Por Alejandra Valdés, Asociada Providencia de la Comunidad Emilia Gamelin. Colaboración coordinada por la Oficina de la Causa de Beatificación de Madre Bernarda Morin en el marco del aniversario de la llegada de las Hermanas de la Providencia a Chile.
Nos acercamos a cumplir 172 años desde la llegada de las Hermanas de la Providencia a Valparaíso. Dentro del grupo que arribó, el 17 de junio de 1853, se destaca una joven mujer que, al igual que sus compañeras, ha abandonado su hogar, su familia y su país. Todas, por designios de la Providencia, llegan a Chile.
A su llegada, las necesidades del momento, al igual que las de hoy, son múltiples. Las autoridades de la época ven en ellas una oportunidad para acoger a cientos de niños abandonados, carentes no sólo de alimentos, sino del abrazo y cariño maternal tan necesarios para crecer y desarrollarse en plenitud, y confían en que este grupo de mujeres pueda lograr acogerlos.
Prontamente, en el grupo de jóvenes religiosas empieza a destacarse hermana Bernarda Morin, quien, a temprana edad en su natal Canadá, se había entregado a la tarea de dar a conocer y de amar a Dios, asumiendo un rol en la catequesis. Ello sin duda le otorgó la experiencia que, posteriormente, le ayudaría en su misión evangelizadora, sirviendo, amando y educando a tantos pequeños que, como diría la reconocida poetisa chilena Gabriela Mistral, tenían «piececitos de niño, azulosos de frío».
Ya instaladas las Hermanas de la Providencia en Chile, el liderazgo de Madre Bernarda Morin le permite organizar la misión que, sin saberlo, Dios le tenía preparada en estas lejanas tierras en donde permaneció hasta su muerte. Pero su trabajo no se limitó al cuidado de niños, también se extendió a los adultos en escuelas, hospitales y hogares para personas ancianas. Madre Bernarda convoca a toda la sociedad a colaborar con la obra y muchas personas se comprometen en ella. A sus hermanas religiosas las guía con firmeza, cariño, amor, bondad, misericordia, honestidad y sacrificio, para alcanzar el objetivo común de ver en cada una de las personas necesitadas el rostro humano de Dios.
En reconocimiento a la labor desarrollada por la Congregación, una de las principales arterias de la ciudad de Santiago recibe el nombre de Avenida Providencia, y el Estado de Chile, valorando el aporte a la sociedad y en particular a las personas más vulnerables, condecora a Madre Bernarda Morin con la Medalla al Mérito de Primera Clase, el 27 de junio de 1925.
Abrir los ojos
Próximos a cumplir 100 años del reconocimiento del Estado a la obra y entrega de Madre Bernarda en Chile, nos preguntamos: ¿En qué estamos?
Triste es ver que con el pasar de los años su historia sea tan poco conocida. La naturaleza humana tiende a olvidar el pasado. Como sociedad debemos reconocer nuestra ingratitud hacia esta pequeña mujer que, siendo tan joven, abandona su país y su familia, pero no así sus ideales, confiando plenamente en Dios y Nuestra Madre de Dolores.
Hoy en día, cuando la sociedad y especialmente las mujeres estamos tan interesadas en destacar la labor de otras mujeres, ¿cuánto se conoce de Madre Bernarda? ¿Cuánto se sabe de los valores, las enseñanzas y todo lo bueno que nos entregó? La Sierva de Dios procuró actuar siempre con justicia, pero sin alimentar el resentimiento que causa tanto daño, con amor incondicional y compasivo, sin odio, con verdad, pero sin ofensa, discriminación ni venganza, buscando siempre reconocer la dignidad de cada ser humano, en la obra y misión de cada día, sin quedarse en el discurso popular, vacío de contenido y ejemplo.
En un país y un mundo en donde existe tanta necesidad de amor al prójimo, de solidaridad, de compromiso, de valentía, de prudencia, de respeto, de justicia y de misericordia, ¿dónde está la fuerza de esos valores? Es necesario reflexionar, recordando lo que nos pidiera su santidad el papa Francisco: «saber mirar más allá de la comodidad personal». Que ese «olor a oveja» del que hablaba sea la muestra viva que transmita nuestro compromiso, llegando a ser algún día, dignos modelos a seguir imitando sus virtudes, fortaleciendo el amor hacia los otros.
Madre Bernarda, ¡cuánto nos gustaría tenerte en estos tiempos! ¿Dónde estarías hoy?
Como sociedad, convendría hoy que nos preguntemos cuáles serían esas palabras con las que Madre Bernarda nos motivaría y motivaría a las personas que se sienten solas y abandonadas; a las que no tienen trabajo, techo, pan ni abrigo; a la juventud estudiante que se siente frustrada y a quienes sufren acoso o discriminación; a las víctimas de la violencia, del abuso, de las drogas; a quienes con tanta facilidad se cansan, haciendo poco y nada, sin darse cuenta de todo su potencial y de las posibilidades de compartir con otras personas.
¿Cuánto, francamente, conocemos la realidad? Es probable que ahí esté la labor que tú quisieras: colaborar en abrir los ojos para poder mirar y ver a nuestro alrededor.
La tecnología, los avances en el conocimiento, las ciencias y las comunicaciones hoy nos permiten llegar muy lejos. El conocimiento pone a nuestro alcance herramientas, pero nos falta ese amor incondicional con que tú te entregaste. Danos un poco de tu mirada, imprégnanos de tu amor por la Misión, inspíranos para ser conscientes de que todo sacrificio, por pequeño que sea, contribuirá para que de manera solidaria, compasiva, cariñosa y colaborativa podamos realizar la obra que Dios quiere que se cumpla hoy.
Gracias Madre Bernarda por la huella que nos dejaste.
Providencia de Dios, yo creo en ti.
Providencia de Dios, yo espero en ti.
Providencia de Dios, yo te amo con todo mi corazón.
Providencia de Dios, yo te agradezco todo lo que haces y velas por mí.