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Hermanas de la Providencia

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Misión compartida: Testimonio de Hermana Andrea de Castillo, Misionera Catequista de Boroa

Por Loreto Fernández. Imágenes gentileza de Hermana Claudia Ruíz sp.

HnaAndreaC1La vida religiosa es un don valiosísimo de la Iglesia, que se expresa de múltiples maneras en los diversos carismas de las familias religiosas, pero que tiene como rasgo esencial compartir la única misión: hacer vida el Evangelio,  anunciándolo con gozo. En ese espíritu, compartimos este bello testimonio vocacional de Hermana Andrea de Castillo, quien junto a su mamá, Iris, nos acogiera con calidez y cariño a Hermana Claudia Ruíz sp y a mí en su comunidad de Schuawer, el mismo lugar donde las Hermanas de  nuestra Provincia misionaron en el Hospital de la localidad y donde hasta hoy, por voluntad de los lugareños, descansan los restos de la Hermana Febronia Ramírez sp, la “Madre de los mineros”.

Hermana Andrea nos cuenta que ambas están hace un mes en Schuawer: “Un lugar de límite, el patio trasero de Coronel, que está rodeado por la chipera, termoeléctricas y pesqueras”, señala, “es el patio trasero porque aquí llega toda la mugre  y nadie quiere ver la basura, entonces se invisibiliza”. “La gente cree que Schawer ya no existe, que solamente queda el nombre de las antiguas minas”, continúa, “pero no es así: existe, su gente existe, con heridas todavía, gente muy luchadora. Existe también el horno comunitario y todavía hay niños y niñas que se educan con él”. “Schawer no ha muerto y nosotras como misioneras hemos venido a este lugar para acompañar y ser acompañadas, ser una voz y ayudarles a que su voz sea escuchada, porque el tema no es que no hablen, sino que no son oídos por quienes deberían escucharles”, indica.

Hermana Andrea nos comparte sobre lo impresionante que es caminar e ir pisando la historia: “Poco a poco he ido conociendo la historia de este pueblo minero que fue un Estado dentro de otro Estado, que se fue transformando en un pueblo. Acá han ido pasando generaciones, mucha muerte y también mucha vida, clases sociales marcadas, racismo; entonces caminar todavía por los pabellones o colectivos donde vive la gente -que todavía existen- es pensar y sentir cuanta gente los ha caminado y por eso, más que venir nosotras a tejer algo nuevo, venimos a recoger una historia  y también a que la vida se vaya sanando, porque hay mucho dolor, muchas heridas”.

Esta joven misionera cruza toda la región para trabajar en una comunidad terapéutica de rehabilitación de drogas en Penco: “Atravieso todo el Bio Bío, hacia el sur es una realidad donde están los pobres y hacia el norte es donde supuestamente está la civilización, porque hay que recordar que el río es la línea fronteriza de la mal llamada ‘pacificación de la Araucanía’ y que yo califico como terrorismo de Estado hacia el pueblo mapuche. Voy los miércoles y los jueves para acompañar. Hago un taller de espiritualidad ecuménica donde vemos que lo espiritual también forma parte del proceso de rehabilitación, de restauración, de sanación del cuerpo en esta realidad. Estoy contenta, no importan las horas ni los traslados de auto o en micro, vale la pena. Además, ellos se impresionan mucho. Cuando me dicen: ‘Viene de tan lejos, ¿por qué lo hace?’, les digo: ‘por ustedes’, entonces para ellos es importante que sepan que yo voy por ellos”.

Esta comunidad está recién armándose, Hermana Andrea nos cuenta como llegan a la zona: “Estuvimos 21 años muy cerquita acá en la población O’Higgins. Somos de espiritualidad misionera, así que la camisa de fuerza nos gritaba ‘hay que partir’, no porque estábamos mal, todo lo contrario, pero forzadas por este Espíritu que mueve y remueve. Comenzamos el discernimiento como Congregación, también con el Obispo al que le dijimos que queríamos un lugar que fuera límite, donde nadie quiera ir, donde no sea tan fácil el acceso  y poder hacer un trabajo misionero, visitar a las familias. Habían otras alternativas pero nos quedamos acá; llegamos por un discernimiento y felices de seguir creciendo en Schawer. Al consultarle por las expectativas en esta labor que inician, la Hermana me comenta que quiere “trabajar con drogadictos, porque hay mucha droga y pobreza. Acompañarles, mostrarles las redes donde hay lugares de rehabilitación, crear un taller con ellos y/o con sus familias. También aportar desde la Junta de Vecinos con lo que es la realidad medio ambiental. Ya estamos acompañando en la participación ciudadana para que las termoeléctricas se vayan, vamos a aportar con un plebiscito que comienza la segunda semana de febrero. También quiero insertarme desde lo indígena, porque acá hay personas mapuche y ya hemos conversado, entonces me gustaría crear espacios de diálogo para que juntos y juntas podamos ir transformando los espacios de muerte en espacios de vida. A lo mejor también un taller bíblico con mujeres; acá las mujeres viven bastante soledad, mucho machismo, entonces hay que ayudar para botar estas estructuras de muerte y opresión. Hay mucho que hacer”.

Hermana Andrea ha marcado su consagración religiosa desde el compromiso con las personas empobrecidas y la denuncia de injusticias, muy cercana a los temas medio ambientales e indígenas. “Esto ha surgido desde la experiencia profunda de un Jesús cercano, sencillo”, cuenta, “yo soy campesina, entonces esto surge de la realidad familiar: mi padre también es un gran luchador, mi abuelo también”. “Jesús ha traído la Buena Nueva a los pobres”, nos continúa compartiendo, “ha venido a liberar a los cautivos,  dar la vista a los ciegos… esa es mi gran fuente. Viendo a Jesús de Nazaret, el camino que hace en Galilea, con quienes comparte la vida, los enfermos, las personas que viven al margen, entonces digo: ‘ si sigo a Jesús, tengo que vivir lo que Él vivía’. Para mí no hay otro referente, es Jesús de Nazaret, viviendo mi propia experiencia de tocar mis propios márgenes y de ahí encontrarme con un Jesús que me pone de pie, me levanta, me dignifica. De ahí arranca esta opción de todos los días. También una se pone a escuchar el cuerpo y no puedes responder sino con lo que tú eres no más, entonces es ser una humana que quiere humanizar a otros, que quiere ayudar, facilitar, que se den cuenta lo que son, lo que tienen. De este encuentro con Jesús surgen estas opciones que hoy son fundamentales para el ‘buen vivir’ que nos entregan los pueblos originarios, vinculado al medio ambiente. Soy de espiritualidad franciscana entonces no puedo vivirlo de otra manera”.

Le pedimos que se despidiera compartiendo un saludo para las Hermanas de la Providencia y nos dejó estas palabras: “No podemos olvidar que somos bellamente mujeres, que tenemos que darnos tiempo para escucharnos más a nosotras mismas, creernos más entre nosotras mismas, levantarnos entre nosotras, liberarnos entre nosotras, ser compañeras y creernos compañeras discípulas y profetizas de un hombre maravilloso. Junto a esto, no perder de vista a los pobres, ahí está nuestra escuela, cuando nos sentimos solas y desencantadas por la misma experiencia  comunitaria, que a veces no es tan miel sino que se puede volver un poco limón, pienso que volver a los pobres es lo mejor que podemos hacer… buscar ser Buena Noticia siendo nosotras mujeres felices, amadas y amándonos profundamente”.

 
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