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De la incertidumbre a la esperanza: viviendo el Evangelio a la luz del legado de Madre Bernarda

Por Juan Rodríguez, profesor de Historia y Asociado Providencia.

«Lo difícil no es imposible». Madre Bernarda Morin, 1913.

En la actualidad, la incertidumbre es la principal amenaza: el estallido social en Chile y en varios lugares del mundo, la pandemia, la globalización y la tecnología. Lo inesperado o desconocido se vuelve miedo que paraliza. El propio proceso de cambio de la sociedad actual lo implica. Somos testigos de una revolución tecnológica que impacta nuestra vida cotidiana. Lo que rompe es lo que domina estos tiempos y se hace presente en la economía, en la política, en lo social y en la comunicación. El problema de un cambio, como el que se está generando ante nuestros ojos, vertiginoso y arrollador, es que puede echar por tierra lo bueno y positivo que hemos construido. Ante eso, hay valores que deben prevalecer. La democracia nos da civilidad, pero es insuficiente, también se requiere sentido de los límites y una idea de propósito por parte de los actores sociales. En primer lugar, debemos considerar los testimonios de temor e incertidumbre frente a lo que puede ocurrir y a nivel social, la necesidad de llegar a acuerdos para poder superar el problema; por último, hacer frente a la “cuarentena”, palabra del medioevo que seguimos utilizando y sentimos que nos coarta.

A lo largo de la historia, el mundo ha sido azotado por pestes y pandemias que han afectado a la población, dejando altas cifras de muerte, entre ellas la Peste Negra del siglo XIV en Europa y la influenza, viruela y escarlatina en Chile. En el invierno de 1957 aparece un brote de influenza en el país. Era un virus proveniente de China y Hong Kong; a través de un barco estadounidense se propaga por Valparaíso y rápidamente al resto del país, donde cobró la vida de al menos 20 mil personas, en su mayoría niños y adultos mayores. Chile ocupó uno de los índices más altos de muertes totales en el mundo (1).

La esperanza está en nuestras fuentes. Madre Emilia enfrenta con fuerza las pandemias de su época en Montreal. Las necesidades de los pobres, de los enfermos, de los inmigrantes, entre otras, no dejan de aumentar en su ciudad; la Comunidad naciente conoce horas sombrías cuando las hermanas disminuyen en número, debido a las epidemias mortales. La fundadora se mantiene de pie junto a la cruz, siguiendo el ejemplo de la Virgen de Dolores (2).

En Chile alumbrará la esperanza en tiempos muy difíciles. En 1850 Santiago presentaba características de una antigua ciudad colonial; las malas condiciones higiénicas potenciadas por el hacinamiento, la falta de agua potable y alcantarillado, así como la precariedad de la construcción, fueron un factor que propagó enfermedades infecciosas y una forma de vida que fue considerada como “inmoral” por la élite. Además, la marginalidad volvió peligrosa a la gran ciudad capital. Las condiciones de seguridad eran mínimas, lo que llevó a la oligarquía a crear cuerpos de policía urbanos y a construir cárceles cerca de los barrios populares, con el fin de normar y disciplinar a un sector de la población. Las autoridades hacían ensayos de todo tipo para mejorar esta grave situación; entre eso, el gobierno solicitó la colaboración de las Hermanas de la Caridad, pero no se logró concretar tal beneficio, dado que las hermanas de dicha congregación no llegaron a Chile.

Ante la preocupación de las autoridades que insistían frente a este problema, se manifiesta la Providencia de Dios: una colonia de religiosas canadienses recala en Valparaíso el 17 de junio de 1853; el arzobispo de Santiago, Mons. Valdivieso y el ministro del interior Antonio Varas, vieron con mucho entusiasmo a estas religiosas, que vendrían a solucionar el problema.

El Chile en tiempos de Bernarda Morin, durante la segunda mitad del siglo XIX, muestra que la economía del país tuvo dos grandes ciclos expansivos ligados a la exportación de determinados productos a los mercados mundiales. En las décadas de 1850 y 1860, el crecimiento económico tuvo directa relación con la exportación de trigo, plata y cobre. Las finanzas públicas se estabilizaron y los ingresos fiscales crecieron de manera significativa por primera vez tras la Independencia; se modernizó el sistema financiero con la creación de numerosas instituciones crediticias al alero de la Ley de Bancos de 1860 y se modernizó la infraestructura productiva y de transportes del valle central chileno. El auge económico permitió al Estado financiar un amplio programa de obras públicas y educacionales. Aun así, Chile se acercaba al centenario caminando lentamente en relación con los países más desarrollados; con decir que el sistema de salud no dependía del Estado, sino de fundaciones particulares, generalmente de carácter religioso o de beneficencia.

Ante este escenario de la realidad de nuestro país en la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, ¿cómo no descubrir el gran regalo de la Providencia de Dios para Chile, a través de la figura de Madre Bernarda?

Hoy Chile y el mundo viven una crisis social sin precedentes. ¿Cómo trabajamos el bien común? ¿Qué acciones llevamos a cabo como sociedad, para enfrentar esta crisis? El bien común exige sacrificios, como la restricción de algunas libertades, pero tiene pleno sentido si es para protegernos, buscando la consecución de un bien superior, como es resguardar la salud de la población evitando males mayores, como la expansión de la pandemia. Además, ¿cómo ayudamos a tantas familias para que no se contagien? ¿O a aquellas en donde uno o varios de sus miembros perdieron el empleo o simplemente no pueden trabajar? Les toca estar confinados en sus casas, muy pequeñas, experiencia que solo la vivían los fines de semana; la forma de vivir ha cambiado, sus hogares se transformaron en sala de clases, oficinas, almacenes, etc.

Pero así como en 1800 en Canadá emerge la figura de Madre Emilia y en 1850 en Chile la Providencia es representada por Madre Bernarda, hoy instituciones civiles, iglesias, parroquias y comunidades salieron a la calle a encontrarse con el necesitado: almuerzos solidarios, entrega de víveres, acompañamiento y tantas obras que muestran la solidaridad a personas a quienes el Señor ha manifestado un amor de predilección, los nuevos pobres (3). El lema de la Congregación, “la caridad de Cristo nos urge”, nos hace ir hacia las personas pobres con un corazón receptivo que nos permita dejarnos evangelizar por ellos cuando les anunciamos la Buena Nueva (4).

Por eso nuestro desafío es ser allí, donde las necesidades nos llamen, el rostro humano de la Providencia, por medio de la compasión y de la acción liberadora que encontramos en la oración contemplativa, unidas y unidos a María, Nuestra Madre de Dolores. Así vivimos hoy los Asociados Providencia, donde en cada acción a favor de las personas necesitadas, vivimos el Evangelio porque es Cristo representado en el prójimo.


  1. Cfr. Historiadores José Manuel Cerda y Francisca Rengifo, UDD 22 mayo 2020.
  2. Cfr. Informe Cambrón. pp 104-105.
  3. Cfr. Constitución nº 9.1
  4. Cfr. Constitución nº 9


Boletín N.° 32

Esta reflexión forma parte del Boletín N° 32 del Centro Bernarda Morin, que puedes descargar aquí o haciendo click en la imagen.

 
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