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Respetar y devolver la dignidad a los descendientes de los pueblos originarios de Chile y de América Latina

AtacameñosPor Macarena Pérez Lecaros.

La Iglesia y en especial los laicos debemos aportar desde diferentes ámbitos para reparar la enorme deuda histórica que tenemos con los pueblos indígenas. Hacia ellos ha habido históricamente un trato discriminatorio y se han pasado a llevar sus derechos humanos básicos como hijos de Dios: libertad, trabajo, salud, educación.

Si nuestra Iglesia Católica tiene una opción por los pobres, si realmente creemos en la riqueza de la diversidad de la iglesia en América Latina, debemos entonces defender a los integrantes más desvalidos y más dañados de nuestros países. En el universo que conforma esa inmensa mayoría de pobres y postergados de nuestro continente, quisiera resaltar en forma especial a una etnia que habita en el norte desértico de Chile. Ellos no llaman la atención con actos violentos, ni organizan marchas como los jóvenes; no tienen representación parlamentaria ni acceso a los estamentos del poder. Son hombres y mujeres herederos de una gran sabiduría y de una forma de vida de permanente relación con la naturaleza. En su cultura se respeta la vida en todas sus expresiones y se busca vivir en paz. Paz con los hombres y  la naturaleza como un todo, su madre tierra.

He podido conocer de cerca la realidad y la historia de un pueblo en particular, los Atacameños o Likan Antai, que viven desde hace miles de años en pequeños asentamientos al interior de la II Región de Antofagasta, en la actual provincia de El Loa.

Ellos desarrollaron un sistema de vida agro-ganadero, basado en el conocimiento y respeto de su medio ambiente, donde la tierra (Pachamama) es venerada junto a los principales elementos de la naturaleza. Se valora la lluvia, el agua, los cerros, los humedales que proveen los recursos esenciales para subsistir en este ambiente de máxima aridez como es el desierto de Atacama, considerado el lugar más seco e inhóspito del planeta.

Los Likan Antai son agricultores  que han logrado construir impresionantes sistemas de regadío usando el mínimo de agua disponible, y pastores que recorren largas distancias junto a sus animales para encontrar pequeñas áreas de agua y pastos naturales donde se alimenta su ganado, compuesto por llamas, guanacos, ovejas, cabras y algunos burros que constituyen su patrimonio.

Sin embargo, el descubrimiento y conquista española, junto a la evangelización llevada a cabo por la Iglesia Católica en los siglos XV, XVI y XVII, significaron para este pueblo la usurpación de sus recursos, la alteración de su sistema de vida y el ataque sistemático a su cultura y creencias. Esto se tradujo en un genocidio que implicó la disminución de la población Atacameña desde unas 20.000 personas, a la llegada de los españoles, a unos 4000 atacameños en el siglo XVI.

Desde la colonia el pueblo Atacameño fue dividido administrativamente según las necesidades de la corona española;  y más adelante otra vez fue fragmentado durante los procesos de independencia y  Guerra del Pacífico.  Así su territorio fue repartido  para formar parte de al menos tres países diferentes: Chile, Argentina y Bolivia. Estas decisiones políticas y económicas de quienes han ostentado el poder (incluida la Iglesia Católica) desde la conquista de América han  generado  pobreza, división artificial impuesta entre hermanos, además de la pérdida de su libertad  y dignidad mínima.

Desde el siglo XVIII en adelante, comenzó la época de las explotaciones mineras en la región.  La gran necesidad de mano de obra barata en las faenas de extracción y producción trajo nefastas consecuencias para el sistema de vida de los pueblos originarios de la región, pues se incentivó el proceso de migración desde los asentamientos originarios en busca de una ocupación laboral remunerada.

Al mismo tiempo, se extrajo indiscriminadamente y sin visión de futuro los recursos forestales e hidrológicos para la producción de combustible y del agua indispensable para abastecer los nuevos grandes proyectos productivos y ciudades, como Antofagasta y Calama.

Desde 1913 empezó para los pueblos originarios el gran drama del agua, pues el Gobierno de Chile entregó la propiedad de todas las aguas de la zona pre cordillerana y cordillerana de la actual provincia del Loa, a la Chile Exploration Company (explotación de Chuquicamata). Más tarde, con la entrada en vigor del nuevo Código de Aguas de 1981, el derecho al agua pasó a ser un elemento transferible y transmisible independiente de la propiedad de la tierra. Esto posibilitó que las aguas ancestrales fueran inscritas a nombre de particulares y compañías mineras contra los intereses de muchas comunidades indígenas. Se dañó con esto irreversiblemente la agricultura en comunidades Atacameñas que hasta hoy son escenario del abandono de sus pueblos por la falta de agua para cultivos y el desecamiento irreparable de las vegas y bofedales ocupados históricamente para el pastoreo de su ganado.

Los atacameños son uno entre muchos pueblos originarios de América Latina que ha sido sistemáticamente violentado desde la llegada de la Iglesia Católica y del progreso occidental. Hoy, con el avance de las comunicaciones y  acceso universal a la información, podemos estar al tanto de la dura realidad de estos hermanos. Conociendo su condición se entiende que los pobres no pueden esperar. Ya han esperado demasiado.

 
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