Por Hermanas de la Providencia.
Mi amado empieza a hablar y me dice: Levántate, compañera mía,
hermosa mía, y ven por acá, paloma mía.
Cantar, 2,10
Quienes vivieron con ella dicen que era “la alegría del hogar”, pues donde estaba había alegría y esperanza. Así era Hermana Guadalupe, simple, alegre, cariñosa y piadosa. Trabajadora y servicial, siempre viendo dónde ayudar. Amaba profundamente a la Congregación y a sus Hermanas; rebosaba vigor llenando todos los espacios con su presencia, característica que irradiaba y contagiaba. Incluso en el último tiempo, cuando la dolorosa enfermedad que le tocó sobrellevar amilanó su cuerpo e hizo decaer su ánimo, mantuvo momentos de su característico buen humor y destacó por su gratitud y buen trato hacia todos quienes la rodeaban.
Divertida, jovial y servicial; además buena para escribir. En su larga vida como religiosa, le tocó asumir los cambios del Concilio Vaticano II, así como responsabilidades y cargos de autoridad desde muy joven. Fue parte de diversos ministerios y obras de la Congregación, entre los que se cuentan: Protectora de la Infancia de Valparaíso, Liceo Carlos Causiño de Valparaíso, Colegio Providencia de Temuco, Colegio Sagrados Corazones de La Serena, Liceo Santa Teresita de Llo-Lleo, Colegio Providencia Carmela Larraín de Infante de Maipú, Casa de la Providencia de Valparaíso y Comunidad Bernarda Morin. Además fue asesora de los Asociados Providencia y Consejera Secretaria Provincial por un periodo de seis años.
Sin duda, Hermana Guadalupe encarnó las virtudes fundamentales del Instituto “Humildad, simplicidad y caridad”. Fue una mujer linda por dentro y por fuera, que tomó su existencia con fe y esperanza, viviéndola intensamente.
Querida Hermana Guadalupe, gracias por su testimonio de vida y fidelidad como Hermana de la Providencia.
Descansa en paz y ora por nosotras.