Por Loreto Fernández M. Oficina de la Causa de Beatificación de Madre Bernarda Morin.
“Amémonos unas a otras, pero en Dios y por Dios, como se amaban en su vida familiar Jesús, María y Jos锹. Estas palabras de la Sierva de Dios Bernarda Morin a sus hermanas en religión, nos disponen a vivir la Navidad en su sentido más profundo, descubriendo en nuestra cotidianidad la presencia activa de Dios, amando y sosteniendo el mundo, no desde fuera, sino inserto en nuestra realidad, pues como dice el evangelista Juan, “Dios se hizo carne y habitó entre nosotros”. El misterio de la Navidad nos sumerge en el amor providente de Dios, quien crea, sostiene, alimenta, interpela y atrae a todo ser creado a su imagen y semejanza. La Providencia es el rostro de Dios orientado hacia el mundo. Pero el misterio de la Providencia es aún más grande y más profundo, porque la Providencia amorosa de Dios está incompleta sin nuestra respuesta. He ahí la insistencia de madre Bernarda en que los lazos comunitarios debían estar impregnados, no de la obligación o el deber, sino del puro y sencillo amor transformador de Dios, del que la Sagrada Familia en Belén es el vivo retrato.
Al respecto, el papa Francisco nos dice: «¿Por qué el Belén suscita tanto asombro y nos conmueve? En primer lugar, porque manifiesta la ternura de Dios. Él, el Creador del universo, se abaja a nuestra pequeñez. El don de la vida, siempre misterioso para nosotros, nos cautiva aún más viendo que Aquel que nació de María es la fuente y protección de cada vida. En Jesús, el Padre nos ha dado un hermano que viene a buscarnos cuando estamos desorientados y perdemos el rumbo; un amigo fiel que siempre está cerca de nosotros; nos ha dado a su Hijo que nos perdona y nos levanta del pecado».
Pidamos esta Navidad el regalo de aprender a reconocer en la Providencia el amor de Dios que hace posible todas las cosas y, una vez más, con fe presentemos ante su misericordia a todos quienes en este mundo sufren por las guerras, el hambre, la enfermedad, las injusticias, la soledad y todos los males que son la negación de este divino amor.
Que Dios nacido frágil y humilde en Belén y presente en cada rostro de los sufrientes del mundo de hoy y siempre, nos mantenga firmes en la esperanza, encarnando los valores del Evangelio mientras esperamos su venida definitiva como lo hizo antaño nuestra querida madre Bernarda.
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¹Morin, Bernarda, “Circulares Generales”, 1937, Circular N°3, 1 de julio de 1904