Sitio web de la Provincia Bernarda Morin

Hermanas de la Providencia

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Terranova 140, Providencia, Santiago, Chile.

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Trayectoria en Chile

La Congregación Hermanas de la Providencia llega a Chile el 17 de junio de 1853. Un año antes, en 1852 y con menos de 10 años de fundación en Montreal, la naciente Congregación acepta ir a Oregón, por lo que mandan 5 religiosas, entre ellas a la joven Bernarda Morin, quien será luego la responsable de consolidar la obra de la Providencia en nuestras tierras.

La comunidad de religiosas canadiense estaba conformada por madre Victoria Larocque, como superiora, sor Amable Dorion, sor María del Sagrado Corazón Bérard, sor Dionisia Benjamina Worwoth y sor Bernarda Morin, y estaba acompañada por el Pbro. Gedeón Huberdault, como capellán, el Pbro. Francisco Rock y la Srta. Eloísa Trudeau, quien más tarde ingresaría a la Congregación. Al llegar a su destino en Oregón, se encontraron ante muchas dificultades para su subsistencia y, tras un período de grandes penurias, decidieron abandonar el lugar y regresar a Montreal. Para ello, viajaron a San Francisco, California, y  la única alternativa que tuvieron allí para regresar era hacer el viaje atravesando el Cabo de Hornos, en un pequeño barco chileno llamado «Elena».

En su larga travesía, como era común en aquella época, el barco atracó en el puerto de Valparaíso. A su llegada a nuestro país, extenuadas por el largo y peligroso viaje, las religiosas canadienses fueron acogidas caritativamente en la casa de las Hermanas de los Sagrados Corazones en Chile. La llegada de las religiosas a nuestro país fue considerada por las autoridades civiles y religiosas de la época como un “acto providencial”, que resolvía el grave problema de las niñas y niños huérfanos. De ese modo, se pusieron a disposición del arzobispo de Santiago, Mons. Valentín Valdivieso, quien les encargó provisoriamente, en espera de la autorización de Canadá, la administración de un orfelinato.

Ya con la autorización de la Casa General en Montreal, las Hermanas de la Providencia abrieron un noviciado en Santiago, el 3 de enero de 1857, quedando como superiora la Madre Victoria Larocque, quien había sido una de las fundadoras de la Congregación. A su muerte, pasa a ser superiora de la casa principal de Santiago, Madre Bernarda Morin Rouleau.

Con posterioridad, un decreto del 12 de marzo de 1880 emanado de la Santa Sede, establece que la provincia chilena se transforme en autónoma, con el nombre de Congregación de las Hermanas de la Providencia de Chile, situación que se mantuvo hasta 1970, fecha en que se reunifica la Congregación, después de la renovación eclesial propuesta por el Concilio Vaticano II.

El legado de Madre Bernarda permanece vivo 160 años después que esta joven novicia canadiense llegara junto a sus compañeras a las costas de Valparaíso. Fiel a su congregación de origen, supo al mismo tiempo escuchar la llamada de Dios Providente presente en los rostros de los más pobres entre los pobres en esta parte del mundo. Con coraje, sabiduría y un amor sin límites, hizo crecer la obra de Dios, primero con su atención y cuidado a los niños y niñas huérfanas de aquella época, y luego con otros servicios demandados por las circunstancias, por ejemplo, creando hospitales de sangre en la revolución de 1859, en la guerra del Pacífico en 1879 y en la guerra civil de 1891.

A través del tiempo surgieron nuevas necesidades como:

  • Asilos de ancianas en Santiago, Valparaíso, La Serena, Llolleo.
  • Servicios de hospitales en Vicuña, Ovalle, Limache, Santiago, Schwager.
  • Casas de Ejercicios Espirituales en La Serena, Valparaíso, Santiago.
  • Servicios pastorales en parroquias: Tocopilla, Antofagasta, Vicuña, Santiago y en la Patagonia Argentina, en las localidades de Comodoro Rivadavia y Caleta Olivia, así como un colegio primario y técnico que se mantuvo por más de 25 años en Buenos Aires.
  • Esporádicamente servicio pastoral carcelario.

Con el paso de los años, la Provincia dejó de contar con hogares de niños vulnerables, equivalentes a los antiguos asilos. Algunos se convirtieron en colegios que imparten actualmente educación pre-básica, básica, media y educación técnica y científica, con el fin de formar jóvenes que con calidad evangelizadora y con el sello Providencia, puedan colaborar en la construcción de un Chile más justo y solidario.

A ello se han sumado otros servicios, como el Comedor Emilia Gamelin, en el que a personas que viven en situación de calle se les da almuerzo, acogida y atención en sus necesidades materiales, junto a una evangelización que los ayude en su dignidad de personas.

La fecundidad amorosa de Madre Bernarda, que permitió estas presencias a lo largo de la historia, le valió el reconocimiento en 1925 de la Medalla al Mérito, la más alta condecoración del país a un extranjero por la excelencia de los servicios prestados, la que le fue otorgada por el entonces presidente de la República de Chile, Don Arturo Alessandri Palma.

El viernes 4 de octubre de 1929, a la edad de 96 años, Madre Bernarda parte a la Casa del Padre en medio de una multitudinaria despedida, como bien consignó la prensa de esa época: “Dios ensalza a los humildes, porque fue una insigne mujer, de un gran corazón, la benefactora de un pueblo, la madre de los huérfanos, la bondad personificada, la caridad hecha mujer.”

Su fe inquebrantable en la Providencia, el anuncio del Evangelio y el servicio a sus hermanas y hermanos, la impulsó a trabajar con audacia y creatividad como una respuesta a su experiencia de Dios. Por lo mismo, Madre Bernarda en sus escritos hacía notar una y otra vez la importancia de la fe, pues dicho en sus palabras: “La fe nos hace partícipes de las gracias de Jesucristo, nos muestra que Jesús encarnado es a quien debemos imitar y que el Evangelio nos muestra lo que hay que practicar” (Circular 5, p. 17).

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