me enseñó, me soportó, me guió y me quiso, sentí que me quiso mucho.
Sigue compartiendo sobre sus inicios en la vida religiosa: Mi primera misión fue la escuela Santa Teresita en Conchalí, en la parroquia Sta. Teresita. Allí estuve 9 años, con cursos de 90 o más alumnos. Entré a la congregación de 21 años y tendría 23 cuando empecé a trabajar ahí, pero todo lo hace el amor y la entrega al Señor. En esa misión yo aprendí a hacer oración contemplativa en la micro, porque viajaba todos los días de la casa Matriz a la parroquia y me dedicaba a mirar los rostros de las personas; de los que estaban alegres le daba gracias al Señor porque iban alegres, de los que estaban tristes, oraba por ellos y me iba sintiendo parte de ese mundo que tanto necesitaba. Así empecé a sentirme más Hermana de la Providencia, quien debe estar junto al pobre, junto al que sufre, acompañándoles, aunque ellos ni lo sepan. Yo lo hacía con la oración en ese momento. Además, iba con 13 niñas. Amé esa misión, me marcó y me sentí querida por los niños. Sentí que estaba en lo que me gustaba, que en mi debilidad Él era mi fortaleza y sabiduría, así que pasé feliz mi primera misión.
La Hermana Hortensia ha pasado por diferentes ministerios y misiones en su fecunda vida religiosa. Al consultarle sobre alguna vivencia que la haya marcado de manera significativa, menciona cuando estuvo en el Valle del Elqui: El trabajo ahí era una extensión de la comunidad en Vicuña, la misión al servicio de la parroquia en la pastoral de los pueblos. Nosotras nos extendimos hasta el final del valle, en la parroquia de Paihuano. Ahí viví con la Hermana Mónica Campillay. Éramos súper aventureras porque caminábamos sin conocer, casa por casa visitando a las familias, llevando la Buena Noticia de Jesús y dejando su bendición. Eso fue algo que me marcó, las visitas a las familias, los enfermos, el acompañamiento a cada comunidad. En cada pueblo dejamos organizada la catequesis; también en ese tiempo estaba la Virgen Peregrina y en cada familia ahí junto con Jesús dejamos a la Virgen. Para las grandes fiestas de la parroquia era lindo, porque motivábamos a todas las comunidades del pueblo, hacíamos participar a los ricos y a los pobres; a los ricos llevando las ofrendas que ellos mismos nos daban.
Con respecto al momento actual de la vida de la provincia, reflexiona: La veo muy disminuida en número, pero con una fuerza interior que a mí me llena de esperanza, porque el Señor no mira números, sino calidad, eso es lo esencial y como dice el Principito, lo esencial va por dentro, está en el corazón. Veo mucha vida en cada hermana y cada día las quiero más; hoy por ejemplo, este encuentro[2] fue un regalo de Dios el reencontrarnos, compartir nuestra fe, compartir nuestra vida, nuestra misión, y así como hoy, tantas cosas que hemos compartido que me siento en familia, llena de gratitud a este Padre Dios que en Jesús, está con nosotros y nos acompaña siempre con su Espíritu.
Para finalizar, se le pide que nos comparta que le gustaría recibir como regalo de jubileo, sin demora plantea: Me gustaría detenerme un poco como para darle gracias al Señor por todo lo vivido con Él, con mis hermanas y en la misión. Me bastarían 15 días sabáticos, para mí, para darle gracias al Señor de la Vida, porque quisiera que mi vida fuera una alabanza al Señor en la sencillez de mi propio ser.
[1] Entrevista efectuada en vísperas de Pentecostés.
[2] De formación permanente, 17 de mayo.