Por Loreto Fernández –
Mi amado empieza a hablar y me dice: Levántate, compañera mía,
hermosa mía, y ven por acá, paloma mía.
Cantar 2,10.
“Hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol… un tiempo para callar y un tiempo para hablar”… Las palabras del libro del Eclesiastés grafican de algún modo la condición humana que fluye constantemente y, sin embargo, en cada uno de esos momentos está Dios presente.
Lo anterior lo vemos claramente reflejado en una de nuestras hermanas jubilares, Hermana Guadalupe San Miguel, que hasta un pasado no tan lejano rebosaba de vigor llenando todos los espacios con su presencia, y quien en la actualidad, pronta a cumplir sus Bodas de Diamante y aquejada de una enfermedad que la mantiene con fuertes dolores, está más silente, con días buenos y otros malos.
Hoy son dos de sus amigas, hermanas y compañeras, quienes hacen memoria desde el corazón, dando testimonio de esta mujer que tanto entregó a su Congregación en las distintas misiones que se le encomendaron, ya sea en el ámbito educacional como en el gobierno provincial.
Quien fuera su connovicia, Hermana Clara Estay nos comparte: “Cuando llegué al noviciado estaba Guadalupe sola como novicia; no te digo la impresión que me dio, tenía una cara radiante, me dio una acogida hermosa, con nuestra maestra Trinidad Sepúlveda. Yo fui feliz en mi formación y en eso me ayudó mucho ella con su alegría. En esa época era alegre, muy alegre, cariñosa y muy piadosa. Profesó antes que yo y la mandaron a Llo-lleo, entonces como no nos veíamos, me mandaba papelitos, en la mesa me dejaba algo, un recuerdo”.
Agrega que a ambas las nombraron superioras muy rápido, jóvenes, pero que antes de eso estuvieron viviendo juntas unos 4 años en Valparaíso, estudiando en la Universidad durante todas las vacaciones, conjugando los tiempos de religiosas y de estudiantes. Otra de las dotes de hermana Guadalupe era su capacidad de escribir, lo que las mantuvo en contacto el tiempo que hermana Clara misionó en Estados Unidos.
“Después vino el Concilio, entonces hubo cambios, se puso más libre todo y Agueda (Hna. Guadalupe), con quien siempre estuvimos muy juntas, me daba mucho ejemplo, porque era humilde hasta no poder más, muy sencilla. Era tan linda, toda la gente la encontraba bonita, pero ¿Tú crees que era orgullosa? Nada. Buena compañera, trabajadora, siempre viendo en qué ayudar. Todavía lo hace, yo me siento al frente (en el comedor de la enfermería) y anda pendiente, me pasa la servilleta o lo que sea. Humilde, obediente con nuestra maestra cuando fuimos novicias; alegre, tanto que nuestra maestra decía que nunca se había reído más que con ella de novicia”.
Continúa hermana Clara indicando que hasta hoy conservan la unión, que era ella es más que amistad: “Yo siempre digo que decir amiga es poco, yo prefiero que digan hermana, que es la palabra real de la unión espiritual, porque claro, a una hermana tú le disculpas todo, la quieres igual, le ofreces algo, le sirves, te preocupas de ella. Así somos nosotras”.
Hermana Claudia Vargas también ha estado muy cercana de hermana Guadalupe, a quien conoce desde que ambas eran alumnas internas en el colegio Sagrados Corazones de La Serena y donde se hicieron íntimas amigas, lazo que las une hasta hoy en cercanía y cariño. Describe a Hermana Guadalupe como “una mujer muy linda por dentro y por fuera. Muy alegre. Ella siempre ha tomado la vida con fe. Ha sido una mujer muy piadosa, muy trabajadora. Yo diría que es una Hermana de la Providencia estupenda. Tal vez excesivamente trabajadora: no descansaba nunca, siempre queriendo lo mejor para su Congregación, la que ama inmensamente”.
Hermana Claudia agrega que Hermana Guadalupe siempre hacía chiste de todo y que su tía, la Hermana Aurea, reconocida por todas quienes le conocieron como una mujer santa, sabia, de fe profunda, en una oportunidad le llamó la atención diciéndole que a la vida religiosa no se iba a payasear, que no era chiste. Como era de esperar, el llamado de atención le duró unos meses y después continuó como siempre. Decirles a los niños del pesebre de la Casa de la Providencia de Valparaíso, a donde fue enviada a misionar de joven, que los que se portaran mal dormirían sin zapatos, o a la llegada de las jubilaciones desde Canadá para las hermanas mayores, bromear con que cambiaba 1 de 40 por 2 de 80 para su comunidad, son un par de ejemplos de los chistes con que amenizaba todo.
Termina Hermana Claudia su remembranza: “donde ella estaba había alegría, había risa. Ella es muy fraterna, muy servicial. De no estar ahora en una silla de ruedas andaría caminando de aquí para allá, atendiendo a una y a otra. Siempre estaba muy agradecida de todo el mundo. Igual ahora siente que la cuidan mucho en la enfermería. Por eso digo nuevamente que es una gran Hermana de la Providencia, que con su alegría y amor por la Congregación y la Madre Bernarda irradió en todos los lugares donde estuvo eso mismo que vivía tan intensamente”.